¿Está reanimándose la economía?
¿Qué tal va el estado de la Unión? Bueno, el estado de la economía sigue siendo terrible. Tres años después de la toma de posesión del presidente Barack Obama y dos años y medio desde que acabó oficialmente la recesión, el paro permanece dolorosamente alto.
Pero hay motivos para creer que por fin estamos en el (lento) camino hacia tiempos mejores. Y no estaríamos en ese camino si Obama hubiera cedido a las exigencias republicanas de que recortara el gasto, o la Reserva Federal hubiera accedido a las exigencias republicanas de que restringiera el dinero.
¿Por qué permito que un poco de optimismo rompa a través de las nubes? Los últimos datos económicos han sido un poco mejores, pero ya hemos vivido varios falsos amaneceres en ese frente. Y lo que es más importante, hay indicios de que los dos grandes problemas que originaron nuestra recesión -la burbuja inmobiliaria y el exceso de deuda privada- por fin están corrigiéndose.
Las cosas estarían peor si Obama hubiera hecho caso a los republicanos con la Fed o el gasto
En cuanto a la vivienda: como todo el mundo sabe a estas alturas (pero la de groserías que ha tenido que oír todo el que lo señalara mientras estaba sucediendo), experimentamos una monstruosa burbuja inmobiliaria entre 2000 y 2006. Los precios de las casas se pusieron por las nubes y estaba claro que se estaba construyendo en exceso. Cuando la burbuja explotó, la construcción -que había sido el principal motor de la economía durante la supuesta "expansión de Bush"- se hundió.
Pero la burbuja empezó a desinflarse hace casi seis años; los precios de las viviendas han vuelto a los niveles de 2003. Y después de una prolongada caída de las nuevas construcciones, Estados Unidos parece ahora seriamente escaso de casas, al menos según criterios históricos.
Entonces, ¿por qué no está saliendo la gente a comprar? Porque la situación de crisis de la economía deja a mucha gente que normalmente estaría comprando casas o bien incapaz de permitírselas, o demasiado preocupada por las perspectivas laborales para correr el riesgo.
Pero la economía está en crisis fundamentalmente por culpa del pinchazo inmobiliario, lo cual sugiere inmediatamente la posibilidad de un círculo virtuoso: una economía mejor conduce a un aumento de las adquisiciones de vivienda, lo cual anima la construcción, lo cual consolida la economía todavía más, y así sucesivamente. Y si se fijan bien en los últimos datos, da la impresión de que algo así podría estar arrancando: la venta de viviendas ha subido, las reclamaciones de prestaciones por desempleo han bajado y la confianza de los promotores está aumentando.
Es más, cada vez hay más probabilidades de que se produzca un círculo virtuoso, porque hemos conseguido importantes progresos en el frente de la deuda.
Naturalmente, esto no es lo que oímos en los debates públicos, donde toda la atención se centra en el aumento de la deuda pública. Pero cualquiera que haya analizado seriamente cómo caímos en esta recesión sabe que la deuda privada, especialmente la deuda familiar, fue la verdadera culpable: la explosión de la deuda familiar durante los años de Bush fue lo que abonó el terreno para la crisis. Y la buena noticia es que esta deuda privada, expresada en dólares, ha disminuido, y decrecido considerablemente como porcentaje del PIB, desde finales de 2008.
Lógicamente, siguen existiendo grandes riesgos, y más que nada, el riesgo de que los problemas en Europa hagan descarrilar nuestra incipiente recuperación. Y esa es toda una historia, una historia que nos contaba un reciente informe del McKinsey Global Institute. El informe examina los avances en el "desapalancamiento", el proceso de reducir los niveles de deuda excesivos. Certifica un adelanto considerable en Estados Unidos que contrasta con la falta de avances en Europa. Y aunque el informe no lo diga explícitamente, está bastante claro por qué a Europa le va peor que a nosotros: porque los políticos europeos han tenido miedo de las cosas equivocadas.
En concreto, el Banco Central Europeo ha estado preocupándose por la inflación -llegando, incluso, a aumentar los tipos de interés en 2011, solo para cambiar de rumbo ese mismo año-, en vez de concentrarse en sostener la recuperación económica. Y la austeridad fiscal, que se supone que limita el aumento de la deuda pública, ha deprimido la economía, lo cual ha hecho que sea imposible conseguir reducciones urgentemente necesarias en la deuda privada. El resultado final es que, a pesar de tanto predicar sobre los males del endeudamiento, los europeos no están haciendo ningún progreso en cuanto al exceso de deuda, mientras que nosotros, sí.
Volviendo a la situación en Estados Unidos: mi optimismo comedido no debería interpretarse como una declaración de que todo va bien. Ya hemos sufrido un daño enorme e innecesario por no haber respondido adecuadamente ante la recesión. No hemos conseguido aliviar la deuda hipotecaria, lo cual nos habría podido mover mucho más rápidamente hacia un descenso de la deuda. E incluso, si mi esperado círculo virtuoso está en camino, pasarán años antes de que lleguemos a algo remotamente parecido al pleno empleo.
Pero las cosas podrían haber estado peor; habrían estado peor si hubiéramos seguido la política que exigían los rivales de Obama. Porque como he dicho al principio, los republicanos han estado exigiendo que la Reserva Federal deje de intentar reducir los tipos de interés y que el gasto federal se recorte inmediatamente, lo que equivale a exigir que emulemos el fracaso de Europa.
Y si las elecciones de este año llevan la ideología equivocada al poder, la embrionaria recuperación de Estados Unidos podría muy bien exhalar el último suspiro.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008 © New York Times Service 2012. Traducción de News Clips.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.