Binoche bien vale un 'kiarostami'

Vi Copia certificada, la primera película que ha rodado Abbas Kiarostami fuera de Irán, hablada en tres idiomas que no son los de su creador, interpretada por una estrella del cine internacional como Juliette Binoche, en el último Festival de Cannes. Lo hice con curiosidad entre lógica y malsana, con prejuicios hacia la venerada obra de un director con el que ni mi sensibilidad ni mi entendimiento han logrado conectar casi nunca. De acuerdo en que era original y tierno el interminable travelling que cerraba A través de los olivos con un chaval haciendo una conmovedora declaración de amor y resultaba inquietante en El sabor de las cerezas la historia de un previsible suicida que encuentra su tabla de salvación en un sabor que asocia con milagros de infancia. Pero el resto solo puedo relacionarlo con el tedio, alargado hasta el infinito en sus últimos experimentos artísticos, tan celebrados ellos por la mayoría de la crítica.
Recuerdo de Copia certificada cierta fascinación hacia el proceso de seducción mutua que se establece entre una anticuaria y un ensayista audazmente convencido de que las buenas copias artísticas pueden ser más sólidas y atractivas que los modelos originales, en sus cultas conversaciones paseando por un pueblo de la Toscana, el desajuste entre lo que dicen y lo que imaginas que están sintiendo, el misterio alborozado de los primeros encuentros. Recuerdo haber seguido con cierto morbo sus discusiones sobre las nociones de lo falso y lo genuino, la sabia visión de las relaciones entre maridos y esposas que le expresa a la anticuaria una anciana pragmática, la atmósfera que impregna esa relación, pero sobre todo el magnetismo que crea con su presencia, su rostro, sus movimientos, su voz y su sensualidad esa preciosa mujer y actriz luminosa llamada Juliette Binoche. Hay un momento en esa historia en el que me pierdo. Es cuando los mismos personajes dan sufriente vida y en el mismo escenario a un matrimonio en ruinas en su decimoquinto aniversario, sus reproches, su cansancio, su incomunicación, la muerte del deseo, la rutina agresiva sustituyendo a la antigua pasión, los intentos desesperados por recobrar el esplendor en la hierba. Kiarostami, por supuesto, jamás se permitiría la ordinariez de contar la eterna historia de forma convencional, sin crear desconcierto. Recuerdo que seguía pensando en este intimismo desolado al día siguiente, que me había dejado poso.
Y cometo el error seis meses después de revisar lo que me intrigó. La veo en la pantalla de un ordenador, con cascos en los oídos para protegerme del ruido ambiental, una forma de ver el cine que jamás había practicado. Lo que antes me había interesado moderadamente, me resulta ahora falso, además de provocarme un insufrible aburrimiento. Imagino que en las valoraciones de algunas películas influye el escenario, los estados de ánimo, esas cositas. Que cada espectador juzgue por sí mismo.
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