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Columna
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Las horas de Aguirre

Se ha dicho ya casi todo sobre esas dos horas más que la presidenta Aguirre impone a los profesores, pero hay que reconocer que el tema se puede prolongar en varias tesis doctorales. Las formas del planteamiento, la gramática, la confusión entre horario laboral y docencia, el ahorro planteado que se le escapa en la enseñanza pública, el momento inoportuno, en fin, de todo y algo más. Pero, aunque sea deformación profesional, me preocupa especialmente la debilidad intelectual del razonamiento político y mucho más en estos momentos de crisis, casi diría de agonía económica, en los que estamos viviendo. Para no extenderme, que ni puedo ni ustedes se merecen ese maltrato, pondré algunos ejemplos representativos.

La complejidad cognitiva de Esperanza Aguirre se podría ampliar a otros muchos campos sociales. Senadores y diputados podrían prolongar en dos horas su permanencia en el hemiciclo y así necesitaríamos menos representantes, que nuestro dinero nos cuestan, sin duda bastante más por cabeza que cada profesor. En época electoral, nuestros políticos también deberían extenderse un tiempo en cada inauguración, quizá no tanto como horas, y así habría menos ceremonias que también es gasto. Hasta los rateros de Madrid deberían prolongar un poco más su jornada, disminuyendo así en cantidad porque no habría para tantos, y ahorraríamos en policía, jueces y posiblemente en instituciones penitenciarias. De verdad que esta presidenta no tiene desperdicio en cuanto a genialidades políticas.

Me imagino perfectamente a Gila en aquellos diálogos al teléfono. "¿Está la presidenta? Que se ponga. Oiga, que se me ha ocurrido que si pedimos a los soldados que maten dos enemigos más al día, podríamos licenciar a muchos y así habría menos lío, que arman mucho follón y gastan demasiado en comida". Pues lo mismo, pero con profesores. El teorema de Aguirre es todo un descubrimiento para la patología política.

El problema es que otros muchos políticos piensen de forma similar, aunque con una apariencia un poco más compleja y decorosa. Se habla demasiado en estos días de recorte, austeridad, ejemplaridad y otras palabrejas, que recuerdan tiempos oscuros donde la mortificación y el dar testimonio eran virtudes. Empiezan por recortar el sueldo en un cinco por ciento, luego amplían las horas de docencia y, como ven que no pasa nada, terminarán diciendo que la enseñanza es tan importante que no tiene precio, es decir, que es un honor sin sueldo. Este razonamiento es un viejo y conocido truco de la mentalidad autoritaria.

Si la tesis de Aguirre y otras similares, al estilo de Gila, es todo lo que se les ocurre a estos y a los otros, en lugar de pensar y planificar con rigor y seriedad, entonces el problema ya no será estar indignados, el problema será estar aterrorizados ante el futuro que nos ofrecen.

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