Nick y Dave, matrimonio de conveniencia
La coalición de conservadores y liberales era la única opción viable de Gobierno en Reino Unido - El desgaste laborista y la necesidad de estabilidad forzaron la alianza
Iban a ser unas elecciones históricas y lo fueron. Los electores británicos tenían en sus manos elegir revolución y acabaron con lo que el siempre ingenioso político liberal-demócrata Vince Cable definió como "matrimonio forzoso". "Tengo amigos de India que me aseguran que a veces funcionan mejor que el amor", aseguró, con su mirada de abuelo socarrón. Y Nicholas William Peter Clegg, Nick para los amigos y los votantes, eligió como pareja a David William Donald Cameron, Dave para los íntimos, despechando al veterano James Gordon Brown, Gord.
¿Tendrá razón Vince Cable y el matrimonio entre conservadores y liberal-demócratas durará los cinco años que se han fijado los contrayentes? ¿O se impondrán los temores de viejos zorros de la política como lord Heseltine, que cree que los recortes de gasto público que se divisan en el horizonte harán al Gobierno muy impopular y precipitarán el divorcio?
"Las bodas forzosas salen a veces mejor que las que son por amor", dice un liberal
Hay quien cree que el desgaste por el ajuste económico acelerará el divorcio
Acierte quien acierte, la realidad es que la política británica no tenía otra opción que este matrimonio Lib-Con que muchos militantes conservadores y liberal-demócratas consideran contra natura y muchos laboristas lo sufren como una traición.
El destino ha llevado a los contrayentes al altar del jardín de rosas de Downing Street, en el que Nick y Dave coquetearon el miércoles sin complejos ante la prensa poco después de darse el sí. Un destino que empezó en otoño de 2007, cuando el entonces primer ministro Brown arrojó por la borda todo su capital político reculando en sus intenciones de convocar elecciones anticipadas. Los laboristas empezaron una frenética caída en las encuestas directamente proporcional al ascenso conservador.
Hace tan sólo un año, los tories llevaban ventajas de 20 puntos en los sondeos. Pero el laborismo, atenazado por la crisis económica y por la falta de voluntarios para tomar el relevo de Brown antes de unas elecciones que ya daban por perdidas, no se atrevió a cambiar de líder. A toro pasado es fácil decir que, con una cara nueva, quizás ahora estarían ellos de luna de miel con Nick.
Todos los cálculos convencionales saltaron por los aires nada más arrancar la campaña electoral. Nick Clegg, hasta entonces un político anónimo, encandiló a los votantes y a los medios en el debate televisado de los tres candidatos a primer ministro, el primero en la historia de la política británica.
Eso lo cambió todo. Los conservadores se pusieron nerviosos, incapaces de comprender por qué el telegénico Cameron había perdido pese a jugar en su terreno favorito. Los laboristas se frotaban las manos pensando que el auge liberal-demócrata iba a dañar irremediablemente a los tories y dejaría a Brown si no como el más votado, quizás con tantos escaños como Cameron. Y los liberal-demócratas se emborracharon de gloria, soñando con convertirse en el segundo partido en votos y demostrar así, por si aún hacía falta, la injusticia de un sistema electoral que les impide convertir esos votos en escaños.
Los tres partidos llegaron a los comicios del 6 de mayo pensando que podían ganar. Pero acabaron perdiendo todos. Cameron, porque no consiguió la mayoría absoluta que necesitaba y que los suyos daban por descontada hace unos meses. Brown, porque sufrió una derrota humillante a pesar de dejar a los tories sin mayoría. Y Clegg porque, aunque mejoró en votos los resultados de 2005, no cumplió las expectativas que se había marcado.
Por primera vez desde 1974, los británicos se encontraron con lo que llaman un parlamento colgado, en el que ningún partido consigue la mayoría absoluta. Siguieron cinco días de negociaciones en los que los tres líderes mostraron una compostura y una sangre fría admirables mientras los medios perdían los nervios. Especialmente los que apoyaban fanáticamente a los conservadores y exigían a Gordon Brown que dimitiera y le entregara a David Cameron las llaves de Downing Street como líder del partido más votado y con más escaños.
Pero Reino Unido es una democracia parlamentaria y gobierna quien consigue el apoyo de los Comunes, no el que tiene más diputados pero no tiene el apoyo de la mayoría.
Clegg tenía ante sí cinco opciones: formar un Gobierno de coalición con Cameron; darle su apoyo parlamentario pero sin formar una coalición; facilitar su elección como primer ministro pero dejándole gobernar en minoría; formar una coalición con los laboristas; provocar la convocatoria inmediata de nuevas elecciones. Provocar nuevas elecciones habría sido un suicidio. Los británicos le habrían considerado un irresponsable y habrían encontrado el argumento perfecto para volver al bipartidismo, dando probablemente la mayoría absoluta a Cameron y borrando del mapa a los liberal-demócratas.
La coalición con los laboristas hubiera sido la salida natural en otras circunstancias, pero un doble suicidio en estos momentos. Mantener a Gordon Brown era impensable dado su desgaste y el tamaño de su retroceso electoral. Cambiarle por otro líder a los pocos meses era también un imposible porque los británicos no lo hubieran aceptado: una cosa es cambiar a Thatcher por Major o a Blair por Brown a media legislatura y otra que el Partido Laborista decida por su cuenta quién es el primer ministro semanas después de haber perdido las elecciones. Y todo eso con el detalle añadido de que laboristas y liberal-demócratas juntos estaban lejos de sumar la mayoría absoluta y necesitaban embarcar a los nacionalistas de Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Muy complicado en un país acostumbrado a mayorías absolutas.
Clegg estaba, pues, condenado a permitir la elección de Cameron como primer ministro. Si le permitía gobernar en minoría corría el riesgo de verse en unas elecciones anticipadas al cabo de un año y perder su actual influencia. Un acuerdo parlamentario era una opción apetitosa, pero habría corrido con el desgaste político de apoyar a la derecha y sus recortes presupuestarios sin los beneficios derivados de estar en el poder. Puestos a tener que hacer pareja con Dave, Nick descartó ser un amante a horas convenidas y prefirió el matrimonio de conveniencia.
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