Putin juega fuerte
La agresividad del presidente ruso puede volverse en su contra a medio plazo
Como estaba previsto, el referéndum celebrado el domingo en Crimea resultó en un respaldo apabullante (el 97%) a la ruptura con Ucrania. Al margen —aunque no sea marginal— de la ocupación de las tropas rusas, la desaparición de activistas proucranios, la censura, las amenazas y las irregularidades (empezando por la propia convocatoria de la consulta), estaba claro que la mayoría de la población de Crimea, de origen ruso, refrendaría la maniobra del Kremlin para anexionarse la estratégica península del mar Negro.
Y como también estaba previsto, la Unión Europea y Estados Unidos no reconocen el resultado de una consulta ilegal y han comenzado a imponer las primeras —y tímidas— sanciones (prohibición de viajes y congelación de bienes) a una veintena de políticos y empresarios rusos y ucranios. Kiev, mientras tanto, asiste impotente a la ruptura del territorio.
Hasta aquí llegan los elementos predecibles. A partir de ahora solo caben las conjeturas sobre la próxima jugada del presidente ruso, Vladímir Putin. Y los preámbulos no son nada tranquilizadores. Moscú se declara dispuesto a “proteger a las comunidades rusas” del sureste de Ucrania, donde está alentando movilizaciones separatistas en Donetsk y Jarkiv, mientras pone en marcha ejercicios militares en la frontera y sus tropas se aventuran más allá de Crimea. Putin amaga y golpea porque sabe que nadie en Occidente va a responderle con sus mismas armas. De momento, además de hacerse con Crimea, su popularidad se ha disparado en Rusia al 70%.
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Ahora bien, esta partida se está librando a medio y largo plazo. Y ahí Putin puede llevar las de perder. Su agresividad no solo ha provocado el plante de la hasta ahora contemporizadora Angela Merkel, sino que está precipitando una serie de cambios en la estrategia energética que van a acelerar inevitablemente la pérdida de influencia de Rusia. La diversificación de las fuentes de energía y la reducción de la dependencia del gas ruso estará en la mesa del Consejo Europeo del jueves. Y en este nuevo mapa, Estados Unidos puede desempeñar un papel determinante. En el aire está también la presencia de Moscú en el G-8.
Putin se está aislando, y no solo de Occidente. Su temeridad ha puesto en alerta a los Gobiernos aliados de las repúblicas centroasiáticas. Ni el juego sucio ni las maniobras imperiales parecen ser la forma más adecuada de ganarse lealtades en un mundo cada más interdependiente. Esa desconfianza de los vecinos, unida al mal desempeño de la economía rusa, puede lastrar su apuesta por la Unión Euroasiática. A nadie se le escapa que las bravuconadas de Putin tienen también como objetivo asentar su poder interno. Pero esgrimir el orgullo nacionalista tiene sin duda sus limitaciones cuando el país se va estancando en el declive y el inmovilismo.
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