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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Democracia interna

Atajar el malestar hacia los partidos políticos exige atender las peticiones de reformarlos

Diversas plataformas surgidas en la sociedad civil piden una reforma que mejore la democracia interna de los partidos y la transparencia de sus fuentes de financiación. Desde las críticas formuladas en su día por el movimiento 15-M, que no ha dado el paso de participar en el sistema representativo, hasta iniciativas recientes de grupos de intelectuales y profesionales, el nuevo clima refleja el malestar ciudadano hacia los partidos más importantes, a los que considera responsables de la crisis. Merece la pena que las Cortes aborden cambios de regulación que impulsen la reforma de esas organizaciones.

No es que los partidos carezcan de legitimidad: se la han ganado en las urnas, pero hay razones para afirmar que casi todos tienden a funcionar como estructuras profesionalizadas y poco atentas a la rendición de cuentas. En los primeros años de la democracia eran frecuentes los congresos de los partidos; ahora las convocatorias suelen alargarse tres o cuatro años, con la consiguiente extensión del mandato de los dirigentes. Se designa por cooptación a candidatos a cargos representativos, un mecanismo que, combinado con el de listas cerradas y bloqueadas, otorga a las direcciones un poder desmesurado. De ahí la reivindicación de primarias para designar a los aspirantes a puestos electivos, y de listas abiertas o elección de una parte de los diputados en distritos uninominales, de forma que el ciudadano tenga algo más que decir sobre sus representantes. Tampoco es aceptable el vaciamiento de los parlamentos internos de los partidos, por medio de su masificación (el Comité Federal del PSOE se compone de varios cientos de personas, y todavía es más numerosa la Junta Directiva del PP), más el espaciamiento de las reuniones. Y de ningún modo puede consentirse que continúe la opacidad sobre los ingresos y gastos de los partidos políticos, favorecedora de la corrupción.

Es cierto que el Gobierno tiene por delante un panorama nada halagüeño en la política económica, lo cual hace difícil que el PP se interese por una agenda reformista de política interna. El PSOE es algo más sensible porque arrastra el efecto del desplome electoral de 2011. En todo caso, la supervivencia de los aparatos partidistas no es un objetivo democrático: lo que importa es revitalizar el sistema representativo, que sigue siendo la mejor opción frente al caudillismo o los antisistema.

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