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Tribuna:La firma invitada | Laboratorio de ideas
Tribuna
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Nuevas ideas para la economía del futuro

A pesar de todo lo que se ha dicho sobre la crisis que nos acompaña desde 2008, aún desconocemos cómo se escribirá la historia con relación a los fallos de la ciencia económica que desembocaron en la situación actual. Se ha criticado mucho a los políticos por haber tomado decisiones erróneas antes y durante la crisis, pero se ha hablado muy poco de los errores de los economistas. Incluso en la fase actual de salida, los titubeos permanentes dentro de la UE para abordar la crisis de la deuda o las diferencias entre el enfoque europeo y el estadounidense obedecen a la competencia entre diferentes escuelas de pensamiento y constatan la insuficiencia de la teoría económica actual para dar recetas claras ante los problemas de hoy y del futuro.

La teoría de los efectos no keynesianos de los ajustes fiscales no funciona con tanta claridad
Necesitamos una nueva teoría sobre la conexión entre los precios de los activos y las burbujas

Apuntaré en este artículo cuatro áreas donde la economía tiene que superar sus planteamientos actuales y desarrollar nuevas recetas.

Primero, empecemos por la política fiscal. El principal problema con el que nos encontramos hoy es que estamos intentando aplicar las lecciones aprendidas en los años noventa a los problemas de una década después. Entonces, algunos economistas demostraron que los ajustes fiscales podían tener efectos expansivos si lograban generar expectativas suficientemente positivas para el sector privado. La idea era que los recortes centrados en las partidas más rígidas del gasto, como las transferencias y los salarios públicos, podían mejorar las expectativas fiscales de las familias y las empresas y alentar así su consumo y su inversión.

Pero aquel no es el mundo actual. Aquellas teorías fiscales de los noventa funcionaban en un contexto de estabilidad financiera y tras una constante expansión del sector público desde la posguerra que de verdad amenazaba en algunos países con asfixiar al sector privado. Hoy, sin embargo, hay países como España donde el crédito sigue sin fluir y es precisamente en el sector privado -familias y empresas- donde están los problemas. En este contexto, la teoría de los efectos no keynesianos de los ajustes fiscales no funciona con tanta claridad y está mucho más sujeta a las características propias de cada país.

El segundo problema que creo que debe atender la profesión económica es el de la política monetaria y su incapacidad para evitar las burbujas financieras. La práctica de los últimos quince años ha sido que los Bancos Centrales establecían un objetivo de inflación (basado en el IPC) y en función de eso fijaban los tipos de interés y el dinero en circulación. Pero los modelos financieros empleados no han sido capaces de evitar las burbujas que vienen sucediéndose cada cierto tiempo.

Al establecer el foco en los precios de los bienes y servicios que los ciudadanos consumen a diario, la política monetaria de los bancos centrales no se ha acomodado bien a la evolución de los precios de los activos en los que estos invierten sus ahorros, como las acciones de las empresas tecnológicas, los fondos de pensiones, las viviendas, las materias primas, o muy recientemente, la deuda soberana. De hecho, al observar que una economía tiene una inflación baja, la política monetaria tiende a relajarse, caen los tipos de interés reales, incluso tornándolos negativos, y se induce así el crecimiento del crédito y la inversión especulativa.

Por tanto, en términos teóricos, necesitamos nueva teoría capaz de integrar mejor la interconexión entre los precios de los activos y las burbujas financieras. Junto a ello, es preciso incorporar criterios anticíclicos en la política financiera. Es decir, los requisitos de reservas de capital que se exigen a los bancos deberían ser más altos cuando la economía vaya bien (es decir, ahorro en tiempos de bonanza), y relajarse cuando la actividad decaiga para que sigan haciendo su función de dar crédito a las familias y a las empresas, evitando que las recesiones se prolonguen en el tiempo.

El tercer desafío consiste en incorporar supuestos más realistas a nuestro esquema central. A nivel micro, la ciencia económica se asienta sobre la presunción de que los individuos se comportan racionalmente y maximizan sus funciones de utilidad. A nivel macro, entendemos la actividad económica como la multiplicación de la producción de bienes y servicios, en un contexto de recursos escasos. Y en relación con la asignación de esos recursos y la distribución de los mismos estamos convencidos de que el mercado es el mecanismo más eficiente, aunque sepamos que no es siempre el más equitativo.

Pero la realidad se ha mostrado tozuda y estamos ante el gran reto de superar esos esquemas. En el futuro, tenemos que incorporar comportamientos emocionales a nuestra teoría microeconómica, y las funciones de utilidad que asignamos a las personas deben recoger mejor el impacto que nuestra actividad económica genera en nuestro entorno y viceversa, con el objetivo de acomodar mejor los comportamientos destructivos y las motivaciones altruistas. Hasta ahora, las acciones solidarias eran vistas como irracionales, o lo que es peor, como parte de un cálculo egoísta para obtener la satisfacción moral de ayudar a tus semejantes. Asimismo, debemos integrar la sostenibilidad en nuestros modelos macroeconómicos, para que crecer no solo sea aumentar las cantidades de productos, sino la calidad de los mismos, con el objetivo de avanzar hacia sociedades más prósperas. La confluencia entre la economía y la ecología es el área más prometedora de la investigación económica de los próximos años.

Finalmente, el cuarto reto es el más complicado de todos, porque consistirá en desarrollar nuevas teorías que asuman que la economía no tiende hacia el equilibrio, sino hacia los desequilibrios. Desde que Hicks desplegó a mitad del siglo pasado un esquema de estática comparativa para explicar que la economía se movía en torno a tres equilibrios simultáneos -en el mercado de bienes, el de dinero y el de bonos- los avances han sido importantes pero no definitivos. Hay que tener en cuenta que Hicks tenía la visión de un físico, y aplicó el esquema de equilibrios y predicciones de la física de Newton a la economía. De hecho, los departamentos de economía de las universidades dejaron de llamarse departamentos de economía política y comenzaron a llamarse departamentos de economía, para asemejarse a los de físicas.

Es cierto que se han incorporado las imperfecciones y las asimetrías de los mercados a nuestros modelos, pero más como excepción de la regla que como núcleo permanente del modelo central. Todo aquel esquema ha de evolucionar y debe transitar hacia teorías económicas cuyas predicciones tengan en cuenta también los contextos históricos e institucionales, los ciclos electorales y las preferencias ideológicas, como ya hacen los politólogos, aunque con menor sofisticación matemática. Hay que reconocer que muchas veces la mano invisible del mercado no se ve porque no existe. Es la mano visible del Estado la que genera las garantías regulatorias para que los mercados funcionen en competencia, la que reasigna recursos para compensar sus inequidades, la que facilita certidumbres a medio plazo, y es también la que lidera las apuestas sectoriales estratégicas que son tan necesarias en momentos de cambio de modelo productivo como en el que hoy nos encontramos.

En conclusión, necesitamos urgentemente nuevas ideas en al menos cuatro áreas -la política fiscal, la política monetaria, el crecimiento sostenible y las expectativas racionales-. Y esas nuevas ideas deben tener en cuenta que la economía no es una ciencia sino un arte que usa instrumentos científicos, y por eso es más parecida a la medicina que a la física. Usamos mediciones, pruebas y datos, pero el éxito de nuestras predicciones y nuestras terapias dependen de nuestro acierto en incorporar el entorno y la psicología de los individuos. El reto es enorme, pero merece la pena intentarlo. -

Carlos Mulas-Granados es profesor titular de economía de la Universidad Complutense de Madrid y director de la Fundación Ideas.

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