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Reportaje:

Terrazas como hongos

Unos 300 establecimientos del distrito Centro abarrotan las aceras con sillas y mesas

Llega el calor y florecen las terrazas. Y Madrid contempla cómo se multiplican en sus aceras año tras año. Donde antes estaba el asfalto hoy aparecen unas cuantas mesas, unas sombrillas... y a esperar a que le sirvan a uno. En algunos casos estos espacios públicos para asueto privado han surgido o se han ampliado en zonas a las que les acaban de lavar la cara. Véase la calle de Serrano o Alonso Martínez.

Las causas de esta explosión, que no es nueva (recuerda a la que se produjo en los años ochenta), responden a varios motivos: el Ayuntamiento ha abierto la mano en la concesión de licencias; los empresarios quieren hacer negocio (y consideran que esa mano debería abrirse aún más); es necesario crear espacios alternativos para fumadores (aunque la ley que prohibirá fumar en todos los espacios cerrados no se aplicará hasta enero); la lucha contra el botellón en el distrito Centro... Y, por supuesto, sentarse en una terracita es una costumbre que tiene muchos seguidores, sin mayor motivo.

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"Yo desayuno por las mañanas en una terraza y es estupendo, el fresquito..., una sensación muy agradable", relata Lucas Recuenco, arquitecto y vecino de Alonso Martínez, que tiene una relación de amor-odio con las terrazas. "Pero fuera de ese rato concreto llevo años sin sentarme en una. Suelen estar llenas y es agobiante", comenta. "Hay una en Santa Bárbara, donde suele ir el alcalde, que genera una suciedad alrededor que con eso ya deja de tener encanto. No sé si se dará cuenta Gallardón", duda.

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El arquitecto achaca la proliferación de veladores a que el Ayuntamiento necesita hacer caja, y demanda una normativa "más razonable", así como medidas "para que no molesten por las noches". Él, que vivió la movida madrileña, cree que este fenómeno ya se produjo entonces en la Castellana. Pero, matiza: "Ahora es más cutre, cualquier barecillo puede sacar una mesa con cuatro sillas, mientras que entonces eran preciosísimas".

El distrito Centro es, con mucho, el que concentra mayor número de terrazas. En 2007 había unas 200 terrazas ilegales, según el concejal de ese distrito, Enrique Núñez. Entonces se realizó un proceso de regularización que, junto a las que se han dado de alta este año, ha dado lugar a unas 300 terrazas (a los datos del cuadro adjunto hay que añadir alguna actualización). En estos momentos, dice Núñez, existe un 5% sin ningún tipo de autorización. Eso si para estas horas no han recibido la visita del camión y las ha levantado en un pispás. Así como suena. Un método expeditivo que el concejal presume de ser el único en aplicar. "A los inspectores nosotros añadimos un camión con técnicos y policías que van recorriendo las calles, cambiando de ruta y horario, y se llevan las ilegales y las que se han excedido en el foro. Ayer [por el jueves] me llevé seis, que además serán multadas con 3.000 euros más el coste del depósito donde se guardan". El concejal dice que con 300 terrazas hay que tener un poco de "auctoritas porque si no es la ley de la selva, y de este modo la gente entiende el mensaje".

Pero reconoce que la picaresca "ahí está y más en vacaciones". Pero él no ceja. Para que no le trampeen las distancias entre terraza y acera (mínimo de dos metros) y se extiendan hasta el infinito (100 metros máximo y una mesa con dos sillas mínimo) dibuja en el suelo los límites. "Hay hosteleros que los borran con agua y arena, por eso he digitalizado el plano de todas las terrazas, y así cuando va el inspector ya sabe dónde están los límites".

Núñez, que alardea de tener "calles enteras llenas de terrazas", niega que esa abundancia responda a un afán recaudatorio. "Esa recaudación es ínfima" [unos 37 euros por metro cuadrado]. Tampoco lo percibe como una usurpación del espacio público a favor del negocio: "¿Y qué decir de los quioscos, los puestos de castañas o las heladerías?", se defiende.Lo que sí admite el concejal de Centro es que las terrazas son una herramienta más para luchar contra el botellón. Concretamente en las en del Dos de Mayo y del Ángel, con resultados "muy buenos", y en Chueca, en donde "van un poco más lentos".

¿Y qué opinan los vecinos? Pues muchos se quejan por el ruido, como sucedía en Chueca y en la plaza de la Paja. La solución que adoptó el Ayuntamiento fue recortar el número de terrazas y el horario.

Pero la visión que tienen de las terrazas los movimientos vecinales no es demasiado positiva. La presidenta de la asociación de vecinos del distrito Centro, Isabel Rodríguez, y el secretario de la asociación el Organillo (Chamberí), Diego Cruz, los dos distritos con mayor número de veladores (300 y casi 100 respectivamente), son bastantes más críticos que el concejal Enrique Núñez. Ambos se declaran a favor de que bares y restaurantes coloquen algunas mesas en el exterior para el disfrute de su clientela, "pero no que abarroten las calles", matiza Rodríguez. Esta vecina, sin embargo, avala la gestión del edil Núñez en la zona y confirma que, desde que él está al mando del distrito, el número de bares que sacan sus mesas sin licencia es "infinitamente" menor al que había hace unos años.

"Pero el problema no se ha resuelto del todo", apostilla, "todavía quedan algunas terrazas trabajando ilegalmente, y en las que tienen licencia muchos empresarios amplían su espacio más de los que contemplan sus permisos", critica. "Por ejemplo, se pasan del ancho de la fachada que tienen enfrente, o no dejan un espacio de al menos dos metros entre la pared y las mesas en lugares donde hay alguna entrada a un portal, tal y como marca la ley. Vamos, que estiran sus límites para hacer más negocio. Y eso quita espacio para que la gente haga deporte, se siente en los bancos de la calle o para que los niños anden en bicicleta", se queja.

Diego Cruz comparte esta visión: "A mí me gustaría ver un cartelito en cada bar que mostrase cuál es el aforo y el horario en el que se puede trabajar en la terraza. Y ver señalado en el suelo el límite hasta el que se pueden extender. Es que no sabemos si están trabajando dentro de la legalidad o no, y al final te encuentras con zonas angostas o incómodas para pasar, y no sabes si se trata de un empresario caradura o si efectivamente el Ayuntamiento le ha dado permiso para hacerlo así". Para este representante vecinal no es algo negativo que el alcalde esté animando a los hosteleros a colocar terrazas como en otras capitales europeas; "pero si lo hace así, que lleve un control sobre ellas", añade. "No podemos olvidar que se trata de espacios públicos que empresarios privados aprovechan en su propio beneficio".

El presidente de la Asociación Empresarial de Hostelería de la Comunidad de Madrid, Tomás Gutiérrez, reconoce que los ingresos que obtienen los bares y restaurantes con una terraza en "buena zona" pueden llegar a suponer hasta el 50% de sus beneficios, pero considera que estos espacios no solo acarrean ventajas a los empresarios. Aunque el hostelero solo ve el lado positivo: percibe con buenos ojos la manga ancha del Ayuntamiento a la hora de conceder licencias durante los últimos años, así como la gestión del concejal del distrito centro; y cree que la existencia de los veladores es buena tanto para los dueños de los locales como para los ciudadanos. "A todo el mundo les resultan apetecibles", defiende. "Y además, la presencia de terrazas disuade a la mala gente de las calles". Desde su punto de vista, incluso existen lugares donde no se pueden poner terrazas porque no disponen del espacio legal para hacerlo, pero que "cabrían perfectamente según el sentido común", considera.

El presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, Arturo Fernández, propietario de siete terrazas en la capital, también alaba la política municipal en cuanto a la concesión de licencias. "Antes era muy difícil conseguir una, pero desde hace tres años ya no", reconoce. Fernández opina que es bueno tanto para el ciudadano como para animar la economía de la capital. "¿Es que hay a alguien que no le gusten las terrazas de Madrid?", se pregunta el empresario.

Los hay. El diseñador Óscar Mariné es uno de ellos. "Utilizar el espacio publico como espacio comercial genera un desequilibrio y el centro acaba despoblándose de vecinos. En este sentido, Alonso Martínez tenía un espíritu, una historia y una arquitectura de barrio francés y romántico que se ha perdido totalmente, el bulevar con sus quioscos era único y ahora la plaza es una más. Y las terrazas son el exponente de esta nueva forma de abordar los espacios públicos".

A las ocho de la tarde, en pleno agosto madrileño, el sol sigue apretando y los veladores no dan abasto para recibir a clientela. Es la cara del éxito. En la plaza de Santa Ana cerca de una decena de bares extienden sus dominios por los alrededor de 3.000 metros cuadrados que ocupa el ruedo. El incesante vaivén de ciudadanos continúa hasta la madrugada. Entre ellos hay clientes como Belén Gracia, que está preparando una tesis doctoral y ahoga el estrés a base de cañas sentada en las sillas metálicas de su terraza favorita. "Para mí son imprescindibles, la verdad", opina tras relamerse la espuma.

Justo lo contrario que piensa Marcial, un anciano vecino del barrio, que prefiere no dar su apellido, pero sí su opinión. "Esto es un escándalo. Todo lleno de gente y sillas, que no se puede ni pasar. La gente que se tome algo en casa y a la calle vaya para dar una vuelta, ¿no? Que alguna terraza, vale, pero que tanto, tanto, ¿pa qué? Digo yo. No hace falta", se desahoga. La disputa se repite incluso en las mesas ocupadas por algunas de caras más ilustres de la pantalla televisiva. Entre los actores Fran Perea, María Isasi, Carlos Hipólito y Jorge Roelas, la cuestión también suscita polémica.

-A mí me gustan, dice Perea.

-"A mí también", reconoce Isasi, "pero yo, que vivo por la zona, creo que se están pasando al ocupar todo el barrio. Faltan espacios públicos para que los niños jueguen y los adultos paseen. En definitiva, terrazas sí, pero que ocupen menos sitio".

Aunque para incondicionales, los turistas extranjeros. "¿Las terrazas? ¡Si son una de las razones por las que venimos a Madrid!", se sorprenden por la pregunta Kari y Egil Otter, un matrimonio noruego que ha pasado por Madrid media semana antes de visitar Andalucía. "Están limpias, son buenas, no son muy ruidosas y no hay camareros que te secuestran para que entres en su bar, como pasa en casi todas las ciudades europeas", describen. "Claro que nosotros venimos de vacaciones; a lo mejor uno que viva aquí no las ve igual de agradables", declaran comprensivos.

Después de todo, parece que las terrazas, como tantas otras cosas, también son una cuestión de gustos.

Un camarero lleva más sillas a una terraza situada en la plaza de Tirso de Molina, mientras a la derecha un músico callejero toca el acordeón.
Un camarero lleva más sillas a una terraza situada en la plaza de Tirso de Molina, mientras a la derecha un músico callejero toca el acordeón.LUIS SEVILLANO

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