Cuatro pueblos
¿Nos hemos pasado cuatro pueblos con la austeridad fiscal? La respuesta depende de las coordenadas espacio-tiempo de las que hablemos.
En los primeros años de la crisis, la política fiscal se utilizó de forma expansiva. Rebajas de impuestos y aumentos del gasto fueron sustanciales. España es uno de los países del mundo en los que se recurrió en mayor medida al déficit público para estimular la economía. El bajo nivel de deuda pública y el superávit observado en 2007 posibilitaban esa intervención. Pero ese activismo se ha enfrentado a tres limitaciones. La primera es que la crisis ha durado demasiado. La segunda es que el erario público ha acabado soportando los costes de múltiples crisis, incluyendo la financiera. Y la tercera es que la situación estructural de las finanzas públicas era mucho peor de lo que creíamos. La burbuja inmobiliaria dopó el sistema fiscal español dando la sensación de una robustez y suficiencia falsas. La realidad es que tenemos un sistema tributario obsoleto e ineficiente, incapaz de financiar una cartera de servicios públicos amplia y de calidad como la que, según los estudios demoscópicos, desean los españoles.
Y esta incongruencia nos ata las manos y nos condena. Incluso en un escenario de crecimiento económico vigoroso como ha sido 2015, hemos incumplido el objetivo de déficit para acabar en un muy elevado 5% del PIB.
Este dato no es fácilmente compatible con la idea de un exceso de austeridad. Más bien, refleja un problema estructural de insuficiencia que exige reformas de fondo y coherencia de partidos y electores. En otras palabras, la austeridad de los últimos años en España ha sido de hecho insuficiente ante la falta de reformas que, bien revisen el lado del gasto y la cartera de servicios, bien reformen el sistema fiscal español para reforzar su capacidad recaudatoria, en sentido contrario a las rebajas fiscales que hemos visto durante el último bienio.
Donde sí estoy de acuerdo con la idea que nos hemos pasado con la austeridad fiscal es en la Unión Europea contemplada en su conjunto. La crisis ha demostrado la extrema debilidad institucional del proyecto europeo, sobre todo en lo que atañe a su vertiente fiscal y presupuestaria. Hoy no tenemos la capacidad de estabilización fiscal que tiene, por ejemplo, el Gobierno federal estadounidense y que es fundamental para acompañar la política monetaria a la hora de afrontar situaciones de recesión. El llamado Plan Juncker es claramente insuficiente y de ejecución lenta. La única solución posible recae en los gobiernos nacionales de los países en buena situación fiscal, comenzando por Alemania. La situación del conjunto de la UE mejoraría si en esos países se explotase el margen expansivo existente, al tiempo que los que tenemos déficits públicos excesivos seguimos reconduciendo la situación con más consolidación presupuestaria o con cambios en el menú fiscal.
En algunos sitios sí se han pasado cuatro pueblos. En otros, me temo que no.
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