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Me cago en mis viejos III

CINCO

Por las mañanas, para calmar la conciencia, salgo a buscar curro, o hago como que. Entro en los restaurantes y pregunto de malos modos (para caer mal) si necesitan un ayudante de cocina. Siempre dicen que no, aunque sea que sí. Camino cuatro o cinco horas, sin parar, como un sonso, para agotarme, para no pensar, aunque mi puta cabeza no hace otra puta cosa que dar vueltas, ¿a qué?, a mi puta vida. Al mediodía, en un kebab que hay junto a Callao, tapiño una pelota de grasa oscura y subo al chabolo, no te lo pierdas, a escribir. Soy un puto escritor, sí, ¿qué pasa?

Como ni pertenezco a nadie ni nadie me pertenece, acabo imaginando que soy invisible. Y ahí es donde se me ocurre la historia de un crío de la edad de mi sobrino que un día, al regresar del cole, comienza de repente a desmaterializarse. Al principio cree que le ha sentado mal la merienda y acelera el paso para llegar a casa cuanto antes y potar en el retrete. Pero en cuatro o cinco pasos más la desmaterialización se completa y resulta que se ha vuelto invisible, y no solo invisible sino permeable, porque los cuerpos de los demás transeúntes traspasan el suyo como si estuviera hecho de aire. Por resumir, que no acabamos: el crío invisible se desmaya del susto y todo el mundo pasa por encima de él hasta que vuelve en sí y busca refugio en un portal intentando entender lo que le ocurre. Al rato, sin comerlo ni beberlo, su cuerpo se vuelve a materializar del mismo modo casual en que se desmaterializó. Llega a casa hecho polvo, sin tener muy claro si la cosa ha sucedido de verdad o se la ha imaginado, y se pasa el resto de la tarde mirándose en el espejo, palpándose los brazos y las piernas. Pero no les cuenta nada a sus viejos. No le cuenta nada a nadie.

Al mediodía subo al chabolo, no te lo pierdas, a escribir. Soy un puto escritor, sí, ¿qué pasa?
Más información
Me cago en mis viejos I, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos III, por Carlos Cay

Al día siguiente se vuelve de nuevo invisible, esta vez por la mañana, al ir al cole, y sin nada tampoco que lo anuncie. La experiencia, como el día anterior, dura en torno a un cuarto de hora. Los episodios se repiten, de manera que el crío alterna momentos de visibilidad con momentos de invisibilidad, como el que tiene jaquecas sin saber de dónde coño vienen.

Lee el capítulo SEIS.

EDUARDO ESTRADA

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