Las trabajadoras del mar empiezan a ver reconocido su trabajo
Osalan analizará los riesgos laborales de rederas, 'neskatillas' y empacadoras
Existe un pequeño colectivo de mujeres, formado por al menos 135 trabajadoras, según datos del Gobierno, y dedicado a labores relacionadas con la mar, que empezó a ganar visibilidad hace apenas dos años después de siglos de sacrificada actividad escasamente reconocida. Rederas, neskatillas -quienes descargan y limpian el pescado- y empacadoras salieron a protestar por sus condiciones laborales. En la actualidad, el Departamento de Pesca, a través de Osalan, el Instituto Vasco de Seguridad y Salud Laborales, ha puesto en marcha un programa para evaluar y prevenir las patologías que estas mujeres padecen a causa de su trabajo. En el horizonte, y como gran reclamación del colectivo, está la inclusión de dichas afecciones en el catálogo de enfermedades profesionales.
El objetivo es el reconocimiento de sus dolencias profesionales
Enganches para las redes, sillas y carpas de protección han mejorado la labor
De momento, Osalan se afana en concienciar a las mujeres de las costumbres, arraigadas en el tiempo, que deben desterrar de su trabajo diario y qué nuevos hábitos deben introducir. La mayor parte de lesiones que sufren estas trabajadoras son de carácter músculoesquelético en la espalda y el cuello. También son comunes las contracturas y tendinitis en los hombros, brazos, manos, muñecas y codos por las labores repetitivas en posturas forzadas.
A lo largo de este año el objetivo es establecer la relación causa-efecto potencial en las actividades desarrolladas por estos colectivos sobre su salud. Para ello se están comprobando in situ y en el marco del plan Itsaspreben, las condiciones de trabajo que afectan a estas mujeres a diario en los seis puertos vascos donde desarrollan su actividad. De esta forma, técnicos de Osalan revisarán y reevaluarán los riesgos existentes.
En una segunda etapa se recopilarán junto al colectivo los datos de salud y enfermedades que hayan podido padecer en el pasado para estudiar las posibles relaciones entre riesgos identificados y afecciones. Una vez realizado este estudio y analizado el resultado, si procede, se revisará el plan de trabajo considerando los estudios epidemiológicos que se estimen oportunos. Este mismo mes, el próximo día 15, Gobierno vasco y representantes de las mujeres dedicadas al sector se reunirán para ir perfilando la iniciativa.
La mejora de las condiciones de trabajo de las rederas fue una cuestión sobre la que ya trabajó el viceconsejero de Pesca hasta 2009, Luis Miguel Macías, y que después retomó el actual, Jon Azkue. Una de las primeras medidas que se adoptaron tras las primeras movilizaciones del colectivo fue facilitar a las 70 rederas repartidas entre Hondarribia, Bermeo, Lekeitio, Orio, Ondarroa y Getaria, el uso de banquitos o sillas y evitar sentarse en el suelo para trabajar.
También se les recomendó que usaran "siempre un calzado cerrado y que emplearan pivotes metálicos para enganchar las redes en lugar de dejarlas esparcidas por el suelo", señala Inés Susperregi, redera en el puerto de Hondarribia. "Nadie se acordaba de nosotras, pero por fin están cambiando las cosas", se felicita esta mujer, de 37 años, que, como tantas otras trabajadoras del mar, trabajó su habilidad con su familia.
Otra mejora que estas empleadas ha agradecido en estos años ha sido la instalación de carpas para protegerse de la lluvia. "Al estar sentadas muy quietas muchas horas te quedas como un pajarito. No es raro no poder mover los dedos del frío y tener que parar. Queremos disponer de locales para poder trabajar en seco", apunta la presidenta de la Asociación de Rederas y Neskatillas del País Vasco, Josune Rentería.
Una portavoz de las neskatillas de Bermeo, Josefi Suárez, confía en que pronto las lesiones que sufren puedan ser consideradas enfermedades laborales y no comunes. Además, Suárez recuerda que, como trabajadoras del mar, "deberíamos tener acceso a la jubilación anticipada a los 55 años".
La lucha de estas mujeres por mejorar sus condiciones de trabajo se remonta a finales de 2007. Entonces se firmó la Declaración de Ondarroa. Las rederas, neskatillas y empacadoras del Cantábrico reclamaron en esa localidad vizcaína su consideración como colectivo profesional para mejorar las precarias condiciones sociolaborales en las que trabajan en los puertos pesqueros del País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia. En la declaración firmada por responsables de las asociaciones de las cuatro comunidades también solicitaron la reducción de la edad mínima de jubilación, así como el reconocimiento de sus dolencias como enfermedades laborales.
La mayoría de rederas, empacadoras y neskatillas son autónomas y, paradójicamente, se les considera mano de obras no especializada. Tienen una cotización "muy baja" y la pensión que les queda es "pequeña", dice Rentería. Así las cosas, estas mujeres reclaman que la existencia de la titulación de redera para que su profesión pueda cambiar de categoría y aumentar la cotización. Pese a que ha habido variados intentos, como probar unas máquinas de coser noruegas que se limitaban a pegar las roturas de las redes, la labor de estas mujeres se ha revelado insustituible. Ningún artilugio ha logrado igualar las expertas las manos de las rederas, que confían en dignificar una actividad que forma parte de la cultura vasca.
Un trabajo amenazado
El colectivo de rederas, neskatillas y empacadoras gana entre siete y ocho euros la hora y no mira el reloj. El trabajo llega en el momento más inesperado y hay que estar siempre preparadas cuando un barco necesita descargar o reparar alguna red. Las condiciones de trabajo no son lo suficientemente "dignas", según la presidenta de la Asociación de Rederas y Neskatillas del País Vasco, Josune Rentería, como para que las más jóvenes deseen continuar esta labor. Este año solo cuatro mujeres se han unido a la profesión. "A este paso la profesión va a desaparecer antes de ser reconocida", ironiza Rentería. "A las jóvenes no les interesa esta actividad", zanja la redera Inés Susperregui.
Tampoco ayuda para promover el relevo generacional, las paradas de la flota y las capturas limitadas, que hacen que el trabajo llegue de forma discontinua. Su salario depende del número de barcos que requieran sus servicios, y "cada vez hay menos", lamenta la neskatilla Josefi Suárez.
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