"Mi Shangri-La es mi jardín; no podría vivir sin él"
Cenar con Colin Thubron es ampliar horizontes. Considerado uno de los grandes nombres de la literatura de viajes, el escritor británico (Londres, 1939) nos ha hecho recorrer la fantasmagórica ruta de la seda o la desolada Siberia con una sensibilidad y un hálito poético que eleva las botas de marcha y la mochila a la categoría de las sandalias y el caduceo de Mercurio -una comparación que placería a su admirado maestro Patrick Leigh Fermor-. Viva imagen del gentleman británico, Thubron, que ha participado en un ciclo de la Biblioteca Nacional, se desenvuelve en la mesa con una natural elegancia que te hace sentir un invitado patoso en Brideshead.
El maître le propone de entrante pulpo. Se ensombrece. "En Chipre observé a uno atravesado por el arpón de un pescador, cerraba los ojos así, en la agonía del dolor". No obstante, se apunta al plato. Hombre práctico en lo gastronómico -es lo que tiene viajar a ras por algunos de los lugares más inhóspitos del mundo-, come de todo. "En ciertas partes de China resulta a veces complicado, serpientes, sesos de mono, perro... pero solo una vez me venció la desazón: había gato cocinado sobre el mantel y otro vivo bajo la mesa que me miraba angustiado". En otra ocasión, en un mercado en China, el viajero, llevado por la piedad y un recuerdo de juventud, compró un búho destinado a la cazuela y lo liberó allí mismo ante la estupefacta mirada del vendedor, "que no entendía que un bocado tan exquisito echara a volar". Mientras da cuenta de su cefalópodo con la parsimonia de quien ha sido educado en Eton, Thubron recuerda la ocasión en que perdió dos dientes al masticar un correoso carnero en el Turkmenistán. "Fue duro, estás horrible con dos dientes menos, incluso en el Turkmenistán". Cuando el efecto combinado del vino y los espejos del restaurante nos conducen -al menos a mí- a un estado soñador, le pido a Colin que recomiende un lugar que no hay que perderse. Titubea -"es muy personal, cada uno tiene sus intereses"- pero acaba musitando: "Samarcanda". Con la confianza de los postres y tras hablar de su último viaje, al sagrado monte Kailash del Tíbet -el libro aparecerá a principios de año-, que tuvo algo de peregrinación de un hombre solitario que ha perdido a toda su familia (padres y hermana) y cuya novia vive en EE UU, le pregunto por su Shangri-La, su secreta región soñada. "Tengo un jardín, no podría vivir sin él. Es pequeño, en mi casa en Londres; mimosa, un magnolio, rosas".
El escritor de viajes peregrina al monte Kailash del Tíbet en su último libro
Mientras saborea el sorbete de fruta, la melancolía nos lleva a Thesiger, el viejo viajero que murió solo en una residencia. "¡Pobre sir Wilfred!, me dijo que de su vida solo lamentaba no haber matado a nadie, a nadie con seguridad, claro, porque disparó a muchos alemanes en la guerra". Tenía cara de halcón. "Más bien como si estuviera permanentemente frente a una tormenta de arena". En el rostro de Thubron también están marcados sus paisajes, la desolación de la taiga glaseada, los peligros en la mezquita de Gawhar Shad... El viajero se levanta en un laberinto de reflejos. "No sé adónde será mi próximo viaje", dice con una sonrisa triste. Y parte en la noche.
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