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Columna
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Déjà vu

Dicen -y dicen bien- que la historia no se repite y que de nada sirve conjurar los acontecimientos del pasado para prevenir los hechos del presente. Sin embargo, una cosa es no fiarse de las supuestas leyes históricas, más o menos hegelianas, que rigen la vida de los pueblos y otra, no reconocer similitudes evidentes entre algo que ocurrió y algo que está sucediendo. Es a esto a lo que se quiere aludir con la expresión francesa déjà vu, la cual, más que a una prueba científica, remite a una sensación.

Pues bien, el otro día, releyendo la historia del siglo pasado, tuve esa extraña revelación del déjà vu. España, primavera de 1957. El régimen de Francisco Franco, que había seguido la ortodoxia falangista al aplicar una estricta autarquía económica, se tambalea. Sin embargo, las esperanzas de la oposición no se materializaron porque la entrada de los llamados tecnócratas en el Gobierno abrió un periodo de realismo económico que a la larga sentaría las bases del cambio de mentalidad que permitió restaurar la democracia tras la muerte del dictador.

Comunidad Valenciana, verano de 2011. El régimen de Francisco Camps se tambalea. La crisis económica mundial desinfla la burbuja inmobiliaria española y enfrenta al Consell a sus contradicciones. La sociedad valenciana, que estaba entregada a la autocomplacencia y que carece de una oposición digna de tal nombre, descubre con incredulidad que es la autonomía con mayor índice de paro y con mayor endeudamiento de toda España. Su presidente, que lleva un par de años inactivo acosado por el caso de los trajes, no hace nada y ni siquiera deja de despilfarrar el dinero que no tiene. Su único rasgo de lucidez, antes de dimitir, es nombrar un Gobierno de tecnócratas que intenta salvar los muebles. De repente, los tabúes dejan de serlo. Se reconoce lo mal que estamos y se aplican medidas de austeridad. Se intenta remediar el desaguisado de la educación. En vez de obstinarse en seguir machacando a la lengua, se procura llegar a componendas. No sin zancadillas de los beneficiarios de la etapa anterior. Hace medio siglo, el ministro de Información fue destituido por los resultados contraproducentes de su histérica oposición al llamado contubernio de Múnich. Hoy, en Valencia, se está librando una verdadera batalla entre los partidarios de desmantelar Canal Nou y quienes siguen anclados en los viejos tiempos. Pero no basta con hacerlo mejor que Camps, eso es fácil: de lo que se trata es de cambiar una dinámica perversa que parecía inevitable. La actualidad valenciana vuelve a ser apasionante: las cuitas de nuestros gobernantes las vemos con distanciamiento, pero -a qué negarlo- sus querellas nos interesan, pues nos va bastante en ello: que algún día podamos volver a ser la comunidad desarrollada y liberal que fuimos o que sigamos hundidos en la mediocridad tercermundista. Nada menos.

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