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Columna
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Mariposas en los plenos

Al igual que las legislaturas en los Ayuntamientos, la metamorfosis también es un proceso cíclico. Por eso es normal que en algunas corporaciones que se constituyeron el pasado sábado aparecieran mariposas en los plenos. Ocurrió en aquellos municipios donde sus alcaldes acudieron a las elecciones en estado casi putrefacto, pero lograron que sus votantes no tuvieran sensación alguna de pestilencia y afianzaron sus mayorías absolutas. Las mariposas que pululaban entre los folios de los discursos de investidura no eran más que los futuros gusanos que se arremolinan en torno al poder, dispuestos a iniciar de nuevo un proceso de simbiosis por el que, administrador y administrado, se favorecen entre sí.

La corrupción en España, y sobre todo la impunidad electoral de los presuntos corruptos, empieza a ser tan preocupante que ya hay un parlamento donde el presidente de la cámara ha decidido colocar un crucifijo en su mesa. Con esta medida se facilita que algunos diputados puedan responder ante el Altísimo sobre el bajo fondo de su quehacer como político, una vez obtenida la benevolencia de los votantes en el mundo de los mortales. Una forma de poder expiar los pecados que las urnas no borraron del todo. No es la primera vez que escribo que hay demasiados ciudadanos que son incapaces de percibir el olor de la descomposición, al igual que hay otros muchos que consideran normal que cierto mal olor en política resulta siempre inevitable.

A veces el Centro de Investigaciones Sociológicas se gasta un dineral en realizar una encuesta para verificar con porcentajes lo que sabíamos de puro sentido común. Según su último trabajo, las tres principales preocupaciones de los españoles son el paro, la situación económica y los políticos, cuya mala imagen entre la ciudadanía ha alcanzado un récord histórico. El hecho de que la encuesta se conociera con anterioridad a la constitución de los ayuntamientos este pasado sábado, le resta credibilidad a los datos. Si los ciudadanos hubieran sido encuestados tras el trapicheo de apaños entre los partidos para formar gobiernos, los porcentajes sobre el desapego respecto a su clase política se hubieran multiplicado por dos.

La historia de la clase política en España es como la teoría de la evolución de las especies pero al revés. En el proceso de selección de cada legislatura nunca siguen los mejores, sino que se premia a los más dóciles. Si los españoles consideran que el tercer problema que tiene este país son sus políticos, podríamos deducir que estamos ya en los límites de poder seguir evolucionando a peor. Este fin de semana se han investido de máxima autoridad local un centenar de alcaldes imputados, algún que otro portavoz parlamentario pendiente de juicio y un puñado importante de diputados, con su presidente autonómico a la cabeza, esperando la citación judicial para tomar asiento en el banquillo de los acusados. Admitirán, con estos ejemplos, que el margen que queda para empeorar empieza a ser escaso.

Se puede criticar a los políticos, sin que por ello se cuestione la democracia. Como se puede cuestionar las prácticas de los partidos políticos, sin que por ello se ponga en cuestión el sistema de representación de la soberanía popular. Haríamos bien, también, en censurar la actitud de muchos ciudadanos ante la política, la democracia y las prácticas de los partidos políticos. En España estamos viviendo tiempos difíciles, democráticamente hablando. Ha surgido un movimiento que, en cierta medida y con sus errores e imperfecciones, ha conseguido que surgieran mariposas en los estómagos de muchos ciudadanos que cuestionan el compromiso de los políticos con su propia ciudadanía. Persisten, sin embargo, un número importante de votantes que son incapaces de descubrir que las mariposas en los plenos indican que más pronto que tarde aparecerán los gusanos.

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