Españoles en el Yakarta
La crisis empuja a los trabajadores autóctonos a buscar empleo en el mismo lugar que los extranjeros, muchos 'sin papeles'
"Perdí mi trabajo hace tres meses y acudir aquí ha sido mi única vía", asegura Pepe Alcalá. Aquí es la plaza Elíptica. Una de sus esquinas, la de la cafetería Yakarta, es desde hace varios años una oficina de empleo. Hasta ahora solo recurrían a ella los trabajadores extranjeros, a menudo sin papeles, que buscan peonadas en la construcción desde antes del amanecer cualquiera de los 365 días del año. Ahora también hay españoles. Como Pepe. La crisis empuja.
Comenzaron a llegar hace meses, dicen los veteranos del Yakarta. Español es ya uno de cada 10 hombres que busca trabajo en esta plaza, calculan los asiduos con sorprendente unanimidad. Comparten espacio con marroquíes, latinoamericanos, rumanos, polacos...Una pequeña ONU, a veces de más de 100 obreros, se apiña desde antes del amanecer en una acera escasa y achaflanada. Apenas 200 metros cuadrados para la esperanza de tener un buen día. Un día duro. Pero con salario.
Una 'pequeña ONU' se apiña desde antes del amanecer en una acera escasa
"Aunque somos minoría, hay nacionales", dice Pepe Alcalá
"Buscar trabajo en la calle con más de 100 competidores te obliga a ser visible"
Las ocho de la mañana, el sol empieza a asomarse y la plaza se llena
"Aunque todavía somos minoría, se nota el aumento de personas nacionales que buscan empleo aquí", asegura Alcalá. Este robusto almeriense de 40 años hizo las maletas hace tres meses, cuando se quedó sin trabajo en la construcción. Pensó que en Madrid sería más fácil encontrarlo. "En mi pueblo, la única opción es dedicarse a los plásticos. Además pagan muy poco y se llegan a trabajar 20 horas". Por eso dejó a la mujer y a la hija en el pueblo y vino a la capital.
Desde la primavera, Alcalá ve el amanecer en esta plaza que lleva por nombre oficial Fernández Ladreda. "Algunos días tengo suerte. Cuando consigo trabajo me pagan 50 euros por unas ocho horas". Asegura que ser español es una ventaja: "Los pistoleros [capataces de la construcción] que vienen prefieren contratar a gente con papeles". "Los españoles les inspiramos más confianza", aventura este hombre que añora a su familia.
"Los españoles están menos preparados para la crisis", sostiene Gilbert P., peruano de 22 años que lleva tres años en España y tiene permiso de trabajo. "Nosotros estamos más acostumbrados a estas situaciones precarias", plantea.
Ocho de la mañana. El sol se asoma y la esquina del Yakarta se llena poco a poco. Ningún pistolero a la vista. Es lunes, el mejor día para conseguir trabajo. Ayer, bajo un frío inusual, esperaban unos 60 hombres. Con la mochila a la espalda y la tartera en la mano. Colocados en grupos por nacionalidades, pasan la espera con charla y vasos de plástico con café. Dos tercios tienen los documentos en regla, lo que les permite cobrar en torno a 50 euros por jornada de trabajo. El otro tercio carece de papeles y cobra unos 35 por el mismo trabajo.
Conseguir la peonada tiene sus reglas. Las mismas cada uno de los 365 días del año en que la acera del Yakarta sirve de oficina de empleo. De entrada, estar atentos a la llegada de los coches o furgonetas de los capataces. "Quien quiera ser el primero debe situarse en plena calzada", según Alcalá. A él le gusta colocarse en el medio, más allá de los coches aparcados, porque así controla mejor la situación. Anteayer, domingo, fue su día, le contrataron como paleta para varios días. "Buscar trabajo en la calle con más de 100 competidores obliga al buscador a ser visible", plantea. Recomienda, para tener más opciones, ser el primero en llegar al coche.
Llega una furgoneta blanca. El capataz da dos pitidos: la señal de que busca obreros, mano de obra. Carreras hacia el vehículo. Una decena de hombres se abalanza hacia la ventanilla. "Necesito dos fontaneros para hoy", grita el pistolero. Los más rápidos consiguen el jornal. "A veces llega a haber peleas. No es común, pero ocurre. La gente se puede impacientar", asegura Julio Pacheco, peruano de 40 años.
"Recuerdo que hace algún tiempo cuatro hombres se abalanzaron sobre un coche donde solo necesitaban a dos personas. Los nervios estaban a flor de piel y empezaron a golpearse, pero no es lo más frecuente", añade Alcalá. "Todos venimos aquí a lo mismo, pero supongo que a veces la necesidad sobrepasa a la educación", opina Luis Hernández, ecuatoriano de 23 años.
Pero también existe la solidaridad junto al Yakarta. "Aquí todos nos conocemos. Cuando llega algún novato, siempre se le intenta ayudar", explica Alcalá mientras enseña los trucos a un joven polaco que mira con atención hacia los coches que se acercan. "Ser nuevo es muy duro", afirma Pacheco.
Hay quien llega al Yakarta desde una oficina de empleo oficial. En la más próxima, en la calle de la Vía, a unos 200 metros de la plaza Elíptica, una treintena de personas aguardaban ayer, número en mano, a que les atendieran. "Te apuntan en una lista y si hay algo te llaman", narra Alberto García, dominicano, mientras tirita impaciente con la vista puesta en la puerta. A su lado, Ernesto Achuta, boliviano de 45 años lleva dos meses inscrito y sigue sin conseguir empleo. "Lo normal es que, después de acabar en la oficina, casi todos nos acerquemos al Yakarta a probar suerte", afirma Alcalá.
El tiempo pasa con lentitud en la plaza, pero nadie abandona. "Hay muchos que no se rinden. El trabajo es muy necesario en esta época de crisis. Incluso hay quien espera hasta las tres o cuatro de la tarde y así se intentan asegurar el jornal para el día siguiente", asegura Julio Pacheco. Algunos capataces se acercan a primera hora de la tarde para apalabrar mano de obra para el día siguiente. "Un centenar de hombres para una veintena de trabajos", calcula este peruano. "La demanda es poca y la oferta demasiada", reflexiona.
Javier López, es recogedor: el capataz le ha enviado a recoger a los obreros contratados previamente. Este español cuenta que para cada chapuza eligen a tres o cuatro hombres, siempre a los mismos. Al escuchar los dos pitidos, los seleccionados se acercan corriendo y suben a la furgoneta. López conduce ya rumbo al tajo.
Agosto es un mal mes en un sector tremendamente castigado como la construcción. "Ahora la cosa está floja, solo te contratan para días. Es imposible conseguir un trabajo fijo", asegura el marroquí Brian Salhi. Lleva ocho años viviendo en España, el último dedicado a buscar empleo en la plaza Elíptica. Mientras espera a su capataz, relata que le han contratado por 900 euros al mes, pero debe pagar por su cuenta la Seguridad Social. "Tengo suerte, a otros solo les contratan por días y a lo mejor hasta les dejan alguno por pagar".
En la barra del Yakarta, que comienza a funcionar a las seis la hora en que llegan los primeros obreros en busca de tarea, es un día más. "Hay gente asidua y les terminas conociendo", afirma un camarero, al frente del que se despliega una vitrina llena de churros. Los buscadores de empleo engrosan su clientela.
En la acera de los buscadores de empleo no hay ninguna mujer. "Ellas tienen otras opciones, como ir a limpiar casas o cuidar niños. Consiguen estos trabajos gracias a amigas o buscando por las calles", afirma el ecuatoriano Hernández. El sector apenas emplea manos femeninas.
Con frecuencia la policía acude a la acera del Yakarta. Los agentes alzan la voz para pedir la documentación. Cuando llegan los agentes, muchos trabajadores desaparecen: carecen de papeles en regla y pueden acabar en un centro de internamiento. "La cosa ya es difícil y encima los policías no ayudan", lamenta Ernesto Achuta. "Cuando llegan se acaba el reparto de empleos", añade. En ocasiones, la acera se queda prácticamente vacía, como comprobó este periódico días atrás.
Además de las de los pistoleros, también hay otras furgonetas que se acercan a esta esquina de la plaza Elíptica. Osvaldo García e Indira González detienen su vehículo y abren las puertas traseras de las furgonetas. Los trabajadores comienzan a cuchichear entre sí. "Vienen a repartir víveres", dice Carlos, un madrileño de 45 años que busca trabajo junto al bar Yakarta. Coge una bolsa con alimentos de primera necesidad (arroz, leche, chocolate soluble...) y, cansado de esperar el trabajo que no llega, emprende el regreso a casa. García y González son voluntarios de la Iglesia Evangelista de Jesús. Hacen el reparto siempre que logran víveres del Banco de Alimentos.
Ernesto Achuta explica que algunos de los que no consiguen trabajo en la plaza suelen acudir a los comedores sociales. Entre los musulmanes hay quien va en busca de víveres a la mezquita de Lavapiés: "Tras una mañana fallida, siempre vamos allí. Lo que llego a ganar me da para el alquiler del piso, pero no para comer" dice Brian Salhi.
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