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Columna
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Afecto de Bono

Dijo Bono, en las múltiples entrevistas que dio para divulgar esta primera entrega de su memoria, que nadie debía sentirse dañado por lo que recuerda

Juan Cruz

De las muy bien divulgadas memorias de José Bono (Les voy a contar…, Planeta) sorprenden algunas cosas, y todas ellas no están en el libro. El autor declara que no son memorias, sino diarios. Esa diferencia no alude a una sustancia muy grave, pues diario y memoria son la misma cosa. Basta con que apuntes en un diario para hacer memoria y ya eso que apuntas es memoria. Y la memoria es testigo de lo que eres, aunque recuerdes como te dé la gana.

Se ve que debió afectarle mucho al entonces presidente castellanomanchego la suerte sentimental que corrió su afecto por Alfonso Guerra, con quien tuvo un desencuentro tan grave que acabó, de manera instantánea, con la amistad que él le fue a declarar ese día a quien tanto debió herirle que desde entonces ya no lo quiso ver ni en pintura. Me he fijado mucho en esa circunstancia, pues incide tanto en la naturaleza misma del diario que fue el chispazo que desató a escribir a quien luego sería candidato a la secretaría general del PSOE, ministro de Defensa con Zapatero y presidente de las Cortes.

Bono fue a ver a Guerra, que aún era poderoso en el Gobierno de Felipe González, para decirle precisamente que lo quería mucho, y si podía seguir queriéndolo. Y el otro, a las puertas de ser defenestrado por el político más citado en el libro (más de setecientas veces, el recuento es de Bono), le explicó que no podía impedirle que sintiera afecto por él. A Bono eso no le gustó. Asusta la instantaneidad del desafecto. ¿No hay luto, o interregno, uno pasa de buenas a primeras de querer tanto a no querer absolutamente nada? Es más, ¿uno pasa del afecto a las armas?

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El diario es juez y parte, pues en él el diarista cae en la tentación (y Bono cae, más de setecientas veces) en verse mejor que el otro; contar lo que nos pasa siempre ha sido motivo para justificar lo que nos pasa, casi siempre a nuestro favor, pues nadie se ve en el espejo mucho peor de lo que nos ven los otros.

Ese fragmento del encuentro (del desencuentro) de Bono con Guerra me ha hecho pensar mucho en lo que vemos ahora cada día y lo que hemos visto cada día en el pasado. Entre políticos, entre artistas, entre consejeros de administración, entre futbolistas y, en general, en la naturaleza de los humanos. Mientras se sucede la relación (y esta interesa mantenerla), los hombres simulan saludos cordiales o distantes, pero mantienen las formas bajo la vigilancia de las navajas. Y en el fondo de sus almas van escribiendo sus diarios terribles. A veces los dan a la publicidad.

En el mismo ámbito de la guerra sorda con Guerra (y, en algún momento, contra Guerra), Bono divulga algunos aspectos de su variada diatriba. Aquel desafecto de Guerra lo convocó a una batalla que tuvo como escenario los manteles de una cena con Felipe González y una conversación de este con un patrocinado de Bono, Baltasar Garzón. Todo valía con tal de advertirle a Felipe de las maldades del otrora bienamado vicepresidente del Gobierno.

Dijo Bono, en las múltiples entrevistas que dio para divulgar esta primera entrega de su memoria, que nadie debía sentirse dañado por lo que recuerda. Seguramente no, pero si él se lee con atención, verá de cerca por qué otros al menos extrañarán la fugacidad con que alguna vez arbitró sus afectos. 

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