El trasfondo de la batalla
La mayoría de los votantes del PP, según las encuestas, desconfía de los cambios en la sanidad pública y en la educación
El porcentaje de españoles que culpa al Gobierno de Zapatero de la situación en que se encuentra España bajó desde un 49% en junio de 2012 a un 33% en febrero de 2013, según datos de Metroscopia. ¿Es una buena noticia para el partido socialista? Seguramente, pero es insuficiente, porque un 37% cree que comparte la culpa con el PP y solo un 24% se la atribuye en exclusiva al Gobierno de Rajoy.
“Lo que pasó, pasó, y dejó su impacto y sus sentimientos”, asegura un dirigente del PSOE. “Lo único que se puede hacer es dejar pasar el tiempo, encontrar una explicación, para nosotros mismos y para los demás, y confiar en que el desgaste paralelo que se está produciendo en el bipartidismo no nos haga más mella”. ¿Cuánto calculan que puede durar esa situación? Única respuesta: nada es eterno. Mientras tanto, buen análisis político y cuidar la imagen del PSOE como alternativa, es decir, cultivar pactos de Estado, como el firmado esta semana respecto a la UE. Aunque los pactos importantes son los que buscan acuerdos en temas de discrepancia interna y no los que certifican posiciones comunes respecto a terceros.
¿Puede el PSOE combatir el cambio radical que se anuncia, impulsado no por los votantes del PP sino por sus ideólogos?
“Nada es eterno” es precisamente la respuesta que más irrita a otro sector del PSOE, menos implicado en la gestión, para el que la solución no puede ser “dejar pasar el tiempo”, sino agitar a los militantes y simpatizantes lo más rápidamente que se pueda. Para ello, nada mejor que el instrumento de las primarias, que no quieren ver reducido a la elección de candidato a presidente del Gobierno, sino que desearían ver aplicado en la elección al Parlamento Europeo, dentro de un año. “No está previsto”, responden en Ferraz.
Unos creen que las elecciones europeas podrían ser un buen escenario para remover a esos simpatizantes, precisamente porque los ciudadanos son cada vez más conscientes de lo que se juegan en Europa. Otros estiman que todo eso no tiene que ver con unas primarias. El candidato a encabezar las listas europeas está ya decidido y no hay por qué enredar, mantienen. ¿Qué pasa si en esas primarias se movilizaran pocos votantes? ¿No partiría entonces el candidato ya en desventaja? En desventaja está ahora, sea quien sea, interpelan los críticos, muerto si no reaccionamos.
Mientras tanto, la sociedad española experimenta una transformación formidable, que no es consecuencia de un cambio profundo en la opinión pública, sino a una voluntad ideológica concreta. La mayoría de los votantes del PP, según las encuestas, desconfía de los cambios en la sanidad pública y en la educación. Cree en la separación entre Estado e Iglesia y muestra gran tolerancia frente al matrimonio homosexual y el aborto.
No son sus opiniones lo que lleva al Gobierno de Rajoy a buscar un cambio radical en el concepto de sanidad pública o de la igualdad de oportunidades en la educación. Son círculos mucho más ideologizados los que creen que la crisis es el escenario para introducir reformas que vayan a la raíz y marquen una transformación duradera. Ni tan siquiera Mariano Rajoy encarna personalmente ese ideario, sino que más bien parece flotar en el dejar hacer. No se explicarían de otra forma algunos de sus discursos, como el pronunciado esta semana en defensa de la Administración pública. “España es uno de los países con menos gasto público de toda la UE, cuatro puntos por debajo de la media”, proclamó Rajoy. “El problema de España es la falta de ingresos, que nos situó en 2012 diez puntos por debajo de la media europea”.
Con el impulso, o con la simple indolencia, de un personaje tan desconcertante como Rajoy, lo que está ante nuestros ojos es un intento de transformar el país tomando como referencia un programa ideológico y aprovechando una posición política única: mayoría absoluta en el Parlamento. ¿Cree la oposición socialista que puede combatir este plan con algún éxito? Prácticamente imposible con una minoría tan escueta, parece valorar la vieja guardia. Factible, dicen los críticos, si el PSOE fuera capaz de meter presión en las encuestas de intención de voto, si realmente el PP creyera que perder de vista el centro político es peligroso para su futuro inmediato.
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