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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Que exporten ellos!

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Xavier Vidal-Folch

El flanco discutible de los Presupuestos es el acogotamiento de las inversiones públicas portadoras de futuro: en infraestructuras, en investigación, en becas, en políticas activas de empleo. Y el más contradictorio e irritante, la cohabitación de una amnistía fiscal más generosa que san Martín de Tours (quien solo regaló la mitad de su capa, y no un 90%), con un inconcreto plan de lucha contra el fraude en los impuestos y en el seguro de paro.

Esas son las más extendidas causas de perplejidad, o de encono. Pero el motivo de mayor misterio es la racanería con las exportaciones, el único gran rubro que ha salvado a la economía española del desastre en 2010 y 2011. En efecto, las ventas al exterior crecieron un 13,5% y un 9% en ese bienio. Por sí solas compensaron la atonía del consumo público-privado (0,6% y -0,7%), y el derrumbe de la inversión (-6,1% y -5,2%), permitiendo una caída muy ligera del PIB (-0,1% en 2010) o su aumento (0,7% en 2011). Y lograron que la gran losa de esta economía, el saldo negativo con el exterior, que había sido de 10 puntos en 2007, bajase hasta menos de un tercio.

Ahora las cosas irán a peor. El cuadro macro del Gobierno para 2012 prevé que las exportaciones solo crezcan el 3,5%, un ritmo cercano a un tercio del registrado en el último ejercicio y un cuarto del penúltimo. O sea, no podrán compensar la caída de la demanda interna: sobre todo el desplome del gasto público (desde un -2,2% a un -8%) y el derrumbe de la inversión en bienes de equipo (del 1,2% positivo al 7,3% negativo). Así, la economía caerá a un -1,7%.

Parecía lógico que para afrontar esa fatídica previsión se hubiera echado toda la carne en el asador. Con un objetivo: que el sector exterior compensase, como solía, la mediocridad doméstica. Y que por tanto se hubiera establecido una estrategia para aumentar el ritmo de crecimiento de las exportaciones. Para que estas pudieran traspasar sus límites: la especialización territorial, pues más de la mitad acuden a la zona euro, la región del mundo que permanecerá este semestre más estancada; y su flaqueza en competitividad relativa, entre otras razones, por su escasa intensidad tecnológica.

El misterio presupuestario no es la amnistía fiscal, sino las desventajas para las empresas exportadoras

Ninguno de estos obstáculos impidió en el último bienio que la exportación se convirtiese en el motor del (débil) crecimiento y de la (frustrada, desde mitad de 2011) reactivación. Porque la economía española ha reaccionado siempre de cine a los retos de liberalización y apertura: con el Plan de Estabilización de 1959; con los Acuerdos de La Moncloa de 1977; con el ingreso en la UE en 1986; con el acceso a la moneda única en 1999.

Fue así como las exportaciones empezaban a diversificarse: las destinadas a la zona euro crecieron un 9,6% el año pasado, por un 21,6% las dirigidas al resto. Al cabo, España, junto con Alemania, es el que mejor mantuvo su cuota en el comercio mundial de entre los países desarrollados, desbordados por los emergentes.

Esta no es la opción adoptada. Es cierto que los 186 millones destinados en 2011 a la labor de promoción del Instituto Español de Comercio Exterior (ICEX) no se recortan, un alivio respecto a la amputación de los recursos para I+D. Pero sí se han jibarizado las ventajas a las exportadoras contenidas en el impuesto de sociedades: ¿sucederá el ¡que exporten ellos! al unamuniano ¡que inventen ellos!?

Al simplificarlo y eliminar (¡bravo!) exenciones y bonificaciones que lo convertían en una merienda de negros de algunas grandes empresas, en asimetría con el contribuyente de a pie, se ha actuado sin embargo con brocha gorda.

Se ha puesto un límite (el 30% del beneficio de explotación) a toda deducción de gastos financieros contraídos en el exterior. Podría haberse salvado los importes destinados directamente a apoyar la exportación. O sea, “segmentarlos por origen, para no tratarlos a todos por igual y ser más equilibrados en favor de la internacionalización”, deletrea el fiscalista Antoni Duran-Sindreu. Y es que “hay actividades que pueden desincentivarse y otras, como las exportaciones, que deben incentivarse”, sentencia Joan Tristany, director general de la Asociación Multisectorial de Empresas (AMEC) que agrupa a 450 exportadoras. Así fuese.

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