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Columna
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Desalmados

Todos ellos tienen nombres y apellidos, y ninguno ha pedido perdón, sobre todo a las víctimas

Jorge M. Reverte

No es cierto que se haya tardado 10 años en saber la verdad sobre los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. La verdad más importante de aquello se conoció enseguida. Nadie con la menor dosis de decencia e información dudó a las 24 horas de que se tratara de un ataque del islamismo radical contra la ciudadanía.

Luego, un grupo de periodistas escogidos entre la basura, al servicio de políticos rencorosos y sin ningún escrúpulo, se dedicó a sembrar sospechas que sumieron al país en la confusión y, sobre todo, aseguraron a las víctimas un eterno calvario de ajuste de cuentas con la realidad.

Los testimonios de Baltasar Garzón o Javier Gómez Bermúdez; de numerosos responsables policiales; y, ahora, de un gran investigador, Fernando Reinares, que ha escrito un soberbio libro, ¡Matadlos! (Galaxia Gutenberg, 2014), han despejado las dudas, pero también los detalles de la conspiración yihadista, y de paso, por eliminación, la gran manipulación de los que quisieron aprovechar de manera repugnante la matanza para deslegitimar al rival político.

Todos ellos tienen nombres y apellidos, y ninguno ha pedido perdón, sobre todo a las víctimas. Se llaman Federico Jiménez Losantos, Pedro J. Ramírez, Eduardo Zaplana, Ángel Acebes y más. Algunos callan ahora, otros siguen piando.

María Dolores de Cospedal e Ignacio González, por ejemplo, que ya reconocen que hay una sentencia seria después de un juicio serio. Pero siguen dejando en el aire que pueden aparecer nuevos datos, a los que se mostrarían receptivos, claro.

En cierto modo, yo entiendo su postura.

Es normal. Yo no tengo ninguna información de que Cospedal, González o Rouco Varela, que se ha apuntado al carro, estén implicados en casos de trata de blancas.

Pues lo mismo. A ver si aparecen datos.

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