El aprendizaje de la decepción
Lo sorprendente, en la vida y en la política, no es la decepción, que se repite una y otra vez, sino la ilusión previa que la provoca. Nos extrañamos de nuestra capacidad para agarrarnos a cualquier quimera, pero en cuanto reflexionamos un poco percibimos que se trata casi de un mecanismo instalado en nuestra naturaleza. Tropezar en la misma piedra es mucho más que un destino fatal: forma parte del instinto de supervivencia. Una humanidad siempre escéptica y deprimida se hundiría en el embrutecimiento y en la inacción. Esos momentos de exaltación por cambios que no se producirán tal como los hemos soñado son imprescindibles para que se produzcan otros cambios mucho más modestos y prácticos.
Una buena crisis económica no es tan solo la oportunidad para efectuar grandes cambios: también es el tiempo idóneo para la caída de los ídolos. El caso más resonante, aunque no sabemos si definitivo, es el de Barack Obama. También es el que permite mayor riqueza de matices. Las caídas de Zapatero o de Sarkozy, siendo igualmente espectaculares e irreversibles, tienen menos trascendencia, por la inferior enjundia de los personajes y el menor peso y tamaño del poder de sus respectivos países.
Con Obama podemos atender a un primer argumento: la falta es nuestra, del público que ha creado las expectativas excesivas que luego quedaron desmentidas. Pero tiene mayor interés un argumento más sofisticado y subjetivo: fue el propio Obama quien nos avanzó una visión del mundo ilusoria y sobre ella se proyectaron los deseos de la gente. Lo ha señalado Walter Mondale, vicepresidente con Jimmy Carter, que publica sus memorias estos días y ha reprochado a Obama su excesiva confianza en una política más transversal y pospartidista, superadora del sectarismo y de la estrechez de miras de los partidos.
Entre las expectativas de unos y las ilusiones de otros hemos dibujado el mito de una nueva era histórica sobre la que está cayendo un chorro de agua fría. Sucede ahora con el mundo lo que ya nos ha sucedido justo un peldaño antes con la unidad europea, que iba a superar los Estados nacionales y nos iba a catapultar como una superpotencia benéfica en el nuevo mundo multipolar. Nada de esto ha ocurrido: los Estados nacionales regresan, a pesar de su escasa funcionalidad, y la capacidad europea para jugar en el mundo no aparece por ningún lado. Tampoco termina de arrancar la nueva era de cooperación multilateral bajo liderazgo americano, revertida más bien en una época de inseguridad occidental y de desplazamiento del poder hacia Asia. A menos que Mondale no tenga razón y Obama, en vez de asemejarse a Jimmy Carter, presidente de un solo mandato, se reinvente como líder mundial y vuelva a levantar en los dos años que le quedan las ilusiones perdidas durante los dos primeros de su presidencia.
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