Ángel Escolano, voz del juego en España

"Tres, rojo, impar y falta". Así fue la primera jugada de ruleta que, un 14 de octubre de 1981 y al albur de la legalización del juego en España, inauguraba el Casino Gran Madrid en Torrelodones. La mano que lanzó aquella bola, la de Ángel Escolano Díez, era la de un abogado de éxito que compartiría, a partir de entonces, el ejercicio de su profesión con su otra gran pasión -junto con el mar y el Real Madrid de sus amores- el casino que desde entonces recibe más de 700.000 visitantes cada año. "Trece, negro, impar y falta" fue la jugada de ruleta que inauguraba, el 22 de julio de 2010 y de la misma mano que aquella, el casino al aire libre Hasard 29, en los jardines del Casino en Torrelodones. Entre ambas fechas, casi 30 años de dedicación a un sueño. Casi tres décadas al frente de ese "templo del azar", como solía decir él, cuya presidencia honoraria ocupaba desde hace casi un año. Ángel Escolano falleció el jueves al no poder superar las complicaciones de una intervención quirúrgica ocurrida unos días antes. Contaba con 87 años de edad.

Nacido en Madrid en 1923, de carácter emprendedor y comprometido, los muchos viajes le llevaron a conocer los grandes casinos europeos, y sus otras muchas inquietudes le hicieron recorrer numerosos caminos. Fue uno de los abogados de Jesús Gil y produjo en 1965 Campanadas a Medianoche, la célebre película de Orson Welles. Fue patrono de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción y miembro de la Fundación de Amigos de Madrid. Enamorado del mar, aprovechó siempre que pudo para navegar a bordo de su barco, Alas Libres, hasta que la edad terminó por impedírselo.

"34, rojo y par" fue, el 1 de noviembre de 1924, la última jugada en el Gran Casino de San Sebastián, antes de que este cerrara sus puertas a consecuencia de la prohibición decretada casi dos años antes. Tendría que pasar más de medio siglo para que una bola volviera a tentar a la suerte en aquella misma ruleta, cuando se inauguró el Kursaal en junio de 1978. Aquel mismo año Don Ángel, como lo llamaban sus empleados, se hizo con una de las 18 licencias entonces autorizadas por la Comisión Nacional de Juego, aunque no recorrería un camino fácil. Al recelo de la época se le sumaron muchos problemas de financiación y un recurso en contra de la adjudicación del casino en Madrid le sumió en un largo proceso del que no saldría hasta dos años más tarde, encabezando un grupo en el que, tras él, se situaban el Casino de Líbano y otros inversores.

Aunque hace un año cediera las riendas de la empresa a su hijo, siguió visitando el Casino Gran Madrid hasta su último momento.