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Tribuna
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Defensa nacional: regreso al pasado

La nueva Directiva es un canto a los tiempos predemocráticos, cuando las FF AA miraban al interior

Diego López Garrido

Usain Bolt es la metáfora inversa de la flamante Directiva de Defensa Nacional (DDN) firmada por Rajoy el 1 de agosto. 100 metros en 9,63 segundos hizo Bolt. La Directiva es mucho más rápida, pero en sentido contrario; ha retrocedido varias décadas en menos de 10 minutos, el tiempo que se tarda en leer ese breve texto. Un documento muy corto en todos los significados del término. Pero preocupante como estrategia.

En la Directiva, inconexa y confusa conceptualmente, destaca por encima de todo una filosofía: estamos solos; nadie nos protege ya, y tenemos que enfrentarnos con nuestras propias fuerzas al máximo riesgo que tiene España: lo que la Directiva llama “amenazas no compartidas”, que es un eufemismo para referirse a Ceuta y Melilla, y las pretensiones que sobre ellas tiene Marruecos. Ese es el único riesgo que la DDN menciona en su Introducción ideológica (apartado 1) y el primer objetivo de la política de defensa, lo que justifica que España contribuya a la seguridad internacional (apartado 3).

El Gobierno, asombrosamente, olvida la mayor amenaza real que España tiene —y que se materializó en el más terrible atentado terrorista que recordamos—, el terrorismo yihadista. Y eso cuando, en los últimos años, y en estos mismos días, la policía ha venido realizando constantes detenciones de presuntos miembros de Al Qaeda.

El documento que debiera sintetizar la política de defensa del futuro es un canto al pasado predemocrático, cuando las Fuerzas Armadas miraban al interior, más que al exterior; el tiempo de la autarquía de una España aislada, que no tenía nada que ver con la Alianza Atlántica o con la Unión Europea.

Rajoy ha claudicado ante la presión del ala más conservadora del PP, el Grupo de Estudios Estratégicos

El enunciado de los Objetivos y directrices de la política de Defensa (apartados 3 y 4 de la DDN) no deja espacio más que para “asegurar una España fuerte”, para influir en la esfera internacional “principalmente en nuestra zona de interés directo” y para nuestros “intereses nacionales”, para mantener un “nivel nacional de disuasión”, para garantizar “la defensa del territorio nacional”, etcétera, terminología aislacionista y euroescéptica que se repite machaconamente como objetivos exclusivos de la defensa. No hay otros. Nada sobre los valores universales de los derechos humanos, de la solidaridad, del medio ambiente, de la cooperación.

No puede extrañar que las misiones internacionales del Ejército sencillamente no existan en la Directiva. Según esta, la aportación que podemos hacer a la seguridad internacional es, exclusivamente, “nuestra fortaleza”. España solo participará en las iniciativas de la OTAN que favorezcan los “intereses nacionales y colectivos” (apartado 4.3).

El Gobierno no tiene un plan sobre el redimensionamiento del Ejército

La absurda justificación que el presidente del Gobierno da para tan explícita involución nacionalista es que no se puede contar realmente con la OTAN o la UE. Lo que tenemos delante —dice la DDN de forma apodíctica— es una “disminución del paraguas colectivo” (sic). Así, de un plumazo, descalifica el apoyo de nuestros aliados en la OTAN e ignora que el Tratado de Lisboa (artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea) afirma que si un Estado es víctima de “una agresión armada en su territorio, los demás Estados miembros le deberán ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance”.

Rajoy ha claudicado ostensiblemente ante la presión indisimulada del ala más conservadora de quienes en el PP y en la FAES se ocupan de los temas de Defensa, como el Grupo de Estudios Estratégicos (GEES). Este publicó el mes pasado un revelador documento (Directiva de Defensa Nacional 2012: La cuadratura del círculo), nítidamente proyectado en la DDN de Rajoy. El GEES señala su objetivo político: la ruptura estratégica con la Directiva socialista de 2008, acusada —sin complejos— de “buenista” y de demasiado creyente en los “compromisos internacionales y en las organizaciones internacionales, de la ONU a la UE, pasando por la OTAN”, instituciones que no sirven a nuestra seguridad, según el GEES.

Solos ante el peligro. Nada de misiones internacionales de paz. Respuesta autónoma y nacional ante las amenazas. Bilateralismo sí, multilateralismo no.

Esta es la doctrina inoculada en la DDN. Una doctrina disparatada a todas luces, que obvia no solamente la naturaleza global de los desafíos actuales de la seguridad, sino la crónica y gravísima situación de crisis económica, sobre la cual la Directiva no profundiza.

Lo sensato en estas circunstancias es exactamente lo opuesto a ceder a la tentación endogámica. Es ahora cuando más sentido tiene la cooperación y las sinergias con los organismos multilaterales en los que está integrada España. Es esta estrategia, precisamente, la que la UE (pooling and sharing) y la OTAN (smart defence) están elaborando y proponiendo para afrontar la crisis. Lo contrario nos llevaría a un gasto militar descontrolado e inasumible, y a priorizar el material militar más apropiado para la ocupación del territorio por las FF AA, ante el temor de una hipotética invasión (proveniente del Sur, por supuesto).

El Gobierno nos deja perplejos ante las consideraciones que formula sobre los escenarios estratégicos que imagina (o que inventa). Así, la primavera árabe no tendría nada de positivo, sino todo lo contrario; e Iberoamérica sería una fuente de tráficos ilícitos, terrorismo y amenazas, que “nos exigen una presencia en el Atlántico” (¡) (apartado 2 de la DDN). ¿Cuántos buques necesitaríamos para patrullar el Atlántico?

La DDN es aún más sorprendente y hueca cuando terminamos de leerla y no encontramos ninguna reflexión u orientación sobre los problemas reales e inmediatos de la política de defensa: su financiación, en particular la enorme deuda (tres puntos de PIB) de los llamados Programas Especiales de Armamento; la industria de defensa; el repliegue en Afganistán; y, sobre todo, el mayor desafío que tendrá el Ministerio de Defensa en esta legislatura: el modelo de Ejército. Este deberá ser más reducido, y más moderno, flexible y operativo, como llevamos planteando desde hace meses. Pero ni el Gobierno tiene un plan, ni la DDN propone cómo se hará ese redimensionamiento sin afectar a la eficacia de las FF AA. Vamos con mucho retraso respecto a Francia, Italia, Alemania o Reino Unido.

La Directiva de Defensa Nacional está desenfocada y desequilibrada estratégicamente, entre otras cosas porque es un diktat del presidente del Gobierno, que, después de ocho meses de legislatura, no se ha molestado en consensuar esta política de Estado con los grupos de la oposición, y con el principal de ellos, el socialista. Si se niega un proceso de diálogo, el resultado es, como la Directiva, perjudicial —esto sí— para los intereses de los españoles, y el resultado también es que aflora lo más reaccionario y antiguo de la derecha española.

Diego López Garrido es portavoz socialista de Defensa en el Congreso de los Diputados.

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