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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guerra de paneles

El conflicto comercial de la UE con China está abocado a resolverse en una tortuosa negociación

Europa y China han abierto un súbito enfrentamiento comercial después de que el comisario europeo de Comercio, Karel de Gucht, acusara a las empresas chinas de vender paneles solares en Europa a un precio inferior nada menos que en el 88% a los estándares de costes. Según estos cálculos, sería uno de los mayores casos de dumping (venta por debajo de costes para ocupar mercados) de la historia. En consonancia con la gravedad de la denuncia, la Comisión anunció la aplicación paulatina de aranceles a dichos paneles y Pekín contraatacó de inmediato. Anunció una investigación sobre el vino que vende Europa en China, también por supuesto dumping y por percibir ayudas públicas o subsidios.

Es un enfrentamiento clásico en torno a productos de alta tecnología (los paneles solares) que estalla cuando la entrada de productos competitivos, sea por dumping directo, sea por reducción masiva de costes laborales, en un área económica amenaza con arruinar a las empresas de la zona. El comisario De Gucht lo explicó con claridad: “Hay 25.000 puestos de trabajo en juego”. Y como suele suceder en este tipo de tensiones, la UE y China están condenadas a entenderse tras las fintas de tanteo que son de rigor en todo combate. Porque los intereses europeos en China son de gran envergadura, igual que los chinos en Europa. El negocio global no se puede estropear por un desequilibrio parcial.

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El primer movimiento de la Comisión de Comercio es correcto, casi de manual. Anuncia una torsión arancelaria paulatina, con la esperanza de que tarde o temprano (en todo caso cuando el arancel arruine las ventas chinas) Pekín se avenga a negociar. En estas primeras fases pueden darse movimientos de retorsión (caso del vino); pero un acuerdo final es prácticamente ineludible. Salvo que el enfrentamiento se degrade por la irrupción de otros factores ajenos a los intereses comerciales.

En todo caso, conviene apuntar dos hechos relevantes. El primero es la rapidez de la respuesta china, signo inequívoco de que la posibilidad de conflicto se tenía como muy probable desde mucho tiempo atrás. El segundo es el extraño nerviosismo de algunos países europeos, como Francia, que piden negociaciones inmediatas para cerrar el amago de guerra comercial. Petición comprensible desde el punto de vista exclusivo de los intereses franceses y de otros socios europeos, pero que exhibe una notable debilidad negociadora.

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