“Si los que nos dedicamos a la economía la humanizamos, la cosa puede mejorar para todos”
La economista porteña prefirió dejar su oficina en una multinacional en el centro de Buenos Aires para trabajar con emprendedores en situación económica vulnerable
Valeria Fernández Saavedra, licenciada en administración de empresas y contable, trabajaba hasta hace dos años como analista financiera de la filial argentina de la química norteamericana Dow y ganaba tres veces más que ahora. Pero esta porteña de 39 años, que vive sola en un piso de dos habitaciones que alquila en el barrio de Caballito, prefirió dejar la oficina de la multinacional en el centro de Buenos Aires para trabajar con emprendedores en situación económica vulnerable. Ahora trabaja cerca de su casa, en el barrio de San Cristóbal, pero también en Campana (82 kilómetros al norte de la capital). Cambió el uniforme de ejecutiva por los pantalones de Bali y no se arrepiente: “¿De qué? Estoy feliz, ya vamos a ir generando más ingresos”.
Necesitamos reflexionar sobre la necesidad de que el trabajo en social sea bien pagado
Fernández comenzó su vida laboral como profesora en la universidad en la que estudió sus dos carreras, en la Católica Argentina, pero en 2002, en plena depresión económica de su país, cambió por un puesto en Dow. “Como la docencia no paga bien, me fui”, recuerda hablando de aquella decisión tomada a sus 27 años. Le gustaba su nuevo empleo: hacía la planificación financiera primero del área de productos químicos y después, de la de plásticos, y elaboraba informes políticos, económicos y sociales de los países del Cono Sur de América. Pero 10 años después quiso cambiar. Ahora organiza banquitos cooperativos, un proyecto que tiene tres bases: el microcrédito para que los emprendedores, en general en situación de pobreza, puedan invertir en sus iniciativas comerciales, productivas o de servicios (desde una revendedora de ropa hasta una peluquera); la capacitación laboral, para que esas personas mejoren la gestión de sus números; y la organización comunitaria, porque ni Fernández ni sus cuatro compañeros de equipo son los que deciden si se otorga o no un préstamo sino que son los mismos emprendedores los que los evalúan y los votan, son a la vez prestatarios y socios del pequeño banco.
“Lo que me movió al cambio no fue algo nuevo en mí sino que a mí siempre me movilizó la otredad, la construcción de una sociedad más inclusiva y más justa, y siempre pensé que cada uno podía hacerlo desde su lugar, yo lo podía hacer desde Dow”, cuenta esta joven que durante los últimos siete años en esa compañía se inscribió como voluntaria de tareas de responsabilidad social corporativa. “A mi jefe le caía muy mal que dedicara tiempo laboral a eso. La responsabilidad social empresaria se puso de moda en muchas empresas, en algunas se laburó (trabajó) mejor y en otras es solo marketing con otro nombre. En Dow hicimos algunos laburos (trabajos) muy lindos en la Villa 31”. Se refiere a un barrio de chabolas de Buenos Aires vecino de las zonas más ricas de la ciudad. A su vez, en el poco tiempo libre que le dejaba su empleo, Fernández participaba como voluntaria en proyectos con niños pobres y personas sin techo en la parroquia porteña de Santa Julia y desde 2008 narra todos los jueves cuentos a pequeños ingresados en un hospital de su barrio.
Pero esta joven porteña quería hacer más por los que menos tienen. “Busqué un trabajo con valores de asociatividad, cooperativismo, horizontalidad. Desde los banquitos sumamos para construir otra sociedad, otra economía. Quería estar más cerca de los más frágiles y más vulnerables, acompañarlos a que estén mejor, a que puedan entrar en una sociedad que muchas veces los excluye, construir con ellos”, cuenta. En la actualidad construye banquitos en dos sitios: en la parroquia porteña de Santa Cruz, a cargo de los curas pasionistas, la misma en la que en 1977 tres fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, dos monjas francesas y otros cinco militantes por los derechos humanos desaparecieron a manos de la última dictadura de Argentina; y en Campana, donde vive un pasionista y el proyecto está gestionado por la asociación civil De Puertas Abiertas.
En la economía social y solidaria la idea es hacer juntos, para ganar nos tiene que ir a todos bien
Cuando Fernández eligió a los 17 años estudiar la carrera de contable, ella ya pensaba así: “Si los que nos dedicamos a la economía la humanizamos, la cosa puede mejorar para todos”. Hace poco se encontró en el metro con uno de los compañeros de la universidad con los que soñaba crear un partido político. Eran los años en que gobernaba el neoliberal Carlos Menem (1989-1999). “Al final, fuiste la única que hiciste lo que queríamos. No estás en un partido, pero tu trabajo tiene el impacto que queríamos tener cuando éramos chicos”, le dijo el compañero y ella se emocionó. Pero no todos sus familiares y amigos apoyaron su cambio laboral: “No me presionaron, pero tampoco me alentaron. Muchos que estaban en desacuerdo callaron respetuosamente”. Incluso fue a una entrevista laboral en una ONG en la que la directora le espetó: “Yo, en tu lugar, no hubiera dejado ese trabajo (en la multinacional)”.
“El salario no me pesaba para quedarme”, asegura. “Más me llenaba y realizaba trabajar en el territorio, con la gente, eso le daba más sentido a mi vida. Prefería eso a seguir cobrando bien pero con ausencia de coherencia. No en vano uno crece y, diez años después de dejar la docencia porque no pagaba bien, ahora tengo razones diferentes para hacer lo que hago. Lo que sí necesitamos es reflexionar de la necesidad de que el trabajo en lo social sea bien remunerado. Mis capacidades son las mismas que antes, no es que tengo ahora menos. En lo social se hace un laburo muy profesional, sobre todo cuando es full time (a tiempo completo)”, opina la emprendedora social cuyos banquitos están apoyados no solo por los pasionistas, que organizaron, por ejemplo, dos conciertos benéficos del rockero León Gieco, sino también por la asociación civil española Achalay, particulares y empresas como la consultora norteamericana Mc Kinsey, la cementera suiza Holcim y los bancos Galicia, de dueños argentinos, e ICBC, de capital chino.
En el actual empleo, Fernández se siente más coherente consigo misma: “Pongo todos los días las manos en donde están mis ideas y mi corazón. En mi anterior trabajo estaba bastante despegada de la realidad, subida a una vorágine de millones de números y ceros en los que los rostros se pierden”. En 2013 hizo un curso de payamédicos, payasos que buscan desdramatizar los hospitales, como Patch Adams. Fue becaria de payamédica en un hospital de Buenos Aires. Además estudia la maestría en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Quilmes y su tesis será sobre el microcrédito y su relación con los valores de la economía social y solidaria.
“El mundo de la multinacional es el mundo de la competencia, no solo con otras empresas sino entre los mismos compañeros, para que uno gane, el otro debe perder”, describe Valeria. “En la economía social y solidaria la idea es hacer juntos, para ganar nos tiene que ir a todos bien”, destaca mientras se prepara para reunirse con dos de sus compañeras a planificar la búsqueda de fondos.
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