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Tribuna
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La utilización del conflicto norte-sur

La identificación que hace Mas entre el secesionismo catalán y el alemán no tiene demasiado sentido

Enrique Gil Calvo

El estallido de la cuestión catalana, no por esperado menos intempestivo, ha venido a poner de manifiesto de forma harto dramática la fractalidad del conflicto interterritorial europeo. El matemático Benoît Mandelbrot bautizó como fractal al objeto geométrico cuya estructura fragmentaria se reproduce a distinta escala. Es lo que está ocurriendo ahora mismo en Europa con el conflicto territorial entre el norte y el sur, que se ha reabierto a escala tanto estatal como continental. En esta última, el conflicto opone a los países acreedores del norte, encabezados por Alemania, versus los países deudores del sur mediterráneo, los tristemente célebres PIGS (o GIPSIs). Y al mismo tiempo, en muchos Estados como la propia España, además de Bélgica, Reino Unido o Italia, también se enfrenta el norte más desarrollado (Cataluña y País Vasco, Flandes, Lombardía) frente al sur pendiente de modernizar (Extremadura y Andalucía, Valonia, el Mezzogiorno), con la variante del Reino Unido donde la polarización norte-sur está invertida (Escocia, la región secesionista del norte, es la más pobre, frente a la rica Inglaterra del sur), de modo parecido a lo que ocurre en la península escandinava, lo que revela que el centro de la polaridad europea se articula en torno a la desembocadura del Rin en el Mar del Norte. Esta fractalidad del conflicto norte-sur fue recientemente reconocida por el propio president Mas, quien sostuvo con un punto de ostentación que el secesionismo catalán, que él atribuye al presunto expolio fiscal,obedecía a las mismas razones que la resistencia alemana y nórdica a financiar el déficit y la deuda de los países mediterráneos. ¿Hasta qué punto tiene sentido hablar así? ¿Qué factores explican semejante estado de cosas?

Comenzaré por recordar a partir de Weber que la conflictividad tiene tres dimensiones: conflictos de poder o de derechos, conflictos de estatus o de identidades y conflictos de clase o de intereses. Pero de las tres la dominante es sin duda la dimensión económica, pues la conflictividad es directamente proporcional a la tasa de crecimiento. En los ciclos expansivos se reduce porque la economía es un juego de suma positiva en el que todas las partes pueden ganar. En cambio, en los ciclos recesivos la conflictividad se incrementa porque la economía se convierte en un juego de suma nula o negativa, en el que todas las partes salen perdiendo. Es lo que ocurre ahora. Ahora bien, la novedad actual es que la presente conflictividad no se traduce en conflictos de clase o de intereses sino en conflictos de poder y de estatus. A pesar de que la crisis ha multiplicado enormemente la desigualdad económica, sin embargo, el conflicto vertical por la distribución de la renta entre asalariados versus propietarios, antes llamado lucha de clases, se ha visto en buena medida suplantado y sustituido por el conflicto horizontal identitario. Y aquí han cobrado relevancia tres nuevos tipos de conflicto social. Ante todo, el conflicto de estatus entre autóctonos versus inmigrantes, que da lugar al populismo xenófobo. Después, el conflicto de poder entre representados versus representantes, que enfrenta a la ciudadanía con la clase política a escala tanto estatal (populismo antipartidos) como continental (populismo euroescéptico). Y por fin el conflicto de poder a escala territorial entre el norte rico y el sur pobre que origina este comentario.

Las razones que explican este desplazamiento de la conflictividad desde el eje vertical de la lucha de clases hacia el eje horizontal de la lucha de territorios y de identidades pueden resumirse en dos. El conflicto de intereses entre patronos y trabajadores resultaba central cuando la mayor parte del beneficio empresarial se obtenía a costa de la reducción de los costes salariales. Pero ahora ya no es así. Dada la actual financiarización de la economía, el beneficio empresarial procede sobre todo de la búsqueda tanto de crédito como de valor bursátil, mucho más que de la contención del coste laboral (que ahora se logra mediante la deslocalización geográfica). Pero desde que existe la unión monetaria, esta financiarización crediticia se determina a escala continental europea con el consiguiente desequilibrio interterritorial de la prima de riesgo que mide el coste diferencial de la deuda de cada país. De ahí que cuando las fuentes de financiación se ciegan haya que acudir al rescate de los demás países europeos, a lo que estos se resisten castigando a los países deudores con feroces programas de austeridad fiscal. Esto explica las tensiones territoriales segregacionistas que pugnan por expulsar a los Estados deudores fuera del área del euro.

Cataluña quedaría en el lado sur, pasando a resultar segregada por los países nórdicos

Además de la financiarización, la otra razón explicativa de la creciente importancia del factor geopolítico es que el salario real que actualmente se percibe tiene un componente social mucho mayor que antes. El nivel de renta disponible en Europa (pero no así fuera del continente) depende no solo de los ingresos monetarios pagados por el empleador, sino sobre todo de las transferencias estatales recibidas en forma de derechos sociales gratuitos: salud, educación, pensiones, subsidios, etc. De ahí que la actual presión por contener y reducir los costes salariales reales se traduzca en feroces recortes de los derechos sociales adquiridos. Ahora bien, este componente social de la renta disponible se distribuye de forma desigual por las diversas regiones administrativas en que está dividido el continente europeo, dada la ausencia de una política social unificada en común. Mientras que a escala estatal no es así, pues dentro de las fronteras de cada país se distribuye de forma igualitaria entre todas sus regiones internas, cualquiera que sea su nivel de renta. Y semejante igualación estatal de los derechos sociales está diferencialmente costeada por las regiones más ricas de cada país, lo que explica sus fuertes pulsiones secesionistas.

De modo que ambos conflictos norte-sur que se dan a escala tanto continental como estatal resultan diferentes entre sí. El conflicto continental norte-sur es de naturaleza financiera y crediticia, pues está creado por la relación asimétrica entre países acreedores versus países deudores, atados los unos a los otros por la misma moneda común. De ahí que sus efectos sean segregacionistas, pues los países acreedores se resisten a solidarizarse con los países deficitarios, prefiriendo impulsarlos a salir del euro antes que sufragar o condonar sus deudas. Mientras que el conflicto estatal norte-sur es de naturaleza tributaria y administrativa, pues está creado por la relación asimétrica entre regiones contribuyentes versus regiones perceptoras de los derechos sociales, atadas las unas a las otras por una misma caja fiscal común. De ahí que sus efectos sean secesionistas, pues las regiones contribuyentes se resisten a solidarizarse con las perceptoras, prefiriendo hacer rancho aparte antes que compartir los mismos derechos sociales con ellas.

De modo que la identificación que hace Artur Mas entre el secesionismo catalán y el segregacionismo alemán no tiene demasiado sentido. Es verdad que Cataluña está situada como contribuyente neta en el lado norte del conflicto territorial español por la financiación de los derechos sociales. Pero si algún día obtuviera la independencia no por ello pasaría a situarse en el lado norte del conflicto continental europeo. Por el contrario, en tanto que región deudora quedaría inmediatamente situada en el lado sur, pasando a resultar segregada por los países nórdicos junto al resto de los demás países latino-mediterráneos. Semejante cambio de alineación no parece justificar el elevado precio a pagar.

Enrique Gil Calvo es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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