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Amy Adams, liberada

La actriz, famosa por bordar papeles intensos, muestra en 'La gran estafa americana' un lado desconocido de sí misma

Lo que ha cambiado el cuento: en 2007, Amy Adams (Vicenza, 1974) era una dulce princesita Disney en Encantada. En 2014, solo 7 años después, Amy Adams es una mangante robamaridos en La gran estafa americana, de David O. Russell. Una furia pelirroja capaz de enloquecer a Christian Bale y a Bradley Cooper al mismo tiempo, hacerse pasar por una Lady inglesa de extrarradio, besarse con otras mujeres y calentar al personal en el lavabo más lúgubre de Nueva Jersey. Todo, por supuesto, por exigencias del guion: “Eran los años setenta, el momento en que el feminismo nos enseñaba que, en el sexo, las mujeres teníamos los mismos derechos que los hombres”, ha aducido recientemente durante la promoción de la cinta.

Eran los años setenta, el momento en que el feminismo nos enseñaba que, en el sexo, las mujeres teníamos los mismos derechos que los hombres. Sobre su papel en 'La gran estafa americana'

Será por su condición minoritaria en la sociedad, pero las pelirrojas, salvo Rita Hayworth, acostumbran a hacer papeles de sexualidad poco festiva. Y al caso de Amy Adams nos remitimos: sus mejores interpretaciones han sido en La duda (una monja) y en The master (una esposa castradora). En esta última, su aproximación a la frigidez alcanzaba las cotas más altas vistas en pantalla en la última década: masturbaba a Philip Seymour Hoffman (ay) como la que limpia el polvo de la estantería. Cuando le preguntaron por ese momento, respondió casi con el mismo desdén: “Era una escena que estaba en el guion desde el principio. Es una de mis preferidas, porque me mostró cómo era el personaje: qué capacidad de control tenía sobre su marido y hasta dónde podía llegar para manipularlo”.

Afortunadamente, el director David O. Russell tiene una visión más carnal de las relaciones de pareja. La película es, para que nos entendamos, una inmensa oda a los pezones de Amy Adams. Deambula constantemente por los confines de eso que los yanquis llaman el nip slip sin llegar a consumarlo: lo enseña todo de sus senos pero no enseña nada, es decir, que no se ve ni pezón ni areola, pero se intuyen ambos. Los dos. Pero no crean que esta anatómica peculiaridad de la cinta es algo en lo que solo hemos reparado nosotros. Otros medios han sentido la necesidad incluso de preguntarle a la actriz al respecto. Y esto ha dicho ella: “No me los cubrí con celo, ni tomé ninguna precaución para evitar que se vieran. ¡Es solo trabajo de edición! Podría hacerse un juego de esos de beber con mis pezones en la pantalla: cada vez que alguien piensa que ha visto algo, bebe. El público acabaría realmente borracho”. Corre por ahí un gif que, lo siento Amy, juraría que muestra que el editor no era tan bueno como tú pensabas…

En fin, que habrá que ver con que modelito nos epata en la próxima gala de los Óscar, para los que está nominada a la Mejor Actriz.

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