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Bernard Tapie, la guillotina de la V República

Fue cantante, piloto de carreras, galán televisivo y hábil político La semana que viene declarará sobre un cobro de 403 millones que ha puesto contra las cuerdas a Sarkozy y a su exministra Lagarde, hoy al frente del FMI Este es el relato de cómo un chico de barrio acabó desatando el gran escándalo político y económico de la historia reciente de Francia

Bernard Tapie
Bernard Tapie, retratado en mayo de 2013. philippe laurenson (reuters)

La larga marcha de Bernard Tapie desde su infancia en los suburbios de París hasta convertirse en el protegido de dos soberanos republicanos, François Mitterrand y Nicolas Sarkozy, daría para una novela de misterio y terror. Tapie nació en 1941 en el distrito XX, el noreste pobre de la capital, hijo de un tornero fresador y de una cuidadora de personas enfermas, pero cuando hacía el servicio militar decidió cambiar de clase social y se lanzó a ejercer un número notable de oficios. Guaperas, histrión, directo y sincero, en su primera vida fue cantante sin fama (nombre artístico: Bernard Tapy), piloto de fórmula 3 (lo dejó tras un accidente que, según la leyenda, le tuvo una temporada en coma), vendedor de televisores, pionero en reflotar empresas en suspensión de pagos y popular animador de programas de televisión —en 1984 los jóvenes le eligieron “personalidad del año”, y las mujeres, el “francés más seductor”, tras Alain Delon.

En los años ochenta, Bernard Tapie (más conocido por su apodo, Nanard) se dedicó al deporte, la política y la comedia. Montó el equipo ciclista La Vie Claire, con el que Hinault ganó su quinto Tour, y se compró el moribundo Olympique de Marsella, al que hizo cuatro veces campeón de Liga y una vez campeón de Europa, en 1993, batiendo en la final al Milan de Silvio Berlusconi, el prototipo de magnate vulgar que iluminaba la ambición de Nanard.

Tras amasar una de las 20 mayores fortunas del país, Mitterrand se fijó en él para tratar de domeñar el ascenso de Jean-Marie Le Pen en el sur del país. Tapie se presentó a las legislativas de 1988, ganó por sorpresa su escaño en Marsella y siguió con sus negocios. En 1991 compró la compañía alemana Adidas, líder mundial de ropa deportiva, que estaba al borde de la quiebra por sus altos costes de producción —Alemania era entonces el enfermo de Europa—. Tras deslocalizar fábricas en Asia y modernizar la marca, Adidas volvió a dar beneficios en 1993. Un poco antes, Mitterrand le había ofrecido un puesto en el Gobierno de “la apertura” y el playboy de la gauche radical dio el salto a la alta política.

Para alejar el fantasma del conflicto de intereses y poder ser ministro de la Ciudad (barrios pobres), Mitterrand le obligó a vender su participación en Adidas. Nanard confió la operación al banco semipúblico que históricamente le había financiado sus maniobras, Crédit Lyonnais (CL).

En ese momento nacía el escándalo político-económico más brutal, enrevesado y duradero de la V República.

Nicolas Sarkozy y Christine Lagarde, en enero de 2012.
Nicolas Sarkozy y Christine Lagarde, en enero de 2012.FRANK PREVEL (GETTY)

Crédit Lyonnais vendió las acciones de Tapie a un empresario llamado Robert Louis-Dreyfus. Y aunque obtuvo un sobreprecio, evitó comunicar ese detalle al antiguo propietario. Tapie supo que CL había ocultado las plusvalías en paraísos fiscales y denunció al banco en los juzgados. Era 1996, y el CL acababa de evitar la quiebra, así que el Estado montó un banco malo, el Consorcio de Realización (CDR), para gestionar los activos dudosos: era dinero público lo que estaba en juego.

En 2005, tras nueve años de batalla judicial, el Tribunal de Apelación de París condenó al CDR a pagar 135 millones de euros de daños más intereses a Tapie. Pero un año después, el Supremo anuló la sentencia y dio la razón al CDR. En 2007, Tapie hizo una jugada maestra. En plena campaña electoral, cuando la pugna entre Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal parecía más incierta, el mediático Nanard pidió el voto para el candidato conservador.

Sarkozy gana las elecciones, y Tapie propone que su litigio sea juzgado por un tribunal de arbitraje privado, aduciendo que así se zanjará “más deprisa”. El banco malo acepta, y el Ministerio de Economía, liderado por Christine Lagarde, hoy directora gerente del Fondo Monetario Internacional, da la luz verde oficial al proceso de mediación.

La decisión es llamativa, porque los arbitrajes privados no suelen resolver casos juzgados por tribunales ordinarios, y menos si el pleito afecta al Estado. Pero Economía ordena formar un colegio de tres jueces, y este da la razón a Tapie en julio de 2008. La sentencia condena al CDR a abonar al empresario 403 millones de euros brutos, incluidos los intereses y 45 millones por daños morales. Tras descontar impuestos y gastos, Tapie recibe el dinero y procede a gastárselo con su alegría habitual.

La decisión escandaliza a una parte de la ciudadanía, pero Lagarde no recurre el fallo. La oposición socialista monta en cólera y exige una comisión de investigación. La comunión de intereses entre Tapie y Sarkozy es notoria, y las sospechas de trato de favor, un clamor. Ante el Parlamento, la teniente Lagarde defiende la honra de su general, jura que tomó la decisión “por propia apreciación” y añade que jamás recibió “instrucciones o presiones del Elíseo”.

"Utilízame"

Christine Lagarde fue ministra de Economía en el Gobierno conservador de Sarkozy entre 2007 y 2011, año en que fue nombrada directora gerente del FMI. El pasado 20 de marzo, la policía registró su piso en París y halló, entre otros documentos, una carta a Sarkozy que reproducía  Le Monde el pasado lunes: "Estoy a tu lado para servirte", decía la misiva. "Utilízame mientras te convenga y convenga a tu proyecto y tu casting". 

Mientras tanto, la justicia se activa otra vez. En abril de 2011, poco antes de que Sarkozy elija a Lagarde para sustituir al defenestrado Dominique Strauss-Kahn al frente del FMI, el Partido Socialista denuncia a la ilustre abogada ante la Corte de Justicia de la República (CJR), competente para juzgar a los ministros, tras conocer un durísimo documento del fiscal del Supremo.

La fiscalía acusa a Lagarde, conocida como “La Gran Dama” por sus colaboradores en Bercy, de haber “elegido la mediación privada frente a la vía judicial”, de “no recurrir el fallo pese a que diversos especialistas así lo aconsejaron”, de “actuar contra el interés público”, de “conocer la parcialidad de dos de los tres árbitros” y de “modificar el protocolo para incluir la figura del daño moral”, lo que favoreció aún más a Tapie.

En agosto de 2011, la CJR abre una investigación a Lagarde, y la fiscal Cécile Petit sostiene que la exministra avaló “personalmente” un arbitraje lleno de “anomalías e irregularidades”. Acusación: complicidad en malversación de caudales públicos y en falsedad.

Tras unos meses de calma tensa, los socialistas ganan las presidenciales de 2012. Y en enero de 2013 el caso sufre una brusca aceleración. La policía registra las casas de Tapie y de otros sospechosos. Luego, la CJR ordena registrar el piso de Lagarde y la cita a declarar como sospechosa el 23 de mayo. La imputación de la directora del FMI parece segura, pero después de 24 horas de interrogatorio sale casi ilesa, declarada “testigo asistida”. Una solución salomónica, deseada por François Hollande en nombre del prestigio internacional de Francia: no exculpa definitivamente a Lagarde, y permite a París, a los jueces y al FMI ganar tiempo antes de repetir el bochorno de mayo de 2011, cuando la foto de DSK esposado dio la vuelta al mundo. El contrato de Lagarde con el Fondo le compromete a “respetar las reglas más elevadas en materia de ética, de acuerdo con los valores de integridad, imparcialidad y discreción”, y a “evitar incluso la apariencia de cualquier mala conducta”. Pero el consejo del FMI le da su apoyo.

A medida que el cerco judicial se estrecha sobre la cúpula del Estado sarkozysta, los implicados empiezan a cantar contra los demás y las cartas se van desvelando. Le Monde, que accede a los dos sumarios abiertos —el de la CJR y el de la justicia ordinaria—, publica una carta manuscrita de Lagarde, hallada en el registro de su casa y dirigida a Sarkozy, en la que la exministra declara su “inmensa admiración” a su jefe y le dice, entre otras lisonjas: “Estoy a tu lado para servirte. Utilízame”.

Tapie, en un juzgado en octubre de 2005.
Tapie, en un juzgado en octubre de 2005.CHARLES PLATIAU (REUTERS)

No se sabe si Lagarde envió la misiva, y tampoco cuándo la escribió, pero lo relevante es la actitud: entrega incondicional, sumisión y fidelidad eterna. En su declaración, Lagarde exculpa a Sarkozy y culpa —contra lo afirmado ante el Parlamento— a su ex jefe de gabinete, Stéphane Richard, al que acusa de haberle ocultado información fundamental e incluso de haber firmado algunos papeles sobre el caso con su sello oficial cuando ella no se encontraba en el ministerio: “Debí ser más desconfiada”, admite la patrona del FMI con conmovedora candidez.

Como resultado de su declaración, su antiguo número dos pasa a ser el sospechoso número uno y el funcionario de más alto rango inculpado por los jueces. El 12 de junio, Richard es imputado por “estafa en banda organizada” tras pasar dos días y una noche detenido. Con él caen otros dos peces medianos: Pierre Estoup, que fue el presidente del comité arbitral y redactó el fallo, y Jean-François Rocchi, el exresponsable del banco malo que pagó a Tapie los 403 millones.

El sumario afirma que Richard fue la correa de transmisión entre el Elíseo, Bercy y el tribunal privado; el hombre que recibía las órdenes de Sarkozy y de su mano derecha, Claude Guéant, y el que convenció a Lagarde para que aprobara el arbitraje. Aunque Richard jura que se limitó a cumplir órdenes de Guéant y Lagarde, los jueces saben que Sarkozy le premió en 2009 con un alto cargo en France Telecom y le nombró en 2011 presidente ejecutivo de Orange, la nueva marca del gigante de las telecomunicaciones.

El diseño de la operación, dice el sumario, partió de la cúpula de la República y se extendió hacia abajo

Abrumado por la dimensión del caso, el Ejecutivo socialista, que tiene una participación del 27% de Orange, apoya la continuidad del presidente acusado de estafa y se persona como parte civil en el proceso, a la espera de que los jueces terminen el trabajo. El sumario afirma que el diseño de la operación partió desde la cúpula de la República y se extendió hacia abajo en estricto orden de jerarquía: Sarkozy y Claude Guéant, secretario general del Elíseo, tomaron la decisión política. Richard y Rocchi fueron los arquitectos. Y como maestros de obra actuaron Estoup y el abogado de Tapie, Maurice Lantourne, en cuyo ordenador ha aparecido una nota sobre el arbitraje dirigida a… Christine Lagarde.

La pregunta de los 403 millones es: ¿acabará el escándalo con la imputación de Lagarde, Guéant, Sarkozy y el propio Tapie, o se comerán la tostada los segundos y terceros espadas?

Lagarde puede ser inculpada si aparecen nuevos indicios, aunque hoy día no parece probable. En cuanto a Guéant, su imputación parece inminente: según Richard, la orden directa del arbitraje se la dio Guéant a él mismo y a Rocchi durante una reunión celebrada en el Elíseo en julio de 2007, a la que también asistió Tapie, quien despachó en palacio con Sarkozy un poco antes esa mañana…

El futuro del exjefe del Estado, protegido por la inmunidad que cubre los actos cometidos durante el ejercicio del cargo, es un enigma. Los jueces saben que Tapie visitó 22 veces el Elíseo entre 2007 y 2008, aunque el empresario asegura que jamás habló de lo suyo con Sarkozy. Su amistad se ha probado por distintas vías, como una nota enviada por el expresidente a la muerte del padre de Tapie con la rúbrica: “Tu amigo”. Un testigo, exconsejero de la banca suiza Reyl, ha declarado que Tapie le contó antes del fallo que Sarkozy le debía un favor por haberle dado su apoyo en las presidenciales y que le había prometido que “el arbitraje le sería favorable”. “Me darán una suma enorme”, afirmó Tapie, según el banquero.

La policía, según fuentes citadas ayer por France Press y Reuters, ha llamado a Tapie a declarar la semana que viene. La historia, sin duda, continuará.

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