Un país a medias
Vivo en Miranda de Ebro, localidad del noreste burgalés. Desde mi casa puedo atisbar otras dos comunidades autónomas: La Rioja, territorio que desdeñó pertenecer a Castilla y León para no compartir los jugosos réditos del negocio del vino (y parece que le ha ido muy bien) al sur; y el País Vasco-Euskadi, con sus privilegios forales medievales (y franquistas en el caso alavés y navarro) cada vez más blindados, al norte. Un signo inequívoco de que has traspasado la frontera es el estado del pavimento de las carreteras, pudiendo pasar del tercermundismo tardofranquista de la provincia de Burgos a la opulencia de Álava o a la cuidada estética turística riojana.
En este país, si es que puede utilizarse dicho término con propiedad refiriéndose a España, no hace falta independizarse a la catalana para progresar económicamente: es más rentable estar con un pie dentro y otro fuera. ¿Se fijaron en la cara de Urkullu, dirigente del Partido Nacionalista Vasco, cuando sus seguidores comenzaron a proferir proclamas a favor de la independencia el día de su elección como lehendakari? Seguro que pensó: “Basta ya de independentismo, hombre; que estamos mejor siendo privilegiados en España que constituyendo un nuevo pequeño Estado azaroso en la Unión Europea”. Pues eso; una ronda de pintxo-potes (tapa-bebida, para quien no esté familiarizado con el término) en La Rioja y a seguir siendo medio españoles en un país a medias.— David Espiga Sancho.