Cuando Baldo disparó a Vargas Llosa
En su casa de Bascuas, Baldomero Pestana, fotógrafo y pintor de 92 años, conserva los retratos más personales de artistas de toda una generación
Cuando Baldo disparó a Vargas Llosa, en 1966, el escritor tenía 30 años. Cuatro temporadas antes, con La ciudad y los perros, había ganado dos premios prestigiosos en España, y poco antes de quedar con él, con su mujer y su primer hijo para una sesión de fotos, el autor había publicado La casa verde. Era "un tipo cordial y un intelectual muy avispado", pero presentaba un "inconveniente": tenía aún demasiada juventud y físico de "galán".
"Con el tiempo ha ganado, el suyo se ha vuelto un rostro interesante, que tiene historia... La vida marca", afirma Baldomero Pestana, preferiblemente Baldo porque no le gusta el nombre de pila que le pusieron en Pozos, su aldea natal de Castroverde. Pero aquella sesión del 66, poco después de que el fotógrafo y pintor gallego (emigrado a Buenos Aires con cuatro años, tras los pasos de su madre, y luego a Perú, con su esposa, harto de Perón) intimase con el librero de Lima Juan Mejía Baca, que lo puso en contacto con los protagonistas del boom latinoamericano, costó más de lo normal porque al hoy flamante Nobel "no lograba sacarle una vida interior importante". "Y la vida interior, en el retrato de un hombre, es la que lo dice todo", comenta el artista. "En la mujer también", puntualiza, "pero a ellas, para mí, es imprescindible sacarlas lo más bellas posible, aunque no lo sean".
Aunque usa el ordenador, ahora se dedica sobre todo a dibujar
En diciembre inaugura una exposición con parte de su obra en Vigo
García Márquez seguía por radio la invasión de Praga y no atendía a la foto
La Biblioteca Nacional de Perú está interesada en llevarse el archivo
El problema de la vida interior, eso que hace que el fantasma del fotógrafo no se cuele en la estampa, "porque en un retrato no puede aparecer", se le presentó más veces a lo largo de la vida a Baldo. Por ejemplo, también en su etapa limeña, cuando descubrió a Borges paseando por la calle y le asestó tres certeros tiros con su Hasselblad, los únicos, sin que el argentino se percatase. Luego tuvo más oportunidades de retratarlo, pero la ceguera del escritor lo frenó. "Borges veía manchas. Ojalá que sus ojos mirasen al infinito, pero no se puede decir tan siquiera eso. No tenían vida. Estaban muertos".
Con García Márquez, en 1968, la primera sesión también se puso cuesta arriba. Dejando atrás los días en los que publicó en Life, Time y Esquire, y retrató a Dizzy Gillespie, a Bioy Casares o a un Bryce Echenique que siempre prefirió sus fotos, Baldo Pestana y su mujer, Velia Martínez, habían llegado hacía un año a París, "el sueño de todo el que tiene veleidades artísticas", y él se había hecho un hueco como cámara publicitario. Sin embargo, para poder seguir realizándose como retratista de celebridades, algo que siempre hizo por vocación, porque nunca les cobró por esas imágenes ni comerció con ellas, enseguida se relacionó con el amplio círculo de autores hispanoamericanos que vivían en Francia.
El día que lo recibió en su casa Gabriel García Márquez, en plena corrección de las pruebas en francés de Cien años de soledad, el escritor parecía más pendiente de la radio, que estaba retransmitiendo la invasión de Praga, que de mostrarse expresivo con el fotógrafo. Baldo no logró gran cosa, así que le pidió al colombiano que le fijase otra fecha, y a los pocos días este lo invitó a comer con la familia y un convidado más, Carlos Fuentes. Fue una jornada entrañable. Consiguió buenas fotos de los dos autores y los niños de García Márquez le dedicaron al lucense unos dibujos preciosos. En la última mudanza, la que lo trajo de vuelta a Galicia con 90 años, para vivir en Bascuas (Lugo) en casa de unos primos, los perdió.
Baldo opina que París no es ciudad para viejos, allá quedó viudo de una mujer que "siempre fue bella" y allá rompió una pierna, así que se ha vuelto a un lugar tranquilo con todos sus negativos. Aunque usa ordenador y el Photoshop, es su familia la que va digitalizando el archivo. Mientras, él se dedica a pintar cuadros y, más que nada, a dibujar con lápiz de grafito sobre papel Bristol. Lo hace desde que descubrió en París que podía hacerlo mejor que otros artistas a los que retrataba y porque con el trazo fino e hiperrealista toca la perfección que, según él, no existe en la fotografía. Parte de estas obras integrarán la muestra que va a inaugurar en Vigo, en el Centro Social Caixanova, el 1 de diciembre, aunque ya ha expuesto sus trabajos en los lugares más remotos del planeta. Como nació el día de los Santos Inocentes de 1918, cuando el 12 de enero clausure la retrospectiva habrá cumplido ya 93.
La Biblioteca Nacional de Perú quiere las fotos de Baldo, pero él no ha decidido su destino. Le cuesta desprenderse de algunas como la de José María Arguedas, para él la mejor. Un hombre solitario, marginado del boom. "En el retrato hay una ventana, y en la ventana, una ramita sin hojas".
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