Cómo me avergüenzo
He visto dos fotografías tomadas en Grecia. En ellas se veía a un grupo de personas, mal vestidas, de tez oscura la mayoría, que caminaban dócilmente en fila india, rodeados de policías armados con fusiles; en la otra estaban colocados de espaldas a una pared, rodeados de las mismas armas amenazantes. Eran inmigrantes. No terroristas, ni delincuentes, ni prisioneros de guerra. Inmigrantes.
Otra noticia que leo explica que un alto cargo del Gobierno ha dicho que “España debe dejar de ser el paraíso de la inmigración ilegal”. ¿Paraíso? ¿Conoce la vida de alguna de estas personas? Vivir en el paraíso no es vivir en un país en el que casi nadie les mira a los ojos, invisibles, lejos de la familia, explotados la mayoría de las veces por mafias o por empresarios autóctonos sin ningún escrúpulo a los que interesa más tenerlos ilegales que legalizar su situación, haciendo trabajos que nadie quiere hacer, con el temor de ser detenidos o deportados, viviendo hacinados, con sueldos de miseria... ¿Eso es el paraíso? Ah, sí, es cierto, hasta ahora tenían derecho a sanidad y educación. De eso yo me sentía orgullosa, de ser ciudadana de un país que garantizaba unos mínimos para vivir con dignidad, fuera cual fuera la procedencia.
La vieja Europa ha sido expoliada por unos desalmados muy ricos que ahora lo serán aún más y que campan inmunes. Y los pobres, los cabezas de turco de siempre, serán expulsados para no tener que compartir las migajas con ellos. Cómo me avergüenzo.— Nuria Carreras Jordi.
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