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Tribuna
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La plaza llena, los calabozos también

El manto papal demostró que no era capaz de proteger a todos los cubanos

Yoani Sánchez

Después de las congregaciones en la Plaza de la Revolución, cuando la muchedumbre parte y desmontan la tribuna, algo me recuerda al actor que se limpia el maquillaje al final de la obra. Las banderitas de papel yacen tiradas en el piso, los camiones cargan las barreras metálicas y los técnicos retiran con cuidado los equipos de audio. Nunca se ve más deshabitada esa amplia explanada que a pocos minutos de haber cobijado una multitud. La impresión de vacío llega invariablemente, aunque el gentío no haya coreado consignas sino musitado rezos, no haya concluido con un “venceremos” sino con un “amén”. El miércoles pasado después que Benedicto XVI terminó la misa y abordó su papamóvil, esa sensación de descompresión resultó más marcada. Los fieles regresaron con la fe renacida a sus hogares, los policías respiraron aliviados por la ausencia de graves incidentes y los calabozos comenzaron a descorrer los cerrojos.

 A lo largo de toda Cuba centenares de personas fueron arrestadas e impedidas de salir de sus casas para que no se acercaran a los lugares donde oficiaría sus homilías el Papa. El informe —aún sin concluir— de la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional reporta más de 400 activistas que fueron llevados a estaciones policiales o retenidos en sus domicilios La envergadura y efectividad de esta ola represiva, llamada popularmente operación “Voto de silencio”, delatan que fue preparada meticulosamente con semanas o meses de antelación. El país parecía en alerta máxima y no sólo por el transporte cortado o los teléfonos sin servicio, algo más se estaba poniendo a prueba en esta visita. En medio de las estrecheces económicas que vivimos una razzia de este tipo debe haber dejado exhaustas las arcas nacionales y comprometido parte de los recursos que se necesitan con urgencia en otros sectores. Hay incluso quienes aseguran que la estancia del Papa entre nosotros sirvió para hacer un ensayo general de los mecanismos coercitivos dispuestos para el “día X”. Se le llama popularmente así a la jornada en que se anunciará la muerte de Fidel Castro y para la cual todo parece dispuesto, orientado. Al menos ya sabemos la manera en que transcurrirán esas primeras 24 horas después del magno deceso: disidentes tras las rejas, comunicación cortada y ojos acechantes en cada esquina.

Como cualquier evento de larga sedimentación, este viaje de Benedicto XVI a Cuba tendrá que esperar algún tiempo para empezar a sacarle balances concluyentes. Al menos por el momento nos consta que el Papa no se entrevistó con ningún representante de la ilegalizada sociedad civil, aunque accedió a recibir al convaleciente ex presidente cubano. No tuvo un minuto para las Damas de Blanco pero le reservó casi media hora a Fidel Castro, quien acudió acompañado de su esposa y dos de sus hijos. Su Santidad habló ante una Plaza de la Revolución repleta de creyentes y no creyentes, probablemente en un momento en que ya tenía referencia de la purga ideológica que le había arrebatado numerosas ovejas a su rebaño. ¿Por qué no aludió a ellas en su homilía? ¿Cuál fue la razón para evitar en el aeropuerto unas palabras de recordatorio a quienes fueron impedidos de llegar hasta las cercanías de su báculo? El manto papal demostró que no era capaz de proteger a todos los cubanos.

Ya sabemos la manera en que transcurrirán esas primeras 24 horas después de la muerte de Fidel

Uno de los detenidos de esas jornadas cuenta que lo llevaron hasta una celda de ventanas tapiadas al este de la capital. El momento de la detención, en plena vía pública y varias horas antes de que el Papa aterrizara en La Habana, parecía sacado del guión de un pésimo filme de acción. En la celda donde lo recluyeron encontró a otros tres opositores que fueron apresados mientras indagaban en la estación policial sobre el paradero de un colega. Por un pequeño agujero que daba hacia la calle se pasaron la noche gritando números telefónicos para que algún transeúnte avisara a sus familias. Pues les habían negado el derecho a hacer al menos una llamada. A través de la rendija sólo lograban ver los pies de los niños que jugaban béisbol, los zapatos de los ancianos mientras iban a la bodega y las delgadas patas de los perros. Durante la madrugada repitieron los mismos dígitos una y otra vez hasta que ya no tuvieron más voz para continuar. Aún no han podido averiguar quién se comunicó con sus amigos y familiares, pero cuando los liberaron ya algunos de ellos estaban advertidos de las detenciones. Quizás un desconocido oyó aquellos números que brotaban desde un pequeño hueco a ras de acera y decidió ser mensajero de tan urgente recado.

Asimismo, muchos cubanos aguardan por desentrañar la manera, el mecanismo, para hacerle saber al Sumo Pontífice lo que ocurrió tras los bastidores de su visita. Del lado de acá de una persiana tapada, dentro de un calabozo vigilado o en una plaza tomada por la Seguridad del Estado, siempre puede quedar un agujero a través del cual lanzar un mensaje. ¿Lo escucharán al otro lado?

Yoani Sánchez es periodista cubana y autora del blog Generación Y.

© Yoani Sánchez / bgagency-Milan.

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