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Columna
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La mujer en el golpe

Vicente Molina Foix

He tenido un shock viendo estos días en prensa las fotos de hace 30 años. Yo no estaba aquí, sino en Berlín, y allí llegué al anochecer del día 23 de febrero al hotel Kempinski, lugar de la tertulia que los españoles acreditados en la Berlinale, críticos, productores y cineastas, formaban casi todas las tardes. Al verme entrar en el bar del hotel con aire incauto, Elías Querejeta me colocó en la sien el metal de un radiocasete de pilas. ¿La banda sonora de alguna alegoría bélica de las que él había, tiempo atrás, producido? Se oían tiros y voces en la grabación, pero Elías me miraba sin orgullo profesional, más bien con la cara de un atormentado personaje de la cinematografía nórdica. "Ha habido un golpe de Estado en España". Ya se imaginan ustedes la continuación de la ansiosa velada berlinesa.

Hay fotos del 23-F en las que no puede plantearse lingüísticamente el sustantivo 'miembra'

Dos detalles recuerdo con especial nitidez: la solemne oferta de asilo político que a los españoles nos hizo en el bar americano del Kempinski el director del festival de cine, Moritz de Hadeln, y ver al día siguiente todos los periódicos alemanes con la palabra putsch ocupando la portada.

Volví a Madrid cinco días después de la multitudinaria manifestación anti-golpes del 27 de febrero, y me sumé a la alegría y el estupor que todos ustedes sintieron, los que entonces hubieran nacido o tuviesen uso de razón, claro. La vida continuó, hasta hoy, con sus altibajos políticos, que les ahorro por economía narrativa, y sus bajas humanas, más de las que uno habría supuesto, con la imprevisión de la juventud, en solo tres décadas. España es otra, querría yo pensar que una tercera España moderna y mixta emanada como un elixir de las sempiternas españas dos del refranero y la poesía. No vivimos actualmente en la mejor España posible, pero vivimos en un país en el que, al menos al incauto, le puede producir un shock comprobar que en las filas de encabezamiento de la henchida manifestación madrileña del 27 de febrero de 1981 no se ve a ninguna mujer, absolutamente a ninguna (al menos en la foto a dos planas que EL PAÍS Domingo publicó en su edición del pasado día 20).

Por curiosidad o por juego me dediqué después -todos sabemos lo que da de sí una tarde de domingo, y más si es lluviosa- a ver otras fotos en este periódico y en otros del mismo día. Se distingue, por supuesto, a alguna que otra diputada en los escaños del Parlamento donde irrumpió con su pistola Tejero, y poco o nada más. Entre los 15 miembros (uno con cigarro encendido) fotografiados por Efe en la decisiva reunión de la Junta de Defensa Nacional posterior a la intentona golpista, no hay ni una sola posibilidad de plantearse lingüísticamente el sustantivo miembra. Y de un total de 35 personajes retratados en la extraordinaria imagen de los periodistas leyendo la histórica edición especial de EL PAÍS en las escaleras del hotel Palace, solo cuatro son mujeres, una cifra que ahora, en una situación idéntica, sería un inverosímil. Ningún número femenino de la Guardia Civil asaltó tampoco aquel 23 de febrero el Palacio de las Cortes.

Virginia Woolf, en uno de sus textos más enigmáticos, escribió que en torno a diciembre del año 1910 "el carácter humano cambió". La afirmación se ha prestado desde entonces a interpretaciones diversas, y algunas, de talante feminista, son recogidas en el recién aparecido libro Virginia Woolf and December 1910. No todos los indicios de ese cambio -coincidente con el fin de la era eduardiana- enumerados por la novelista son exclusivos de la condición femenina, aunque hay una frase en su texto que resalta estupendamente el fin del yugo de la tradición doméstica que hacía natural para la mujer educada "pasar su tiempo persiguiendo cucarachas y fregando sartenes, en vez de escribiendo libros".

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No sé si el 23-F es la efemérides exacta para fijar nosotros el arranque de una metamorfosis similar, a partir de la derrota de la negra España tejeriana. Resulta en cualquier caso vertiginoso verificar que en solo tres décadas desde aquel momento de resistencia cívica a la barbarie las mujeres ocupan hoy las Juntas, los cuerpos armados, la cabeza de la política y las finanzas, por no hablar de las artes en general y en particular de una narrativa fotográfica y fílmica que el día de aquel golpe las tenía aún en el limbo de una segunda o cuarta fila. También ha salido a la luz pública en los años trascurridos otra forma de golpe bárbaro que las mujeres reciben en su cuerpo, y no solo en su persona, desde épocas ancestrales. La agresión continúa, no falta una casi ningún día, pero ahora -en la sociedad que surgió de aquella golpiza frustrada al amanecer del 24-F- tiene en los medios y en nuestra conciencia el lugar destacado que el horrendo crimen de la violencia machista merece.

¿Qué pensará, por cierto, de aquí a treinta años, la gente joven egipcia o tunecina al ver que en febrero del año 2011 había mujeres, con y sin velo, en la primera fila de todas esas plazas de la libertad? Ojalá que en el 2041 les parezca normal, aunque -como a mí me ha pasado ahora en nuestro aniversario- un poco corto el número de las mismas.

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