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Columna
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La tarta

Los humanos expresan su auténtica naturaleza en Granada y buscan salidas a las tribulaciones del día a día... con pequeñas golferías

Jorge M. Reverte

En Granada se producen milagros. Lo sabe cualquiera que haya podido visitar la Alhambra. Después de una pasada leve de tres horas por sus instalaciones (qué grosera palabra para referirse a eso), los pies se elevan del suelo unos centímetros y la cabeza se desocupa de guerras y descabezamientos por unos días.

Pero Granada es algo más que eso. Es también un lugar para que los humanos se expresen en su auténtica naturaleza y busquen salidas a las tribulaciones del día a día. No me refiero a que el alcalde de la ciudad se queje de que el grandioso monumento oculta sus otros tesoros (hay que ser zoquete), sino a cosas aún más terrenales.

Por ejemplo: en una terraza muy cerca del Ayuntamiento, cuatro ciudadanos se sientan a darse un respiro. Al camarero le demandan un refresco con cero calorías, un café manchado, un agua mineral sin gas y un gin-tonic.

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Cuando han acabado las consumiciones, piden la cuenta. Y vienen todos los cargos detallados, las bebidas y sus precios. Hay un error: en lugar del gin-tonic aparece una tarta de manzana. Y alguien le dice al camarero que se ha equivocado.

—No hombre, no— dice, y hace un pícaro guiño con el ojo derecho.

Al desconcierto sigue la indagación. La busca del porqué de semejante error voluntario. Una de las mujeres, la que ha tomado el refresco, resuelve el enigma:

—Un truco para quienes trabajan en la Administración y quieren pasar la nota. Porque así no te quitan lo de las bebidas alcohólicas.

Es una espléndida salida para el pequeño golferío. Corrupción a base de tartas de manzana. Bien mirado, se puede extender a la vida cotidiana. Hay que pedir siempre la factura, y al llegar a casa de madrugada, enseñarla y decir:

—Cariño, solo me he tomado tres tartas de manzana. Mira, mira.

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