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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La ONU acusa

El mensaje renovador del Papa pierde valor si el Vaticano consiente la pederastia en su seno

Los aires de renovación que representa el papa Francisco desde que llegó al obispado de Roma han tropezado en el más grave asunto que mancilla a la Iglesia católica: la pederastia. El durísimo informe que ha elaborado, durante el último año, el Comité de los Derechos del Niño de la ONU indica que el encubrimiento de los abusadores en el seno de la Iglesia católica sigue siendo norma de conducta, así como el código de silencio que protege, al tiempo que castiga a los que osan denunciar. El resultado, según la ONU, es que los niños siguen hoy en contacto con los mismos clérigos abusadores.

La falta de cooperación con la justicia y la costumbre de transferir al pederasta a otra institución u otro país —no para apartarles de los niños, sino para esquivar las denuncias— son los elementos que configuran un modo de proceder inaceptable que, sin embargo, parece mantenerse en los mismos términos en la institución religiosa.

El informe de la ONU da la bienvenida a los “avances limitados” realizados por la Santa Sede en este y otros capítulos relativos al trato que la Iglesia dispensa a los niños. Es una expresión más producto de la diplomacia que de los avances reales acometidos, a tenor de las acusaciones que contiene el análisis. Su propia reputación, dice este, ha estado siempre por encima de los intereses superiores de los niños. Esa fue la imagen que ofreció la Santa Sede a mediados de enero en Ginebra ante este mismo Comité de Derechos del Niño. Era la primera vez en la historia que el Vaticano comparecía ante un organismo internacional para dar cuenta de sus actos, pero en contra del simbolismo que guardaba el gesto, se negó a compartir datos sobre los delitos cometidos en su seno.

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La línea de defensa del Vaticano, en una estrategia demasiado parecida al pasado reciente, es la de pedir perdón —como ahora han hecho los Legionarios de Cristo e hizo Benedicto XVI hace ya cuatro años— y minimizar, al mismo tiempo, el problema. No basta con admitir que hay clérigos pederastas si, además, a ese mea culpa le sigue la afirmación de que los hay en todas las profesiones. El gran pecado de la Iglesia católica no es tener manzanas podridas en su seno, sino protegerlas y mantenerlas. Los voluntariosos mensajes de Francisco perderán valor mientras no se ataje semejante comportamiento.

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