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Columna
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El deslugar

La regresión que estamos viviendo en España presenta esa dimensión estética: la avalancha de lo feo

Manuel Rivas

Chagall se sumó con ilusión a la revolución soviética en sus primeros tiempos. Abrió gratis a la gente su taller artístico y hombres y mujeres pintaron caballos de colores para engalanar los balcones el primero de Mayo. Pero al año siguiente, los burócratas trasladaron al pintor la consigna de que en lugar de caballos en las pancartas deberían figurar los retratos de los nuevos dirigentes, con trazos monocromos y el rictus grave de la mirada histórica. La multitud coreaba los nombres de los rostros severos, pero los ojos añoraban los caballos de colores. En La vida simple, Sylvain Tesson, lanza una tesis inquietante: “La avalancha de los pueblos hacia lo feo fue el principal fenómeno de la mundialización.” La regresión que estamos viviendo en España presenta también esa dimensión estética: la avalancha de lo feo. En la pobreza, el tamaño de la fealdad es pequeño. La gran fealdad cuesta una pasta. En todos los registros de mansiones y guaridas de corruptos hay una coincidencia: aparecen piezas de animales disecados. Los cadáveres de los caballos de colores. No me extraña que la nueva insurgencia artística elija como materia prima las boñigas. En los centros financieros de las ciudades habría que erigir grandes monumentos de excrementos. La modesta utopía de la transición era transformar el deslugar inhóspito y feo en un lugar amable, cívico, de política decente, preservada de los depredadores. Pero esa laboriosa tarea está siendo destruida cada día por la avalancha de lo feo, en un proceso de deforestación mental, que parece ir ocupando todo. Hay incluso quien pone los huevos para que el futuro sea el kitsch de Aguirre y su capitalismo caníbal. Por eso el 2 de Mayo ya lo han celebrado jubilando a la fuerza a 700 médicos en Madrid. Solo un gran pacto, que incluya a catalanes y vascos, puede frenar el dopaje de España como un deslugar.

 

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