Carmen Machi, patrimonio nacional
1 El bombón de Helena. Carmen Machi is back in town, como dicen en Las Vegas cuando un jugador está de racha, pisa fuerte y deja huella. Ha pisado fuerte en la Abadía, mostrando la plenitud de sus poderes con un espectáculo descomunal, Juicio a una zorra, escrito y dirigido por Miguel del Arco, que sólo ha estado tres semanas en cartel, pero se va a hinchar a hacer bolos por toda España, así que voy a contarles lo que he visto y lo que van a ver ustedes. De entrada sepan que esta mujer va a clavarles en la butaca durante setenta minutos. No, me quedo corto. Carmen Machi te agarra por el cuello desde que pisa la escena, te monta a su lado en la montaña rusa y no te suelta, y el vértigo del viaje te dura hasta mucho después de poner los pies en el suelo, como me está durando a mí ahora que revivo la función. Su trabajo en Juicio a una zorra (lástima de título, que suena un poco a Paso) es puro arte, es decir, pura vida, reconcentrada y exuberante: energía, magnetismo, fascinación. ¿Quieren, por si hiciera falta, más avisos luminosos de que estamos ante un monstruo actoral?
Su trabajo es puro arte, es decir, pura vida, reconcentrada y exuberante: energía, magnetismo, fascinación
a) Ha de ser capaz de pasar de una emoción a la contraria (de la risa al dolor y viceversa, en este caso) en cuestión de segundos y de suscitar parejas sensaciones en el espectador. b) Le basta mover un dedo para electrizarte. c) Puede colocar un punto y aparte de tal modo que te desgarre el corazón con la fuerza de unas tenazas. Yo le he visto hacer todo esto. Yo he sentido todo esto.
En Juicio a una zorra, la Machi interpreta a Helena de Troya. Cabello rubio, vestido rojo, sensualidad extrema, lucidez extrema, en el cuerpo, en los ojos, en las palabras. No es la arquetípica mujer fatal que inventaron los que escriben la historia, sino una mujer fatalizada por su pasión, por su estigma. Por eso comparece ante nosotros, reconvertidos en jurado popular, para reclamar olvido. No tiene demasiadas expectativas: "Conozco la tendencia de la masa humana a comportarse como un solo idiota. Espero que hoy me haya tocado una masa menos compacta". Helena bebe vino mezclado con una pócima egipcia que la mantiene fuera del alcance del dolor: "Adoro esta letárgica insensibilidad: el signo de vuestro tiempo". En mi pedestal de GBFER (Grandes Borracheras Femeninas Españolas Representadas), Carmen Machi, temblorosa e invicta, comparte podio con María Asquerino en El mar y el tiempo y Victoria Abril en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Bebe copa tras copa pero cada vez necesita más dosis: demasiada historia sobre sus hombros y entre sus piernas. Conocemos la verdad de su relación con Teseo, peor que la de Humbert Humbert con Lolita: un viejo repugnante que la violó cuando ella apenas tenía nueve años. Y luego, a los catorce, llegó Menelao: "Si es que hasta el nombre era tonto". Helena quiere descansar, quiere el silencio, quiere dejar de ser. Mientras tanto, increpa a Zeus porque no teme sus rayos wagnerianos, y pone a caldo a Agamenón, a Ulises, "cuya piedad era tan corta como sus piernas"; a Aquiles, el gran guerrero, al que "tuvieron que ir a buscar a un harén donde se escondía vestido de mujer". Puede resumir en dos frases la guerra de Troya, todas las guerras: "Había que arrasar una ciudad entera y aniquilar a toda su población para encontrarme: una noble y humanitaria afición que no se ha perdido con el transcurrir de los siglos".
Helena es Cresida cruzada con Tersites: un corazón de oro, una lengua sardónica y furiosa. ¡Qué río más tumultuoso y de cuántas aguas, cuántas espumas, cuántos rápidos! Aparta la copa, por unos instantes, para evocar sin narcóticos la muerte de su hija Ifigenia, sacrificada por Agamenón: ese mínimo gesto nos hace oír el aullido de dolor que retumba en las montañas. Y vaciará luego las últimas botellas para hablarnos de su único amor, su única culpa y su única gloria, mientras canta, con los ojos arrasados, el aria Amour divin, ardente flame que le dedicó el galante Offenbach. Yo no vi a Mary Carrillo en la cima de su arte, pero me imagino que no sería muy distinta de Carmen Machi cantando y riendo y llorando, clamando "Zeus todopoderoso, tú nunca serás amado como yo amé a Paris" sin la menor prosopopeya declamatoria, como solo puede hacerlo una mujer atravesada por el recuerdo de su pasión, y recordándonos que "la eternidad está enamorada de los frutos del tiempo". Lloramos y aplaudimos, puestos en pie: no vamos a olvidar todo eso.
Miguel del Arco la ha dirigido con la misma alegría (la alegría de una dirección se siente; se siente cuando un intérprete y un director han jugado juntos, han buscado juntos) y la misma febril minuciosidad de La violación de Lucrecia, con la diosa Espert: grandes narradoras orales, sacerdotisas encendidas por la fuerza del relato, capaces de hacerte ver un mundo, una época, un entramado de pasiones y miserias; capaces de hacerte ver el vuelo y el abismo con el movimiento de una mano y de una frase. Miguel del Arco compuso este monólogo para la Machi (ya es "la" Machi, ya tiene la escarapela de las grandes) el pasado verano, y vio la luz en Mérida, bajo el influjo del cercano y apropiadísimo templo de Diana. Como en este país está penado hacer bien dos cosas al mismo tiempo, el lugar común quiere que su talento como director haya oscurecido un tanto la fuerza de sus textos. Púdrete, lugar común: a Gore Vidal le encantaría esta función sabia y apasionada, esta Helena que habla como un cruce entre Juliano el Apóstata y Myra Breckinridge.
2 Más por su dinero. He visto más joyas. En el Fernán-Gómez, Los ojos, la nueva función de Pablo Messiez. Precioso texto y excelentes actores, entre los que destacan, para variar, dos monstruas de su equipo habitual: Fernanda Orazi y Marianela Pensado. En La Planeta (Temporada Alta / Girona), Los hijos se han dormido, nueva relectura chejoviana de Veronese (esta vez es La gaviota), con la incomparable María Onetto al frente de un elenco en estado de gracia. Y cuando aparezcan estas líneas ya se habrá estrenado la esperadísima En la luna, de Alfredo Sanzol, en la Abadía, que veré el próximo sábado. Seguiremos informando.
Los ojos. Director: Pablo Messiez. Teatro Fernando Fernán-Gómez. Madrid. Hasta el 18 de diciembre. En la luna. Director: Alfredo Sanzol. Teatro de la Abadía. Madrid. Hasta el 8 de enero de 2012.
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