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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sobra complacencia

La comparecencia de Fátima Báñez no permite valorar los efectos reales de la reforma laboral

El País

De la comparecencia de la ministra de Empleo, Fátima Báñez, sobre el balance de la reforma laboral, sobresale una novedad positiva, aunque no sea extraordinaria: la simplificación de los 41 formularios en que se plasman los contratos de trabajo, que se reducen a solo cinco. Es positiva porque siempre lo es cualquier limpieza burocrática que permita a los agentes económicos y sociales reducir la maraña del papeleo y aclararse mejor; en este caso, sobre la ristra de bonificaciones posibles. Pero no es extraordinaria, si se compara con los efectos aún más simplificadores del contrato único con indemnización creciente propuesto por distintos economistas y criticado por los sindicatos. Aquella simplificación viene a constituir un sucedáneo de esta y, como suele suceder con los sucedáneos, aporta menos efectos benéficos, aunque también entraña menos riesgos.

Esta noticia y la ya prevista negativa a seguir las recomendaciones del FMI de practicar adicionales reducciones salariales, que estancarían aún más el consumo, la demanda y el crecimiento, casi agotan el interés de esta sesión de balance, expresamente pedido por la Comisión Europea para poder realizar un seguimiento. Y lo agotan casi porque es difícil desentrañar cuánto hay de argumento forzado, cuánto de mejora real, cuánto de cálculo intuitivo y cuánto de justificación a posteriori en las cifras ofrecidas por una complacida Báñez, quien sin embargo alertó retóricamente contra la complacencia. Todo indica que de todo —propaganda, voluntarismo y mejoras— hay en ellas. Así, Báñez no logró explicar por qué su reforma habría evitado la destrucción de 225.800 empleos. También parece excesivo apelar al éxito de las exportaciones para afirmar que la reforma laboral “está demostrando que funciona”, pues el salto de las ventas al exterior se inició ya, y fuertemente, bajo el Gobierno anterior. Y atribuir a la reforma la recuperación de la competitividad perdida desde 2005 suena a aleatorio o subjetivo, pues las pérdidas de competividad relativa con los mejores de la UE se iniciaron mucho antes, en los primeros compases del Gobierno Aznar.

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Tiene mayor sentido destacar lo que se apunta como un cierto avance en el esfuerzo por reducir la dualidad (fijos/temporales) del mercado de trabajo, aunque se trata de cifras aún modestas para lo que se vendió como motivo esencial de la reforma, junto al de mejorar la seguridad jurídica, que no ha hecho más que empeorar. Y no hay por qué dudar de las mejoras en la flexibilidad, aunque el aumento de contratos de jóvenes puede deberse a distintas causas; así como en ciertos avances en la competitividad, no todos atribuibles al aumento del paro. Es sustancial la reducción del absentismo en un 14%, pero en ella incide tanto la angustia debida a la recesión, como uno de los excesos característicos de la reforma Báñez, las posibles penalizaciones por meras enfermedades. Tiene la razón la ministra: conviene menor complacencia. Y para ello, nada mejor que mayor modestia.

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