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Crítica:Diccionario de mitologías. Dirigido por Yves Bonnefoy | LIBROS / Ensayo
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las redes mitológicas

La solvencia y magisterio del poeta, ensayista y profesor Yves Bonnefoy (Tours, Indre-et-Loire, 1923) está hoy tan fuera de dudas como que se le considera el poeta francés más importante de la segunda mitad del siglo XX. Cuando se intenta coger con una sola mano el Diccionario de mitologías, la otra debe acudir en auxilio de la primera. Tal es su abrumador peso real, como también lo es en lo conceptual cuando el lector interesado en tales materias se adentra en sus vastos meandros, casi laberínticos y donde la fascinación de una lectura llevará inevitablemente a otra. Lo que obviamente en origen podría plantearse como la consulta pura y dura de una entrada pasa a ser la experiencia fascinante, la que justamente el autor compilador quería provocar; y esa escalada hacia lo enciclopédico es lo que da carácter definitivo y singularidad a la obra, es lo que la personaliza como una "red de ejemplos", en sus propias palabras.

Diccionario de mitologías

Dirigido por Yves Bonnefoy

Edición a cargo de Carlota Casa Baró

Traducción de Cristina Serna, Maite

Solana y José Manuel Álvarez Flórez

Planeta. Barcelona, 2010

1.702 páginas. 46,50 euros

Aun adoptando la forma alfabética (tenida por inevitable por el compilador), este diccionario no es uno más al uso, como lo reconoce en las primeras líneas de su esclarecedor prólogo a la primera edición francesa e incluido oportunamente en la que nos ocupa. Ese criterio de "selectividad" ha sido discutido. Bonnefoy es enfático, ha desechado "semidioses, ninfas, demonios, genios o héroes" ya trillados en otras ediciones convencionales y busca en los conceptos de las "estructuras" saciar al lector que investiga: cosmos, creación, sacrificio, espíritus. La idea de amplitud espectral le lleva a la inclusión de verdaderos capítulos (el de los Gitanos escrito por Françoise Cozannet es ejemplar) en que el análisis científico desborda la definición, la engrandece. Puede hablarse de verdadera pretensión global.

Sigue siendo válido aquello de considerar la mitología como vehículo de ilustración humanística y elemento clave para entender a los autores antiguos, lo mismo que para acercarnos a ámbitos de civilización tenidos por extraños cuando no ajenos. La idea de Bonnefoy abre el diccionario hacia lo menos conocido y codificado, en ambas direcciones, Oriente y Occidente. Casi al final, la voz 'Yoruba' nos pone en las manos un artículo de Pierre Verger ordenado y ejemplar sobre la cultura Orisha y sus derivaciones hacia el continente americano, especialmente en la vertiente atlántica desde Brasil a Cuba; esa inveterada preocupación globalizadora de la antropología francesa queda así constatada, junto a sus métodos renovadores de la etnografía tradicional.

En una entrevista a Miguel Ángel Muñoz en 2006, Yves Bonnefoy (que estudió matemáticas en su juventud y siempre hace gala de la capacidad de ordenación que aquella ciencia introdujo en su vida) dice: "El único heredero posible del labrador es el artista. La esperanza que deposito en el lenguaje es la que hace que parezca que no me intereso por los problemas contemporáneos. Mi reflexión, mi trabajo, consiste en dar prioridad a todo lo que puede ayudar de manera más radical y directa a mejorar la situación del mundo: no ataco los conflictos o debates del momento, uno a uno, sino que he optado por ir a buscar la raíz del mal: el desastroso empleo que nuestra modernidad hace del lenguaje". Es cierto que el poeta hablaba entonces de su ars, pero sus certeras frases se pueden extrapolar al decálogo del diccionario.

El calor (que a veces se hizo fiebre) estructuralista se deja sentir en muchas de las propuestas contenidas en el tomo. Tiene su lógica, era lo que mandaba (y por qué no decirlo: era la moda) dentro de la expresión ilustrada allá por las décadas en que se gestaba y se escribía este diccionario, pero quizás a tenor de los temas tratados o del tino del riguroso bisturí de los editores, no hay, por lo general, conceptos que nos parezcan periclitados u obsoletos; probablemente es de nuevo la batuta rectora de Bonnefoy a la hora de comisionar las voces, entendiendo que el arco de estos casi 30 años que han transcurrido desde la primera redacción, la obra debía sostenerse por sí misma. Piénsese que Bonnefoy no dio nunca el Diccionario de mitologías por terminado o cerrado, que lo concibió, muy a la saga de los estructuralistas, como un mosaico cambiante de fichas renovables, en cierta forma, modular. Esos cambios no llegaron a realizarse y el editor se desinteresó posteriormente del conjunto.

Surge una única duda en cuanto al criterio editorial seguido en esta edición. En aras de "facilitar la lectura y comprensión del conjunto" se han suprimido las notas y la bibliografía que en la primera edición eran parte consustancial de cada artículo. Tratándose de cuerpos de análisis individualizados, cada estudio era merecedor de exhibir y retener sus fuentes, las básicas al menos. No creo que ningún investigador o lector ilustrado rechazaría tal aporte aunque el peso del libro le obligara siempre a manejarlo con ambas manos: eso a veces también es un gran placer.

Planta de los pies del dios Visnú. Miniatura india, Rajastán, siglo XVIII.
Planta de los pies del dios Visnú. Miniatura india, Rajastán, siglo XVIII.

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