Magia y deporte sobre la arena
El pasado 2 de junio el estadio Demba Diop, en pleno centro de Dakar, estaba a reventar. Decenas de miles de enfervorecidos seguidores llenaban las gradas con sus bailes y sus cantos. ¿Un concierto de Youssou N’Dour? No. ¿Un partido de fútbol de los Leones de la Teranga? Tampoco. Toda esa fiebre, ese trasiego, esa agitación era para ver un combate de lucha senegalesa entre el actual rey de las arenas, Balla Gaye 2, conocido como el León de Guediawaye, y el aspirante al trono, Tapha Tine, apodado el Gigante de Baol. La enorme expectación, sin embargo, dio paso a un combate de solo 2 minutos y medio en el que Balla Gaye 2 logró conservar su cetro. Días después, su rival aseguraría que se sintió “paralizado” y que, por momentos, el León de Guediawaye era invisible a sus ojos, insinuando que fue vencido mediante las artimañas místicas de un marabú. Así es el laamb, deporte, pasión, negocio, espectáculo y una buena dosis de magia.
En los pueblos de Casamance y en las islas de la desembocadura del río Saloum la lucha senegalesa se practica desde hace siglos. Los jóvenes más fuertes del pueblo pugnan entre sí para elegir al que representará a la comunidad en los grandes combates anuales. Las mujeres cantan y los tambores suenan. Los luchadores, ataviados con el taparrabos tradicional o mbap y con sus amuletos de cuero, se convierten en ídolos locales a medida que van derribando a sus rivales, pero, para ello, necesitan contar con el poder mágico de sus marabúes que se encargan de llevar a cabo los conjuros que anularán la fuerza del contrario. El combate es, por tanto, doble. Los jóvenes se baten con cuerpo, brazos y piernas, mientras que los brujos respectivos utilizan sus fórmulas secretas, brebajes y sacrificios.
Rituales de baile y magia antes de un combate. / Foto: J.N.
Hace tiempo ya que esta vieja costumbre de los pueblos del sur se ha convertido en un auténtico espectáculo capaz de paralizar a un país, un negocio que mueve millones de euros y una cuestión de orgullo y pasión para la inmensa mayoría de los senegaleses. Cada barrio, cada pueblo, cada región anima a sus luchadores y son legión los jóvenes que sueñan con emular a las grandes estrellas del laamb (lucha senegalesa, en wolof). Estos son una auténtica élite que pueden llegar a ganar decenas de miles de euros en un solo combate, protagonizan campañas publicitarias y son invitados a fiestas y eventos por todo el país. Llegar a la cima no es fácil, pero las escuelas de lucha están siempre llenas de jóvenes dispuestos a entrenarse duro para conseguirlo.
Uno de ellos se llamaba Omar Sakho. En el humilde barrio de Guediawaye, situado en el extrarradio de Dakar, el ex campeón de boxeo de África occidental Balla Gaye había abierto una escuela de lucha. Allí, hace una década, Omar soñaba. Dotado de una increíble fuerza, un día estuvo preparado para iniciar su meteórica carrera. En homenaje a su maestro se hizo llamar Balla Gaye 2 y, poco a poco, combate tras combate, fue escalando peldaños hasta que llegó el día que le tocó batirse frente al que entonces era el indiscutible emperador de las arenas, Yahya Diop, el robusto luchador de la etnia serer procedente de Joal conocido como Yekini, el imbatible, el único que pudo derrotar a Tyson, otro histórico del laamb.
Era el mes de abril de 2012. Senegal acababa de vivir unas elecciones muy complicadas en las que el aspirante Macky Sall había logrado derrotar en las urnas al que había sido presidente durante 12 años, Abdoulaye Wade. Un nuevo aire soplaba en este país. Recuerdo que yo, ajeno a lo que estaba pasando en el estadio Demba Diop, me encontraba en un camarote del barco Aline Sittoe Diatta regresando de Ziguinchor y Dakar tras haber pasado unos días en Guinea Bissau cubriendo el último golpe de estado que había vivido este país. De repente, el barco tembló con los gritos enloquecidos de casi todo el pasaje. Les juro que pensé que nos hundíamos, que alguien había caído al agua o algo peor. Salí del camarote barruntando qué tragedia me iba a encontrar y me crucé en un estrecho pasillo con unos jóvenes que saltaban como locos. Pregunté y sólo acerté a comprender una palabra repetida mil veces: “¡Balla, Balla!”. Y ahí me cuadró todo.
El joven León de Guediawaye había destronado al emperador Yekini. Al igual que ocurriera unos días atrás en el Palacio Presidencial, el bastón de mando de la lucha senegalesa tenía nuevo propietario. Omar Sakho había alcanzado su sueño. Durante casi un año, nadie se atrevió a discutir su liderazgo. Hasta que, hace unos meses, Tapha Tine osó disputarle el trono. Como suele ocurrir cuando se desafía al campeón, la expectación era enorme. Y la batalla mística comenzó mucho antes de que los luchadores saltaran a la arena.
El primero en dar la voz de alarma fue el preparador de Tapha Tine, que encontró restos de sangre manchando su coche y delante de su casa. Sin duda, procedían de algún tipo de sacrificio llevado a cabo por el entorno de su adversario. Y el mismo día de la pelea, la sangrienta muerte de una vaca en el barrio de Medina, el barrio de Tine, a una manera nada musulmana generó una gran polémica. “No tuve nada que ver, fueron mis enemigos para perjudicarme”, aseguró luego el luchador, quien se mostró convencido de que, durante la pelea, le afectó una suerte de sortilegio: “Estaba paralizado, no podía mover los brazos, era como si tuviera un saco de arroz de 50 kilos colgado en cada uno de ellos. Y, cuando Balla quería golpearme, se volvía invisible, no podía verlo”, manifestó.
El lado mágico de la lucha senegalesa es fascinante. Durante la elaboración de un reportaje sobre el canario Juan Espino, llamado también el León Blanco, el único occidental que ha logrado colarse en la élite de este deporte, tuve ocasión de asistir a su ceremonia de preparación con un marabú. Le coge las manos, reza, le hace ducharse con aguas en las que, previamente, ha introducido papeles con frases en árabe, le santigua, le da un huevo para que lo lance a los pies de su rival antes de comenzar la pelea. Juan Espino sabe que para ser aceptado como un luchador más debe respetar la costumbre y se somete de buen grado a estas sesiones de magia. Luego, ya en la arena, se echa las aguas por la cabeza y luce, como todos, los amuletos o gri gri en torno a su cuerpo.
Con magia o sin ella, lo cierto es que Balla Gaye 2 se impuso con absoluta claridad a un desconocido Tapha Tine que apenas mostró resistencia el pasado 2 de junio y ya se prepara para luchar contra el ganador del combate entre dos serios aspirantes al título de rey de las arenas, Modou Lo y Eumeu Séne, que tendrá lugar el próximo día 30 de junio. ¿Podrá el León de Guediawaye resistir este nuevo desafío? Todo Senegal volverá a contener la respiración cuando sus ídolos vuelvan a saltar a la arena.
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