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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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El legado del samurái, cuatro siglos después

En 1613 partió de Japón con destino a España el noble Hasekura Tsunenaga para conseguir apoyo militar y naval de la entonces mayor potencia del mundo. La misión no consiguió sus objetivos, pero dejó huella

EVA VÁZQUEZ

Conocí a la discreta y principesca Naomi Kato en la Casa de América, el principal centro cultural iberoamericano de la capital de España, allá por el mes de octubre de 1996. Estaba entonces completando su formación hispánica para así, como novel diplomática de su país, Japón, mejor servir a las relaciones entre éste y las naciones iberoamericanas. La conversación y mi interés por la historia llevó a Naomi Kato a contarme un episodio magnífico y muy poco conocido de las relaciones históricas hispano-japonesas, un episodio en el que, por circunstancias extraordinarias de la vida, ella se había visto profunda y definitivamente envuelta: el de la embajada de Hasekura Rokuemon Tsunenaga, ahora denominada Embajada Keicho por haber tenido lugar en el año decimoctavo de la era japonesa del mismo nombre. Ésta es, muy brevemente, la sorprendente historia, una historia que ya fue en parte novelada por el escritor japonés Shusaku Endo.

En el año de 1613 partió del puerto japonés de Sendái, en un galeón de diseño y tecnología españoles, con destino a España, el noble japonés Hasekura Tsunenaga. Cristiano católico y embajador del señor del feudo de Bojú, Date Masemune, Hasekura iba acompañado del franciscano español Luis Sotelo y de un numeroso séquito de samuráis y comerciantes nipones. El objeto oficial de su misión era establecer relaciones políticas y comerciales con la Corona de España y lograr su ayuda para, entre otras cosas, impulsar el cristianismo en su país.

El séquito nipón pasó una larga estancia en México, la Nueva España, para, tras cruzar las montañas y desiertos de ese país, embarcarse hacia la vieja no sin antes hacer escala en la gran antilla de Cuba. El cinco de octubre de 1614 la embajada japonesa llegaba a Sanlúcar de Barrameda. Sin embargo, mucho habían cambiado las circunstancias desde su ya lejana partida de Cipango.

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Japón vivía en los primeros decenios del siglo XVII un proceso de fuerte controversia religiosa y de reordenación política del país. El cristianismo, presente en la isla desde mediados de la anterior centuria precisamente por iniciativa del jesuita español Francisco Javier, tenía ya una fuerte implantación en el país asiático. Algunos dirigentes japoneses pensaron entonces que la religión cristiana podía ser una primera punta de lanza de una proyectada conquista española o ibérica o, cuando menos, de un plan de control y mediatización política y económica de la isla japonesa por parte de las potencias occidentales. Además, el país se hallaba en un momento de desgarradoras luchas intestinas entre señores feudales y poderes centrales por el control del Shogunado.

Durante el tiempo que duró el viaje, la religión cristiana fue proscrita en el país del Sol Naciente

Fue en ese cambiante e inestable contexto cuando uno de los grandes señores feudales, Date Masemune, envió con el permiso del shogún retirado Tokugawa Ieyasu la embajada Keicho, o Hasekura. Los historiadores coinciden en señalar que lo que se buscaba claramente era la transferencia de tecnología militar y naval de la entonces mayor potencia del mundo, España, para hacer fuertes las aspiraciones del señor de Bojú. Así, el proponer a Su Majestad Católica Felipe III la cesión de algunos medios para ayudar a la causa cristiana era, en principio, una estrategia lógica dentro de la pugna política y religiosa que se vivía en la isla del Sol Naciente.

Sin embargo, paradojas de la Historia, la misión de Hasekura Tsunenaga perdió su sentido antes incluso de llegar a su destino: la religión cristiana había sido prohibida y proscrita en el Imperio japonés precisamente durante el tiempo en que transcurría su viaje. Por otro lado las noticias contradictorias llegadas a la Corte española desde la Capitanía General de Filipinas sobre la situación y la estructura interna del Japón, y sobre la coyuntura del cristianismo en ese país hicieron que la posibilidad de una ayuda material fuese desestimada. También la legación diplomática fue considerada como de rango menor por no proceder clara y directamente del Emperador o del Shogún, sino de uno de sus vasallos, el citado señor de Bojú. Tampoco pasaron por alto las autoridades españolas el peligro objetivo que podía suponer para las posesiones hispanas en el océano Pacífico la transferencia de tecnología militar y naval a un pueblo fuertemente organizado y de gran tradición guerrera.

Los vínculos diplomáticos que surgieron con esa embajada fueron intensos durante una centuria

Hasekura y su séquito fueron protegidos y conducidos por las autoridades españolas que, tras aceptar la concesión de audiencia del legado japonés por parte del Rey, facilitaron y financiaron también su traslado a la Corte papal donde fueron recibidos por el Pontífice. Finalmente y tras muchos y denodados esfuerzos la comitiva japonesa emprendió el regreso a su país no sin antes hacer una nueva y necesaria escala en España. Sus objetivos no fueron logrados: los vientos de la Historia soplaban en muy diferente dirección.

Sin embargo, de su estancia en España y particularmente de su paso por la localidad sevillana de Coria del Río ha quedado un patrimonio histórico singular. Un legado genealógico y cultural excepcional que conservamos en la existencia y profusión del apellido Japón entre muchos de sus habitantes. Un claro recuerdo del grupo de nipones samuráis que decidió establecerse en España y no atravesar nuevamente dos inmensos océanos.

Este patrimonio histórico compartido hispano-japonés representado por el legado de la Embajada Hasekura en sus diversas manifestaciones comenzó a ser reconocido y divulgado en tiempos relativamente recientes con ocasión de la conmemoración en 1989 del cuarto centenario de la refundación de Sendái, el puerto japonés del que partió Hasekura en octubre de 1613 y que muchos recordarán hoy por las terribles consecuencias que sufrió a causa el maremoto desencadenado en 2011. También en los últimos decenios se han sucedido diversos actos recordatorios y conmemorativos de aquella misión diplomática destacando la mención realizada a su directa relación con el apellido español “Japón” con ocasión de la visita del Príncipe Naruhito a la Exposición Universal de Sevilla; o la erección en Coria del Río de una estatua de Hasekura Tsunenaga, réplica de la que se encuentra en Sendái. En octubre de 1996 el embajador japonés en España nombraba simbólicamente embajadores honorarios de Japón en España a las personas apellidadas Japón. El “legado Hasekura” comenzaba a ser recuperado.

La Embajada Keicho-Hasekura enviada a Felipe III constituye una de las más antiguas vinculaciones diplomáticas de Japón con Occidente: una misión anterior fue enviada al también Rey español Felipe II en las postrimerías del siglo XVI. Durante una centuria, entre 1540 y 1630 aproximadamente, las relaciones entre las dos potencias ibéricas, España y Portugal, y Japón, fueron además de intensas las primeras mantenidas por el país oriental con Occidente. Esa antigua y fructífera relación (hasta el voluntario aislamiento nipón a partir del segundo tercio del siglo XVII) no quedó restringida a la dimensión evangelizadora sino que se extendió a múltiples facetas técnicas, culturales, idiomáticas, comerciales y hasta gastronómicas. Algunos autores opinan, por ejemplo, que la introducción de arcabuces por las potencias ibéricas fue decisiva para acabar con la anárquica situación y para lograr la estabilización política interna del Japón. Más de trescientos años después, es bien sabido, Japón volvió a abrirse al mundo pero esta vez de la mano y la presión de las potencias occidentales anglosajonas. Desde entonces y hasta hoy pocas personas e instituciones en España y en Japón han recordado la fructífera relación que nos vinculó durante un siglo, y la primacía hispánica, en Occidente, en mantener relaciones oficiales y extraoficiales con el país del Sol Naciente.

Vuelvo ahora al inicio de mi historia. Como guiada por una suerte de espíritu invisible, por una atracción no explicada, Naomi Kato, católica por tradición familiar en un país mayoritariamente budista y sintoísta, decidió estudiar Cultura y Literatura Hispánicas en la Universidad al acabar el bachillerato. Durante ese tiempo de instrucción tomó también la decisión de escoger México (el primer país hispánico que pisó Hasekura) para, durante un año de estudio, conocer directamente el mundo y la lengua hispánicos. Al acabar la licenciatura se presentó a la oposición para la carrera diplomática de su país y, como nueva funcionaria especializada en el mundo de lengua española, fue destinada a España con el objeto de aumentar su bagaje formativo durante dos años más antes de tomar posesión de su primer destino oficial. Como lo fue Hasekura, también es Naomi Kato diplomática, y, como aquél, también fue enviada a España.

No eligió Naomi cualquier lugar de nuestro país sino que, una vez más guiada por ese “instinto”, se instaló durante su primer año en Sevilla, muy cerca de la villa de Coria del Río donde al menos cinco samuráis de aquel memorable séquito decidieron aposentarse definitivamente. Fue en realidad entonces cuando Naomi Kato, que si utilizase la regla española de llevar también el apellido materno sería Naomi Kato Hasekura por pertenecer al mismo linaje que el ya inmortal embajador, conoció la directa relación entre el apellido español Japón y la misión de Tsunenaga. Ni que decir tiene que, encontrándose todavía la joven en periodo preferentemente formativo, la embajada japonesa en Madrid la comisionó también obviamente para algunas actividades representativas y conmemorativas de aquella antigua misión del señor de Bojú.

Había que articular y asegurar ese legado, rico en cultura, en historia y en ciudadanos españoles con apellido Japón. Con la iniciativa de Naomi K. Hasekura y el impulso de un gran defensor y promotor de este patrimonio, el coriano Virginio Carvajal Japón que en paz descanse, me cupo la satisfacción de contribuir a la articulación formal de la Asociación Hispano-Japonesa Hasekura. Hoy, bajo la presidencia honorífica de S. A. R. el Príncipe de Asturias y de S. A. I. el Príncipe Heredero de Japón, y con motivo de los cuatrocientos años de la Embajada Keicho-Hasekura, se pone felizmente en marcha el Año Dual España-Japón.

Todavía parece que el espíritu de Tsunenaga continuó influyendo en la trayectoria de su incomparable y lejanísima “sobrina”, y el primer destino oficial de ésta fue la bellísima Isla Española, la actual República Dominicana cuyas costas pudo muy probablemente divisar el embajador de Date Masemune durante su travesía hacia España. A todo esto recuerdo la profunda y mística puesta de sol que con la embajadora Hasekura pude admirar allí desde los restos de La Isabela, el primer asentamiento español y europeo en América. Desde ese lugar, el sol, poniente, nos indicaba la ruta del embajador inmortal y la situación del país que en todo el mundo es llamado del Sol Naciente.

 F. Álvaro Durántez P. es jurista

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