La belleza mundana del hombre fuerte del Vaticano
El Papa ordena arzobispo a monseñor Georg Gänswein, su apuesto secretario personal Donatella Versace inspiró en él una colección y las revistas lo apodan "padre Georg Clooney"
En el Borgo Pío, el barrio de calles estrechas contiguo al Vaticano, practica sus artes un barbero que se precia de haber arreglado el pelo a concilios enteros, desde papas en ciernes a los poderosos clérigos que manejan los hilos del reino de Dios en la tierra. También aparece por allí de vez en cuando el famoso padre Georg, o sea, monseñor Georg Gänswein. A sus 56 años, el secretario de Joseph Ratzinger desde 2003 –dos años antes de que el pastor alemán se convirtiera en Benedicto XVI-- aún despierta más expectación por su agraciado aspecto físico que por las virtudes intelectuales y humanas que, al parecer, también lo adornan. Hace un par de meses, el barbero de la curia arregló a monseñor Gänswein y luego le cobró religiosamente. Cuando el cliente que se peló a continuación –un periodista acreditado en el Vaticano— quiso hacer lo mismo, el peluquero le respondió: “No hace falta. Lo ha invitado el padre Georg”.
El padre Georg es alemán, de la Selva Negra, pero lleva en Roma la friolera de 17 años y se nota que ya ha aprendido a torear con la izquierda. Si al despedirse del barbero no le dijo “ciao bello” en perfecto romano no fue por falta de adaptación, sino por la compostura debida al cargo. Gänswein fue además cocinero antes que fraile, y hasta que se ordenó sacerdote en la diócesis de Friburgo en 1984 trabajó de cartero, de profesor de esquí, obtuvo una licencia de piloto e incluso dicen que tuvo novia. De aquella época conserva su afición por el tenis, que practica regularmente en un club deportivo de Roma con camiseta negra y calzón corto, haciendo gala de un envidiable golpe de revés para disfrute de sus compañeras de club. “Pero solo juega con hombres”, se lamentaba una de ellas hace un par de días. Y eso que, según propia confesión, mantiene “una relación serena y muy natural con las mujeres”. Lo de la serenidad no siempre es compartida. Fue famosa la frase que, en junio de 2005, la esposa del entonces presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, le soltó a Benedicto XVI cuando visitó por primera vez el palacio del Quirinale acompañado de Gänswein: “Santidad, felicidades por su secretario. ¿Cómo se llama?”.
Se llama Georg, padre Georg. Ya todo el mundo lo sabe, y que Donatella Versace inspiró en su apuesta figura su colección de 2007 y que alguna revista lo apodó “Monseñor Georg Clooney” y que sobrellevó con resignación cristiana tanta algarabía alrededor del vuelo de su sotana: “En un primer momento hice como el que no escuchaba y luego me he acostumbrado…”. Se conoce menos que, además de guapo, es muy competente en lo suyo. Al principio en la Congregación para la Doctrina de la Fe –el antiguo Santo Oficio—y luego junto a Benedicto XVI en el Vaticano, monseñor Gänswein ha puesto su preparación teológica, sus seis idiomas y su sonrisa perenne al servicio de un papa enfermo, anciano y acosado por los escándalos. De hecho, durante la masiva filtración de documentos secretos –el llamado caso Vatileaks—que sacaron a la luz las guerras de poder en el seno de la Iglesia, algunos vaticanistas apostaron a que el padre Georg tenía los días contados. No hay que olvidar que compartía despacho con Paolo Gabriele, el mayordomo del Papa, el único responsable –por el momento-- del robo y la filtración de la correspondencia privada. A finales de diciembre se supo que quienes auguraron el final de Gänswein erraron el tiro.
No solo no fue así, sino que el Papa lo nombró prefecto de la Casa Pontificia y lo ordenó arzobispo. Ratzinger premiaba así su fidelidad, blindándolo ante las intrigas de la Curia otorgándole un papel preponderante en la vida diaria del Vaticano. El padre Georg ya ha colgado en su página web –llena de fotografías de su juventud y de su vida junto a Ratzinger—su nuevo escudo episcopal, en el que ha colocado un dragón como símbolo de la fidelidad y un lema que reza: “Dar testimonio de la verdad”. Aunque los años, también para los guapos, no pasan en balde, monseñor Gänswein sigue siendo un oasis para la vista en un desierto de hombres ancianos, todos vestidos de negro a excepción del jefe, de túnica blanca y zapatos rojos.
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