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Trump amenaza a la banca europea

El presidente de EE UU quiere rebajar los requisitos al sector financiero de su país, lo que añade presión a Europa

Panorámica de la Bolsa de Nueva York el pasado 21 de marzo.  
Panorámica de la Bolsa de Nueva York el pasado 21 de marzo.  Spencer Platt (Getty Images)

En su obsesión por hacer América grande otra vez, Donald Trump es capaz de buscar una abeja reina dentro de una colmena con las manos desnudas. Ajeno a las consecuencias, los pilares de su particular tierra se sostienen en bajar los impuestos, un programa de infraestructuras públicas (incluido el infame muro en México) y desregular el sector financiero. Esa vía libre al dinero ha convertido a las abejas en avispas.

El 45º presidente de Estados Unidos ha descubierto un enemigo de talla quijotesca en la Ley Dodd-Frank. Firmada en julio de 2010 por Barack Obama, es la reforma bancaria más ambiciosa desde los años treinta del siglo pasado. La norma limita el riesgo que pueden asumir las entidades, obliga a los bancos a tener un testamento que permita desmantelarlos ordenadamente si quiebran, aumenta los requisitos de capital y protege a los consumidores. Un parapeto frente a los bancos demasiado grandes para quebrar, una trinchera contra colapsos como el de Lehman Brothers en 2008. Sin embargo, para la Administración de Trump la legislación supone una amenaza.

Gary Cohn, antiguo número dos de Goldman Sachs y principal asesor económico del comandante en jefe estadounidense, cree que cercena el acceso al crédito de empresas y ciudadanos, incrementa los costes y reduce la habilidad de la industria para devolver dinero a los accionistas. Por eso el exbanquero quiere, sobre todo, rebajar los requisitos de capital. O sea, desmantelar el alma de la ley. Esto significa que los bancos pueden acumular más deuda y menos equity (capital) en sus fondos. Justo lo que sucedió a comienzo de los años 2000, al principio del desastre. Este regreso al pasado alarma a los responsables europeos. “Es algo muy preocupante”, ha advertido Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE). “Lo último que necesitamos es una relajación de la normativa”.

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Al menos en una parte de Europa habita el miedo de que la historia de las finanzas sea un eterno retorno, y que una vez olvidada la crisis también se olviden las heridas que causó. Y todo comience de nuevo dejando, otra vez, su reguero de ganadores y vencidos. “La posibilidad de que los estándares de control bancario mundiales salten por los aires en Estados Unidos es una amenaza de consecuencias imprevisibles que además supone un fuerte agravio para los bancos europeos”, advierte Aurelio García del Barrio, profesor del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB).

Esa es otra derivada profunda. Si Estados Unidos deja a sus entidades en un territorio de laissez faire, laissez passer, competiría con ventaja frente a las europeas. Y ya se sabe que “cuando dos jugadores juegan al mismo juego con reglas distintas siempre hay consecuencias”, alerta Nuria Álvarez, experta de la casa de Bolsa Renta 4. Porque “solo con congelar la Dodd-Frank los bancos estadounidenses ya estarían en ventaja”, refrenda Ángel Berges, vicepresidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Reflexiones que llegan a un mismo lugar. “Una menor regulación en Estados Unidos cuando en Europa solo crece generará diferencias en la forma de hacer las cosas para la banca”, observa Nagore Diez, analista de Norbolsa. Esto explica que los efectos para los bancos europeos se muevan entre el terremoto y una leve réplica.

Primero por la propia debilidad interna del Viejo Continente. Deutsche Bank es la entidad con mayor riesgo sistémico del mundo —sostiene Aurelio García del Barrio— y además algunos bancos portugueses e italianos lindan con el rescate. Bajo la luz que proyecta este incierto sol, el mercado financiero puede verse abocado a funcionar a través de algo parecido a un sistema de “arbitraje”, observa Amílcar Barrios, economista de Tressis. ¿Resultado? Aumentaría el apetito de los fondos de inversión por los bancos estadounidenses mientras que las entidades europeas serían meros colchones de seguridad. Este es un futuro. Aunque amanecen otros.

La desregulación estadounidense y la salida de Reino Unido de la Unión Europea marcan el inicio de una era de menor compromiso normativo en el mundo. “Una consecuencia a largo plazo de esta inercia es que podría haber menos estabilidad financiera en el planeta y una mayor vulnerabilidad a las burbujas de precios de ciertos activos o a las crisis bancarias”, prevé Sarah Fowler, responsable de Economía Internacional en la consultora británica Oxford Analytica.

Pero frente a quienes ven terremotos, otros vaticinan que la relación entre los bancos estado­unidenses y los europeos notarán una leve sacudida. “No se trata de una ventaja para Estados Unidos”, matiza Roberto Ruiz-Scholtes, director de Estrategia de UBS España. “La regulación se simplifica, no es que sea más laxa ni que se rebajen los criterios de solvencia”. Sin embargo, si al final se abre la mano, los bancos de las barras y las estrellas dispondrían de 130.000 millones de dólares (120.000 millones de euros) por encima de los requisitos regulatorios. Una parte de esa lluvia de oro podría ir a sus accionistas.

Diferentes rentabilidades

Porque pese a la queja infinita de Trump de que sus empresas y sus instituciones financieras compiten con desventaja con las europeas, lo cierto es que los bancos estadounidenses son más rentables que los del Viejo Continente. Ya sea por méritos propios o por proteccionismo interno. “Todos los bancos europeos con una presencia significativa en Estados Unidos han tenido que crear sociedades holding independientes (IHC, por sus siglas en inglés)”, recuerda Justin Bisseker, analista de banca europea de Schroders. O sea, tienen que cumplir los requisitos de provisiones que exige la Reserva Federal (Fed). “Esto penaliza, por ejemplo, a instituciones como el Santander, que también debe respetar las exigencias de capital que impone España y Europa. Si además se le obliga a tener fondos apartados en Estados Unidos, entonces operar en esa geografía se vuelve más caro e ineficiente”, detalla un experto en finanzas. Desde luego parece impensable que Trump derogue una norma de esta naturaleza, que blinda su ideario de “America first”.

Otro destino muy diferente aguarda a Basilea III. La última cumbre del G20 en Alemania mostró su compromiso por cerrar ese acuerdo que busca unas reglas de juego globales para el sistema financiero. Reglas que gustan muy poco a los congresistas republicanos, quienes han atacado a la Reserva Federal y a su presidenta, Janet Yellen, por involucrar a Estados Unidos en reuniones internacionales sobre regulación bancaria “que están matando empleos americanos”. Habrá que ver el desen­lace del desencuentro. Porque además “resulta difícil cuantificar el potencial impacto de la desregulación”, avanza Luca Paolini, estratega jefe de la gestora Pictet. “En todo caso, la voluntad compartida de concluir los acuerdos de Basilea sin prolongar la situación de incertidumbre actual podría ser una buena noticia”, señala con optimismo Francisco Uría, socio responsable del sector financiero de KPMG.

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