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Draghi inyecta medio billón más pero da el primer paso atrás en el plan de estímulos

El organismo prorroga durante todo 2017 el programa de estímulos, pero rebajará el importe en abril

El presidente del BCE, Mario Draghi.Vídeo: EFE | REUTERS
Claudi Pérez

Con una mano, más estímulo; con la otra, empieza la retirada. El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, anunció este jueves en Fráncfort una inyección adicional de algo más de medio billón de euros con el programa de compra de activos, que se amplía hasta finales de 2017. La razón: “La incertidumbre está por todas partes”, “especialmente en el flanco político”. Draghi subrayó el mensaje expansivo del BCE y anunció a bombo y platillo, hasta media docena de veces, que la retirada de las medidas extraordinarias no está sobre la mesa. Pero a la vez dio un primer paso atrás: el volumen de compras mensuales bajará de 80.000 a 60.000 millones a partir de abril. Quizá eso sea suficiente para decepcionar a los mercados.

“Los problemas económicos son los más fáciles de resolver: solo requieren dinero”. La prueba de que Woody Allen estaba equivocado con esa frase es que los mayores bancos centrales del mundo han inyectado billones de euros en los últimos años con programas masivos de compra de activos (conocidos como QE, siglas inglesas de quantitative easing) y la Gran Recesión sigue ahí, plagada de riesgos económicos y en plena metamorfosis por las incertidumbres políticas. El BCE llegó tarde a los estímulos monetarios. Pero anunció la tercera ampliación del programa europeo: Draghi inyectará 540.000 millones adicionales en la eurozona ante la acumulación de líos, que van desde la economía griega hasta la banca italiana, pasando por la retahíla de elecciones que se avecinan —Holanda, Francia, Alemania—, que a juicio del banquero central tienen potencial para generar problemas de otra índole.

Draghi comprará deuda pública y privada durante más tiempo: al menos hasta finales de 2017, nueve meses más de lo previsto. Aunque a la vez reducirá el volumen de compras mensuales de 80.000 a 60.000 millones a partir de abril, en lo que supone el primer paso atrás en el QE europeo desde su puesta en marcha, en la primavera de 2015. El italiano sacó a relucir toda su artillería oral para contrarrestar ese primer mensaje de repliegue táctico, consciente de que los mercados, como casi siempre, esperaban más. “El tapering [la retirada gradual de las compras, en la jerga de los bancos centrales] no está sobre la mesa”, dijo.

Recuperación pero mediocre

El BCE se enfrenta a un dilema. La recuperación es mediocre, pero sigue ahí. La inflación es aún muy baja, pero mejora. El desempleo está en niveles alarmantemente elevados, pero va cayendo. El Brexit, la elección de Donald Trump y el referéndum en Italia han generado una sacudida tras otra, pero —enésimo pero— el mercado ha resistido mejor de lo previsto. Y el BCE está en la diana tanto de los conservadores alemanes (que le exigen la retirada de los estímulos) como de la izquierda europea, que le acusa de aumentar la desigualdad con una política con la que gastará más de dos billones de euros en total —el doble de la riqueza que produce España en un año— y que no acaba de dar los resultados esperados. Convencido de que Europa estaría mucho peor sin el QE, Draghi podía optar entre ampliar el programa durante menos tiempo y dejar intacto el volumen de adquisiciones mensuales (80.000 millones durante seis meses), o extender más el plazo y reducir el tamaño de las compras (60.000 millones durante nueve meses). Eligió la segunda opción, ligeramente menos ambiciosa. Porque da esa primera señal hacia la salida —muy gradual— del QE.

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Temeroso de provocar una sacudida en el mercado, Draghi acompañó esa decisión de una de sus intervenciones verbales para trasladar un mensaje más expansivo que su decisión. Y de paso acordó con el consejo del Eurobanco —por una “muy amplia” mayoría— tres medidas más. Una: el BCE se reserva la posibilidad de aumentar de nuevo las compras “si las perspectivas económicas o si las condiciones financieras empeoran”. Dos: el QE europeo es ahora más flexible, y permite incluso comprar bonos con rentabilidades más negativas “si es necesario” —eliminando así uno de los actuales cuellos de botella del programa—, en un mensaje teledirigido a conservar la calma en el mercado. Y tres: Fráncfort prevé cerrar el QE a finales de 2017, pero deja abierta la puerta para llevarlo aún más allá, al igual que se reserva la posibilidad de seguir rebajando los tipos si hace falta.

Se trata, en fin, de una solución de compromiso. “El BCE quiere influir en los mercados durante más tiempo y volverá a elevar el volumen de compras si es necesario”, afirmó alto y claro. Por un lado, envía una señal —tímida— respecto a la necesidad de ir volviendo hacia la normalidad; ganan los halcones, el ala dura. Por otro, pone medio billón más sobre la mesa y subraya que tiene más munición en la recámara; ganan los partidarios de los estímulos, las palomas. Los analistas discutían este jueves si eso es o no el inicio de la retirada, y en el mercado se vio la misma indefinición: el euro se fortaleció primero y después registró bajadas: las Bolsas se fueron hacia arriba: los intereses de la deuda subieron. Señales contradictorias: la fotografía aún es difusa.

Riesgos políticos

Draghi habló también de los riesgos asociados a la recuperación, en especial de los políticos: repitió que “la incertidumbre política es predominante”, tal como dijo en una entrevista a este diario. Dejó varios recados para Italia: sugirió que no habrá un rescate bancario a la española por parte del Mede, por lo que se abren camino las ayudas públicas por parte del Ejecutivo transalpino con pérdidas para los poseedores de deuda de peor calidad. Y apuntó que Europa solo puede confiar en la política monetaria para estimular la recuperación.

Draghi pidió, por enésima vez, un giro en la política fiscal, pero con la boca pequeña: los estímulos fiscales “deben acompañar la recuperación, pero solo en los países con margen para ello”. “Hay que cumplir el Pacto de Estabilidad: las reglas son esenciales para la confianza. Y sin confianza es imposible completar la Unión Económica y Monetaria”.

El jefe del BCE parecía parafrasear una frase muy celebrada: “Sé que están convencidos de haber entendido lo que he dicho, pero no estoy seguro de que se den cuenta de que lo que han oído no es lo que yo quería decir”. No, esta vez no es Woody Allen: es Alan Greenspan, ídolo caído de la banca central global.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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