El peso de la mediocridad
La universidad es fiel reflejo de la sociedad, que desprecia el conocimiento
La universidad y la investigación no forman parte de nuestro orgullo patrio. Sólo la fama, que alcanzan por ejemplo algunos futbolistas y personajes de insulto fácil, parece producir dinero y la investigación científica, al no poseer valor comercial, recoge indiferencia.
Ahora salen a menudo a la luz noticias sobre la fuga de talentos y la emigración de jóvenes científicos a países con más recursos y mejores oportunidades. Y es verdad que la crisis y los recortes pueden destruir centros de investigación que costó mucho levantar y bloquear la necesaria renovación. Pero la universidad y la investigación son el fiel reflejo de la sociedad y no pueden ser una isla de excelencia en un mar de mediocridad y de desprecio al conocimiento. Y de eso hay mucho entre nosotros y especialmente entre los privilegiados que nos gobiernan.
La enseñanza y la investigación son las dos funciones básicas y complementarias de la universidad y es muy difícil enseñar en el nivel universitario sin las ideas y hallazgos proporcionados por la investigación. Las universidades españolas, sin embargo, no necesitan competir para conseguir los mejores profesores e investigadores. La mayoría de los profesores, además, somos funcionarios con puestos vitalicios y se suele llegar a esa meta en la ciudad propia, con los amigos bien cerca, ante los que nunca hay nada que demostrar. Cuando había dinero y los contratos abundaban, era poco común incorporar a gente de fuera, rivalizar por los mejores, seleccionar al personal sobre la base del mérito y de la calidad. La excelencia, el mejor candidato, siempre estaba, casualmente, en la universidad o centro de investigación que convocaba la plaza. No hace falta insistir sobre las consecuencias negativas de la endogamia y el anquilosamiento que ha generado.
El mejor candidato siempre estaba, casualmente, en el centro que convocaba la plaza
¿Cuánto dinero se invirtió –derrochó- siguiendo esa idea asombrosa y peregrina, defendida con ahínco por los alcaldes y políticos locales, de que cada capital de provincia debía tener su universidad, con campus, si era menester, en otros pueblos de la región? Lo de menos era saber si podía haber en esos lugares buenos profesores, buenas bibliotecas y laboratorios y estudiantes en el futuro. Era una mirada a corto plazo, para obtener beneficios políticos inmediatos, con un desconocimiento absoluto de lo que significaba organizar una universidad. Sin financiación y sin buenos servicios, con bibliotecas y laboratorios rudimentarios, no hay universidad. Es una caricatura.
Hace unos días nos enteramos de que el Rey renunciaba a disfrutar del Fortuna y los medios de comunicación recordaban los 3.500 millones de pesetas que costó ese yate, aportados por el gobierno balear y por un grupo de empresarios. Era el año 2000. Todo parecía normal. Pero en España, los mismos empresarios que recolectan todo el dinero del mundo para un lujoso objeto de recreo, son incapaces de financiar investigación, desarrollo y aportar medios, con similar espíritu filantrópico, a la educación. Se echa toda la culpa a los políticos, el objetivo más fácil, que, efectivamente, regatean todo el prepuesto que pueden a la universidad y a la investigación, e interfieren, a golpe de decreto y reforma de las reformas, en el gobierno de los centros de enseñanza superior. Poco se exige, no obstante, de un sistema empresarial y financiero montado para el beneficio fácil y el pelotazo. Una manifestación más del desprecio que este país muestra hacia la investigación y los méritos obtenidos a través del estudio.
Los empresarios capaces de recolectar dinero para el yate del Rey son incapaces de financiar investigación
La tan cacareada marca España, en suma, nunca ha tenido que ver nada con la investigación y la educación, que deberían ser tratadas con más medios y esmero, con la vista a largo plazo y no para recoger sólo frutos inmediatos. Para sobrevivir, cualquier órgano o institución social necesita que los jóvenes reemplacen a los mayores, que surjan nuevas voces en la elaboración de ideas y alternativas. Se habla mucho de los que se van a Alemania, de la generación más preparada, pero se olvida que la formación es otra cosa, que no sólo consiste en adquirir crédito profesional a través de un título.
La educación significa el desarrollo integral de los individuos, más allá de la preparación profesional y las consideraciones materiales, algo que incluye necesariamente comprender la naturaleza de las cosas y el mundo que nos rodea. La educación es una guía imprescindible para captar los entresijos de la sociedad tan compleja que hemos creado y revisar, con el auxilio de la investigación exhaustiva, las ideas aceptadas. Los estudiantes españoles son, en general, muy poco exigentes y para una buena parte de ellos, la universidad es una continuación del Bachillerato: hacen decenas de exámenes, en los que reproducen los contenidos adquiridos en clase, con varias convocatorias para aprobar una asignatura; raramente intervienen en seminarios o debates orientados por profesores y su conocimiento de otras lenguas y culturas es bastante deficiente.
Y aunque en la educación y en la investigación no se encuentran la solución a todos los males sociales, la buena formación intelectual y profesional siempre ha identificado a las sociedades más avanzadas. No puede haber entre nosotros mucha nostalgia por tiempos pasados mejores, porque ahí están los resultados, pero con los actuales gobernantes, los recortes y sus maravillosas recetas para salir de la crisis, hay todavía menos razones para el optimismo.
Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.
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