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Columna
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Todas

Quién sabe, quizá en el futuro la concordancia se hará con el género que más abunde en cada momento

Rosa Montero

Impresionante polvareda la que ha levantado el informe de la Real Academia sobre el Sexismo Lingüístico, como evidenciaba ayer el estupendo reportaje de Winston Manrique. El texto de Ignacio Bosque que ha originado la zapatiesta es magnífico y no tiene nada que ver con las rancias gracietas de esos articulistas que se creen ocurrentísimos al escribir “miembros y miembras”. La lengua es como la piel de la sociedad; se adapta a los repliegues del cuerpo colectivo y sigue fielmente sus cambios. Es un tejido vivo que no puede modificarse por decreto: los ortopédicos tropezones de los “compañeros y compañeras” no son más que feísimas verrugas que, de seguir creciendo desordenadamente, terminarán por convertir nuestro cuerpo social en un deformado hombre (mujer) elefante. Es verdad que el lenguaje es sexista, porque la sociedad también lo es. Cuentan las profesoras de párvulos que a los muy pequeños hay que decirles “todos” y “todas”, porque, si no, las niñas no se sienten aludidas. O sea: no es algo natural, sino un orden impuesto y masculino. Pero eso no se arregla con voluntaristas verrugas verbales, sino modificando la realidad. Porque el lenguaje se va adaptando a esos cambios: hace seis años, al comienzo de las bodas homosexuales, nos chocaba que un hombre llamara a otro “mi marido”, pero hoy ya no. Porque refleja una realidad. Yo ya no uso “el hombre” como genérico, porque me chirría. Utilizo “el ser humano” o “los humanos” y las frases quedan, creo, más naturales, porque la sociedad ya ha dejado eso atrás. A veces, estando muchas mujeres con un solo hombre, se nos ha escapado sin querer un “todas” y nos hemos reído. Quién sabe, quizá en el futuro la concordancia se hará con el género que más abunde en cada momento. Pero, de ser así, saldrá naturalmente; y me temo que antes tendríamos que haber cambiado mucho.

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