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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Renzi arranca

La nueva ley electoral italiana, aunque restringida, es un paso en la buena dirección

La holgada aprobación por la Cámara de Diputados de una nueva ley electoral, pactada por Matteo Renzi con Silvio Berlusconi, supone un impulso al programa reformista del primer ministro y un paso hacia la gobernabilidad de Italia. Pero esa primera victoria de Renzi —llegado al poder tras echar de la jefatura del Gobierno a su correligionario centroizquierdista Enrico Letta— tiene por el momento un alcance limitado. No se aplica al Senado, al que la Constitución concede los mismos poderes legislativos que a la Cámara baja.

La nueva ley coincide con el anuncio ayer por Renzi de sus primeras y esperadas medidas económicas, que incluyen la flexibilización del mercado laboral, para dar cabida a un ejército de parados jóvenes, y un recorte de impuestos que pondrá 10.000 millones en los bolsillos de los peor pagados y sobre el que la Comisión Europea avisa de que no debe basarse en dudosas proyecciones sobre ingresos futuros. El populista primer ministro italiano, tercero en el cargo sin someterse a las urnas, se ha fijado un urgente calendario para rescatar a su país de la esclerosis política y económica. En ese horizonte de grandes promesas escasean los detalles sobre cómo cumplirlas o pagarlas.

El cambio electoral aprobado ayer favorece a los partidos y coaliciones fuertes y pretende impedir la repetición en Italia de elecciones sin mayorías claras. El texto legal, que será enmendado en un Senado donde la mayoría del Partido Democrático no es tan decisiva como entre los diputados, eleva el umbral de votos para que las pequeñas formaciones accedan al Parlamento y garantiza la mayoría al partido o coalición que obtenga al menos el 37% de los sufragios.

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La reforma nace con un lastre. Renzi ha cedido a las presiones de sus pequeños aliados confinándola a la Camara baja. Y no es la única prótesis de una ley electoral criticada desde las propias filas gobernantes y que en virtud del acuerdo previo con Berlusconi mantiene las listas cerradas y excluye la paridad de género. La suerte del Senado, que el primer ministro quiere en el mejor de los casos como decorativa representación regional, requerirá un cambio constitucional que puede llevar más de un año. Hasta entonces, unas hipotéticas elecciones parlamentarias habrían de hacerse con un sistema de votación diferente para cada Cámara. Así, el alcance del texto llamado a hacer gobernable Italia es, por ahora, más simbólico que otra cosa.

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