Sobre lo insoportable
El goteo de chifladuras de los dirigentes políticos empieza a ser una plaga
Me parece extraordinario que el jefe de un partido europeo con ambiciones de gobierno dijera que él era “un anticapitalista radical”. Al principio, cuando me lo comentaron, no podía creerlo. Luego lo comprobé en Internet, aunque no es el mejor lugar para adquirir seguridades. En efecto, al parecer Rubalcaba dijo ser un anticapitalista radical, como Kim Il Sung, pero luego matizó que se refería “al capitalismo especulativo”. Y eso acabó de hundirme en el desconcierto porque no creo yo que por el momento haya otro capitalismo que el especulativo. De modo que, o bien Rubalcaba no sabe lo que quiere decir la palabra “capitalismo”, o bien pertenece a una etapa arcaica del capitalismo, digamos que a la fisiocracia, y sigue creyendo que la riqueza son las fincas rústicas.
No mucho más tarde hube de constatar nuevamente por Internet otra frase del futuro presidente socialista de España. Esta vez había dicho que para acabar con el dinero negro “habría que prohibir los billetes de 500 euros”. Pregunté por aquí y por allá y todo el mundo aseveró que en efecto Rubalcaba había soltado esta frase, aunque nadie, ni siquiera sus más leales partidarios, entendía el sentido. ¿Habría que ir recogiéndolos de uno en uno y casa por casa? ¿O simplemente se anulaban por decreto en el continente? Una vez más, ¿qué cree Rubalcaba que es el dinero? ¿Una “cosa”? ¿Algo que se limpia con detergente y que se pone encima del piano? ¿Algo que se saca a pasear o se guarda en un armario?
Tras esta segunda declaración de Rubalcaba comprendí que, o bien el PSOE está persuadido de que sus posibles votantes son lelos, o bien estamos ya ante la candidatura de un Beppe Grillo a la española, o sea, a lo Paco Martínez Soria, lo cual, sin duda, puede traer mucho rendimiento en las próximas elecciones, pero entonces quizás el PSOE debería presentar a Leire Pajín, que hace mejor de característica. El PSOE cree que va a ganar algún voto entre la juventud soltando bravuconadas de patio de colegio, pero solo consigue ir perdiendo a los que ya llegaron a la edad de la razón.
Los medios asumen
como propias las
majaderías de un
partido o de otro
No obstante, el goteo de chifladuras que vienen teniendo lugar en los últimos meses está a punto de convertirse en una plaga. Todo empezó cuando el presidente de los catalanes, Artur Mas, dijo que convocaba elecciones para conseguir una mayoría aplastante, brutal, terminante, heroica. Algo que permitiera poner a Cataluña en el concierto de las más grandes naciones con equipo de fútbol. Tras comprobar que había perdido un montón de escaños y que los resultados eran un desastre, saludó al público barretina en mano y se felicitó del éxito obtenido por el chiste. Fue como si a partir de ese momento la política española se entregara a la Banda del Empastre.
Con una izquierda perfectamente lobotomizada y una derecha que solo vive para conservar los privilegios de los cientos de miles de parásitos que impiden cualquier acción eficaz de la Administración, especialmente en el terreno de las grandes compañías, quedaba la posibilidad de tirarse al monte, pero tampoco. La extrema izquierda se divide entre los que imitan el modelo argentino y venezolano, lo cual es elegir una ejemplaridad política perfectamente hidrocefálica, y los que defienden el derecho de los alcaldes a robar en supermercados y están dejando Andalucía en los huesos. Elegir entre Verstrynge y el alcalde de Marinaleda no es tarea fácil ni siquiera para la prensa deportiva.
Para mejorar y clarificar esta situación los medios de comunicación han asumido como propias las majaderías de un partido o de otro. Para defenderse, los lectores, si pueden, se refugian en la patafísica, o sea en una señora que se filmó a sí misma en agitada masturbación y fue defendida por las derechas e izquierdas apelando al “derecho a la intimidad”. No recuerdo yo que apelaran tanto a ese derecho cuando se difundió otro vídeo, el de un probo director de diario, más imaginativo y menos pornográfico que el de la concejala. Tampoco he observado que apelen al derecho de los votantes a que sus elegidos no sean tan memos como para filmarse a sí mismos haciendo el ridículo.
Sigue siendo entretenido observar cómo unos y otros se llaman constantemente “fascistas” y “nazis”, solo para que el insultado aparezca en TV sollozando por los judíos. “¡Ah, qué sacrilegio! ¡Comparar con los genocidas alemanes a unos energúmenos que asaltan viviendas privadas!”. La izquierda, siempre tan compasiva con los judíos, mientras no vivan en Israel. O bien, por el otro lado, “¡Ah, qué sacrilegio! ¡Comparar a unos dignos parlamentarios españoles que salen a dos millones de pesetas mensuales, con los criminales y asesinos del común!”. Como dice el refrán, “lo cortés no quita lo donoso”, de manera que cabe perfectamente que sean lo uno y lo otro todos juntos, pero no por las razones que aducen, sino por la torpeza y sumisión que manifiestan ante sus jefes, que es lo que caracteriza a los partidos totalitarios.
De modo que hemos tocado fondo. Algo lo hacía suponer cuando el Gobierno decidió que entre los recortes imprescindibles estaba también el que deja sin piernas a eso que suele llamarse “cultura” y que es justamente lo que les falta a los políticos en general y lo único que debería cuidarse en este país que, como todo el mundo sabe, ha sido domesticado, pero no civilizado. ¿Qué importancia pueden tener las escuelas, la universidad, los museos, la lectura, el cine, las bibliotecas o la ciencia para una gente que se pasa el día insultando a los del bando contrario y manteniendo bien calentito el sillón? Nuestro presidente lo dejó cegadoramente claro cuando le regaló al Papa actual, el señor Francisco, una camiseta del equipo de fútbol español. Es verdad que también le regaló un facsímil (otro, en el Vaticano ya no caben), pero era para disimular.
¿Qué importancia puede tener la cultura para una gente que se pasa el día insultando a los del bando contrario?
No puede caber mejor confesión de intensidad anímica y comprensión de los misterios de la fe. La altura alcanzada por el Gobierno español en materia espiritual quedó simbolizada con espléndida nobleza en aquella imagen del señor Francisco mirando perplejo la camiseta roja como si fuera un ornitorrinco. No vale ni siquiera la excusa de que el señor Francisco es argentino y ahora la política argentina dicta nuestro comportamiento. No. Ese regalo es lo más colosal que ha recibido papa alguno y recuerda a la estatua de Don Quijote que el rey Juan Carlos entregó a los astronautas norteamericanos para que lo llevaran consigo en el cohete. En este último caso, por fortuna, la idea no era suya.
Ante semejante estado de cosas, posiblemente lo mejor sea aguantar los dos años que quedan para las elecciones mirando vídeos de políticos españoles masturbándose y en las próximas elecciones dar nuestro voto, sea a Rosa Díez, sea a Ciutadans si uno tiene la manía de vivir en Cataluña. No porque vayan a sacarnos de este manicomio, sino para observar si el asunto es congénito y también ellos hacen lo mismo.
La así llamada “crisis económica” ha servido para convencernos de que nuestra clase dirigente no solo es incapaz de resolver problemas monstruosos como el del paro, sino que también es incapaz de resolver un crucigrama un poco grande. Evidentemente, ya estoy oyendo a unos cuantos políticos, muchos de ellos amigos míos, que se quejan de esta generalización arbitraria (¿y facha?). De acuerdo, este artículo es injusto con muchos políticos. Juro conocer a más de una docena perfectamente honrada, trabajadora y con una verdadera necesidad de sacar a este país del atolladero.
Pues para ellos y con ellos también escribo este exagerado artículo, porque si quieren mantener la dignidad que aún les reconocemos, no pueden dejar pasar más payasadas. Creo que la ciudadanía ya ha soportado bastante. No basta con comentarlo en reuniones y en privado. La próxima vez que un jefe suyo, o un cargo público de su partido, haga el ganso, por favor, pónganse ustedes en pie y díganselo a sus electores, júrenles que no van a votar a ese mamarracho. Recuerden que más vale una vez rojo que ciento amarillo.
Félix de Azúa es escritor.
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