Capítulo 1: Primeras impresiones
Esta es la primera entrada de una saga escrita por una cooperante, Mariona García, situada en un país de América Latina. Se trata de una historia dulce y sin épica, que pretende ilustrar como viven los cooperantes de desarrollo el cambio de hogar y la adaptación a otro entrono y a otra cultura tan diferentes de los suyos propios. Son historias de fin de semana.
Saga de una cooperante. Capítulo 1: Primeras impresiones
Normalmente no me gusta dejarme guiar por ellas, son superficiales, a veces prejuiciosas y tienden a llevarte a por los estereotipos, pero hoy vamos a dejar la racionalidad a un lado, y vamos a por ellas, porque eso sí, dibujan una primera foto de las cosas, en este caso de mis primeras impresiones de mi llegada a este no tan remoto país latinoamericano.
Me he venido de cooperante, hace años que no estaba en esta posición. Llevaba ya un tiempo digamos que cómodamente instalada en la gestión burocrática madrileña, convocatorias vienen justificaciones van, tanto mover papeles de un lado para el otro me estaba haciendo perder la perspectiva de por qué había acabado trabajando en una ONG, estaba demasiado lejos de las personas, esas para las que en teoría trabajamos, por eso acepté sin pensarlo mucho un cambio de posición a este perdido lugar de América.
Hacía años que no pisaba la gran urbe que ha sido siempre la capital de este país, ha cambiado y a la vez no ha cambiado tanto, tiene modernas avenidas, puentes, intentos de transporte integrado, se nota el nuevo poder adquisitivo de sus habitantes, que hacen filas en los supermercados para pagar modernos televisores de plasma, otro ejemplo de lo que había visto en mi camino hasta aquí: en el avión venían ofreciendo hipotecas con un mensaje que me hizo pensar en nuestra burbuja inmobiliaria. Pero al mismo tiempo es la misma ciudad que crece sin control en su extrarradio, barrios y barrios enteros de invasión, miles y miles de personas sin ningún servicio público, con casas construidas como de juguete que a la primera lluvia se desploman, esa misma ciudad donde una persona de clase media te puede estar contando lo bien que le va al país, a su gente y a él en particular sin inmutarse ante la mini vendedora de flores, esa niña que desde no más altura que su cintura le ofrece que le compre una flor más allá de las 9 pm.
Este sigue siendo un país de contrastes, en donde mientras ves en el aeropuerto al llegar a muchos que hacen el camino a la inversa para ir al exterior, con toda la apariencia de ir de vacaciones, ves también en la calle a gente sucia, desnutrida, mal calzada, desabrigada, rebuscar en la basura, sí eso mismo que estamos viendo desde hace un tiempo en España, pero donde las condiciones son muchísimo más extremas, tantas que hay niños que mueren de desnutrición, como he podido ver en el periódico.
Bien, pero dejando la capital que solamente era una etapa en mi camino, salí en avión al pueblo (perdón, ciudad, de acuerdo a su cantidad de habitantes) de tamaño mediano, caluroso, ruidoso, destartalado, metido en medio de la selva, donde me han destinado, o más bien, me he destinado yo misma. ¿Mi primera impresión? la conocía, había vivido en sitios similares en otros lugares de este continente, en otros lugares de este país y, sin embargo, jamás había puesto antes un pie en sus calles. Esas calles sin semáforos, sin aceras, donde el peatón no existe, donde los coches, las motos, los carros que tiran famélicos cabales van absolutamente a su bola, las casas que se van construyendo a medida que los dueños van teniendo dinero, por lo tanto pueden tener un bajo que no se parece en nada al primero, donde la estética es lo de menos, donde las aceras pueden perfectamente usarse para hacer carreras de obstáculos, con escalones razonables y otros a la altura de la rodilla, donde los edificios del gobierno (o de cualquier oficina para ser justos) tienen un regusto rancio a la vez mezclado con la modernidad que le confiere la tecnología, ciudades donde la higiene es difícil de mantener porque prácticamente no hay alcantarillado y las aguas sucias corren a su antojo por muchas calles, calles donde los vendedores del mercado amontonan sus productos de cualquier manera y limpian el pescado dejando los residuos en barreños que aromatizan el ambiente.
Son ciudades que a la vez están rodeadas de una selva exuberante, cercanas a ríos o mares caudalosos, como no los tenemos en España (pero que van contaminados con aguas no tratadas y basuras, sin que a sus habitantes parezca importarles), ciudades donde la belleza impactante de la naturaleza es bruscamente violentada por su mera existencia y las de sus habitantes, que no parecen ser conscientes de que ya no viven en ella muy dispersos, sino que están concentrados por millares en lo que ellos llaman su cuidad.
Hay quién me dice que no me entiende, que no hay razón que comprenda para que haya decidido voluntariamente aceptar venir a trabajar a este lugar, porque esto es como un castigo. Por ahora, no estoy de acuerdo con ellos; vale, es muy distinto a lo que estoy acostumbrada, pero es un lugar que tiene una gente maravillosa, sonriente y amable. Son esas personas las que hacen la diferencia y por las que vale la pena quedarse, y buscar la forma de adaptarse a los olores, los colores, los sabores, los sonidos….
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