Cuando fuiste mía
La vida cotidiana está llena de ansiedades pequeñas que juegan a retirarse y a volver
En el sofá, a media tarde, leyendo una poesía a la que no presto atención, ocupada como está mi cabeza en problemas de orden doméstico. Lo que se entiende, en fin, por una lectura mecánica, que consiste en avanzar a ciegas por la página del libro mientras te concentras realmente en otro asunto. Mañana sin falta, por ejemplo, hemos de llamar al servicio técnico del aire acondicionado porque el calor se ha echado encima de un día para otro y no hay manera de trabajar en la buhardilla. También hemos de llevar el coche a la ITV, aunque quizá convenga pasarse antes por el taller, para que lo pongan a punto y evitar viajes inútiles. La vida cotidiana está llena de ansiedades pequeñas que juegan a retirarse y a volver, como las olas; a vece suben, como la marea, y significa que tienes que ir al dentista, al entierro de un amigo o a renovar el carné de conducir.
Parece mentira que le quede a uno tiempo para leer, incluso aunque haya aprendido a hacerlo sin enterarse, como yo ahora mismo, que devoro un poema al que no presto atención alguna hasta que tropiezo con el siguiente verso: "Cuando fuiste mía, llevabas un audífono". ¿He leído bien? Cuando fuiste mía llevabas un audífono. De súbito, todas las alarmas de mi intelecto saltan y me concentro en el poema, como el bombero que abandona el crucigrama al escuchar la sirena. Cuando fuiste mía, llevabas un audífono. Esto es muy serio, muy espectacular, muy genial, muy desasosegante. He aquí una de esas sorpresas que te obligan a dejarlo todo para regresar al comienzo del texto y releerlo con la atención del que se pone a escuchar una canción que hasta el momento se había limitado a oír. El poema, muy bueno, se titula Algunas cartas extrañas y es de Anne Sexton, cuyas obras completas acaba de publicar Ediciones Linteo. Cuando fuiste mía, llevabas un audífono. Joder.
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