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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rehenes en la guerra del agua

Politizar al extremo la gestión del agua es la garantía de que nunca habrá soluciones

Soledad Calés

Después de los aeropuertos sin aviones y de las urbanizaciones fantasmales, llega el turno a las desaladoras ‘al ralentí’. Son caras, algunas tienen dimensiones excesivas y hace falta una gran cantidad de dinero para terminar las ya empezadas. De las 51 plantas previstas, solo funcionan 17 y lo hacen al 16% de su capacidad, al decir del actual ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete, quien naturalmente ha cargado las culpas sobre las vapuleadas espaldas del Gobierno de Zapatero.

El problema añadido es que la Comisión Europea ha escuchado al ministro español. Y por eso a Bruselas le cabe la duda de si habrá tirado a la basura 1.500 millones de euros, la suma pagada a España para la construcción de desaladoras. La duda de Bruselas es tanto más pertinente, en cuanto que el mismo ministro, Arias Cañete, requiere ahora fondos urgentes de la UE para paliar los efectos de la sequía en el campo y ayudar al sector pesquero, afectado por la ruptura de las negociaciones con Marruecos.

Muchas de las circunstancias que impulsaron el proyecto de las desaladoras han cambiado. Los desarrollos turísticos en las áreas secas de la zona mediterránea, que demandaban agua en cantidad, han sido en gran parte cancelados y hay Ayuntamientos que no quieren o no pueden honrar los pagos a los que se habían comprometido. Los últimos años fueron de lluvias abundantes, un pretexto estupendo para reducir la desalación del agua del mar a un recurso de emergencia, en vez de fuente habitual de suministro. Y los usuarios de este agua se resisten a pagar por una cara tecnología. Pero ¿cuál es la alternativa?

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La gestión del agua siempre es difícil en los países áridos, pero en España se ha politizado hasta extremos imposibles. El PP dicta trasvases; el PSOE se los carga y apuesta por desaladoras; el PP las considera un fracaso; y mientras tanto, insinuar un regreso a la política de trasvases activa las alertas en Aragón y Cataluña, siempre celosas de "su" Ebro. Así se suceden años y años de ‘guerra’.

Pobre agua. Parafraseando a don Luis, el personaje de Zorrilla, imposible la habéis dejado para vos y para mí...

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